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Sufro más viendo ‘Blown Away’ de Netflix que con cualquier otro reality

Hace diez días escasos, Netflix estrenó la nueva temporada de Blown Away, un talent show que busca el mejor soplador de vidrio. En un universo audiovisual en el que los realities de cocineros y pasteleros y de diseñadores y costureros campan a sus anchas, resulta chocante que la plataforma de streaming apueste tan fuerte por un formato dedicado a una profesión tan relativamente desconocida. Sin embargo, como fiel espectador del formato, puedo decir que Blown Away tiene una magia muy especial, aunque también reconozco que con él sufro más que con cualquier otro reality.

John Moran, concursante de 'Blown Away' (Cortesía de Netflix © 2022)
John Moran, concursante de 'Blown Away' (Cortesía de Netflix © 2022)

Para quien no esté familiarizado con él, Blown Away reúne a diez competidores para enfrentarse en capítulos de escasa media hora. Cada entrega se compone de un único reto, en el que se pide una obra de vidrio de una temática concreta: los pecados capitales, el espacio, utensilios para comer, un frasco para perfume o lo que corresponda. Después, el presentador Nick Uhas y la experta Katherine Gray, junto a algún invitado, evaluarán las piezas y elegirán al mejor de la prueba, que ganará una pequeña ventaja en el futuro, y el peor, que deberá abandonar la competición.

Para el público medio, el universo del soplado de vidrio es algo que pilla bastante de nuevas. No se puede comparar, por ejemplo, con un concurso de hacer tartas o de diseñadores de moda, pues como ya hemos dicho, es algo a lo que estamos más acostumbrados en la televisión. El que aquí escribe ni tiene conocimientos de esta especialidad ni se pregunta cómo puede haberse realizado una escultura de cristal, por eso resulta hipnótico ver a los concursantes trabajar en sus elaboraciones. Es, de lejos, el programa en el que los concursantes más sudan la camiseta, nada más que por estar trabajando en un gran almacén, rodeados de hornos que alcanzan temperaturas imposibles.

Trenton Quiocho en 'Blown Away'. Cr. Courtesy of Netflix © 2022/David Leyes
Trenton Quiocho en 'Blown Away'. Cr. Courtesy of Netflix © 2022/David Leyes

Una de las cosas que más me fascinan de este formato es la exigencia del jurado, que siempre pide que los trabajos no sean literales. Buscan a buenos artesanos, pero también artistas, que sepan elevar a arte cada cosa que hacen. No gusta lo evidente, los participantes tienen que darle una vuelta a aquello que se le pide para dejar a todos con la boca abierta. Buscan técnica, belleza, una historia, con un listón muy alto.

Como en otros espacios, imagino que antes de entrar en el taller los participantes estarán avisados de qué posibles retos pueden caer. Si no, no me explico cómo a alguien le pueden pedir, por ejemplo, una pieza que refleje su propia evolución como artista y que en un minuto estén haciendo un boceto y en cinco horas entregando un resultado. Muchos nos sentiríamos unas cuantas horas solo para poder invocar a las musas y ver qué es lo que queremos hacer.

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Lo más delicado de Blown Away es que se trabaja con una materia prima tan delicada como el vidrio, y es frecuente que algunas de las piezas acaben rotas. Por eso, reconozco que viendo este concurso he pegado más de un grito al ver una obra hecha añicos, sobre todo, porque el tiempo para su elaboración es muy limitado y no siempre se puede volver a elaborar la pieza en las horas o minutos que quedan. No siempre se rompen por un golpe: a veces, incluso estallan. Un auténtico sufrimiento, no apto para cardíacos (y más cuando el que acaba de recoger los pedazos de su obra es uno de tus favoritos).

Como la técnica del soplado a vidrio es muy delicada, cada concursante dispone, según la prueba, de uno o dos ayudantes, expertos del oficio con los que estiran filamentos, soplan, trabajan codo a codo, con un crédito que no se suele reconocer. Desde la comodidad del sofá, siempre me pregunto cómo pueden lidiar con el nerviosismo de hacer una pieza a contrarreloj con alguien con quien no conocen ni tienen confianza.

No puede faltar, por supuesto, el componente de reality, como en otras series basadas en la competición. En cada entrega vemos breves entrevistas con los concursantes, que nos explican de dónde vienen y cómo reflejan su mochila de vivencias en las obras. En la temporada anterior, por ejemplo, había un hombre que perdió a su hijo, y a él dedicaba casi cada una de sus piezas. En la nueva es difícil no ponerse en los zapatos de Minhi England, de 33 años, que perdió recientemente a su marido por un cáncer fulminante, que le hizo retirarse de la profesión durante un tiempo, y que ahora viene dispuesta a homenajearle. Por suerte, comprobaremos su evolución personal, y cómo se da cuenta de que Blown Away no lo hace por su difunto, sino por ella misma.

Como sucede en una buena parte de los concursos de Netflix, el premio da la sensación de ser pequeño para la cantidad de esfuerzo y talento que se ve. En este caso, ganan regalías valoradas en 60.000 euros, que incluye dinero en efectivo y una residencia en el prestigioso Museo del Vidrio de Corning.

Si Nailed it! / Niquelao tuvo versiones internacionales, incluida una española, como fan, espero que más pronto que tarde Blown Away llegue a nuestro país, o al menos, tenga una temporada hispanohablante. Porque seguro que en España tenemos grandes maestros de esta profesión, que nos deleitarían con sus obras, y nos garantizarían unas cuantas horas de entretenimiento audiovisual.

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