Cómo superar el síndrome del impostor y hasta usarlo a tu favor

Qué horrible es el Síndrome del impostor (SDI, pa’ abreviar). La duda emocional que puede más que la evidencia, la voz que te recuerda a gritos tus peores defectos, la sospecha de que tus peores miedos están a punto de cumplirse en el momento en que las personas descubran eso que tu dimensión más ansiosa y vulnerable nombró como lo que realmente eres.

De unos años para acá se habla del SDI en todos lados. Acá va una confesión: el primer material de divulgación que hice, en el año 2017 A.P (antes de la pandemia), fue justo sobre ese tema. Lo pueden ver aquí, aunque recomiendo que no lo vean, a menos que estén motivadxs por el morbo, en ese caso, súper si véanlo.

El punto es: el tema no es nuevo y se han generado muchísimas discusiones y materiales interesantes y necesarios al respecto, que abarcan desde sus aspectos de género, raciales, psicológicos, etc.

Te interesa: Un vistazo a la historia del síndrome del impostor

Este texto no es uno de ellos. Acá no voy a hablar sobre las teorías que lo explican o técnicas psicológicas generales para enfrentarlo.

No que no haya teoría o técnica detrás, porque sí la hay, pero no me interesa explicitarla. Como dije antes, de eso ya se ha escrito suficiente, mucho mejor de lo que yo podría, y pueden encontrar esa información con una gugleadita rápida.

Esto no es una guía, más bien, es un testimonio, una narración de la experiencia propia y algunos consejos sueltos para quien les encuentre utilidad.

Dicho esto…

El Síndrome del impostor no se trata de la duda, sino de la catástrofe

En esencia, el SDI es una expresión del miedo a la pérdida que podría ocurrir si la gente descubre que eres un “impostor”.

Este miedo nos lleva a desconfiar de nuestras propias capacidades por el temor a que no sean suficientes. ¿Suficientes para qué? Para tener amor, reconocimiento, seguridad, etc.

Como no podemos confiar en nuestras capacidades o logros, muchas veces no los percibiremos como tales, y no nos permitiremos disfrutarlos lo suficiente para poder tener esa sensación de satisfacción en la cual se enraiza la confianza en uno mismo.

Por eso muchas veces, los ejercicios sugeridos para combatirlo (“haz una lista de tus capacidades”, “reconoce tus logros”, “recuerda veces anteriores en que hayas superado esto”) no funcionan o tienen un alcance limitado.

Checa: ¿Por qué pensamos que todo puede ser una catástrofe? ¡Hola, distorsiones cognitivas!

El problema no es tanto el reconocimiento, sino la sensación de ese reconocimiento. No es decir “soy capaz” sino “me siento capaz”.

Por lo tanto, una manera de manejarlo es a través de lo sensible: ¿Me estoy permitiendo sentirme suficiente? ¿Disfruto mis logros? ¿Me concedo descansos? ¿Reacciono con compasión a mis errores?

En mi caso, una de las formas en que vivo el SDI está directamente relacionada con que la gente “descubra que en realidad no soy tan listo y nomás soy un intenso que un día los va a hartar”.

Así que un día se me ocurrió algo: le pedí a la gente más cercana a mí que me escribiera una cartita diciéndome por qué me quería.

El ejercicio podrá sonar raro, pero ¿acaso no es esa una de las preguntas que nos acosan a todas las personas en nuestros momentos de intranquilidad?

Me entregaron sus cartas y descubrí dos cosas: nadie me quería porque fuera listo, sino por otras razones y todxs parecían estar conscientes de que era un intenso (cómo no) pero me querían igual.

Sin miedo al éxito, pues.

El Síndrome del impostor tiene altas y bajas, como todo en la vida

Reconocer cuáles son los momentos en que se dispara más que otros puede ayudar.

El año pasado, cuando inició la pandemia, sentí miedo a que la economía colapsara, a que me enfermara y no pudiera costearlo, a no poder apoyar a mi gente cercana, etc. Como consecuencia, tomé toda la chamba que me era posible, hasta que me saturé.

Un día exploté en el único ataque de pánico que he tenido en toda mi vida.

Te interesa: ¿Cómo apoyar a alguien que está teniendo un ataque de ansiedad?

Con toda la vergüenza del mundo tuve que dejar dos proyectos prometedores y mi autoestima cayó al piso: creí que no era capaz de hacer nada de valor, que era un fraude, que no merecía nada.

¿Pero realmente creía eso? No. Lo que sucedió (y descubrí parte en terapia y parte gracias al amoroso acompañamiento que tuve con mi pareja) es que la incertidumbre propia por la situación me había rebasado y se había manifestado como SDI.

No era que realmente no conociera mis capacidades, sino que tenía miedo de que, de nuevo, no fueran suficientes, y que de confirmarse eso, perdiera a las personas que amo, por la razón que sea.

Eso me convirtió en un manojo de nervios incapaz de confiar en sus propias capacidades. Dudar de mí era consecuencia, no causa.

Entonces lo atendí así: atendí las causas (reorganizar mis propias expectativas respecto a lo que puedo hacer en pandemia, ir a terapia, evitar lo posible situaciones estresantes, no tomar más chamba de la que podía hacer con tranquilidad, por ejemplo), desaparecieron las consecuencias y me sentí mejor.

Mejor tener Síndrome del impostor al Efecto Dunning-Kruger

La duda sobre tu trabajo es buena. La duda es mejor que la otra opción: la confianza ciega y arrogante, esa que es propia de las personas que devastan el mundo y no se hacen cargo.

Eso que se antoja como un privilegio en las personas que nunca dudan de sí mismas es, en realidad, un peligro: sin duda no hay diálogo, sin diálogo no hay crítica, sin crítica no hay revisión de errores, si no hay revisión de errores hay negligencia.

La duda es una poción: hay que tomarla con medida, no intoxicarse, sino canalizarla.

El Síndrome del impostor es un juego diseñado para que pierdas

No por nada afecta desproporcionadamente a mujeres, personas racializadas, neurodivergentes, trans, etc. ¿A quién beneficia esto? A ti no, sin duda. La inseguridad que paraliza sólo beneficia a quien ocupa el hueco que dejas libre: si no lo haces tú, lo va a acabar haciendo alguien más, y como este mundo se mueve más por terquedad y privilegio que por talento, posiblemente ese alguien sea una persona más mediocre que tú.

Y no sólo eso: en este mundo capitalista (#VivimosEnUnaSociedad), ¿cuánto es suficiente? ¿En qué momento hay un logro tan grande que ya no hay más? ¿En qué momento reconocemos los límites de lo que somos/seremos capaces de hacer? Y, digamos que logremos algo más grande que la vida misma… ¿luego qué?

Mira: 10 estrategias para lidiar con la ansiedad que provoca esta pandemia

Lo mismo: si no aprendemos a disfrutar nuestros logros, a darnos chance de sentirlos, nunca vamos a estar satisfechos.

Se me revuelven las tripas cuando leo o escucho a gente con talento extraordinario ser opacada por personas que brillan sólo porque pudieron costearse una mejor lámpara detrás o un título académico en el extranjero con bordado de oro.

Cuando pienso en eso siento coraje e intento usar esa emoción para motivarme (con cuidado, porque el enojo hay que manejarlo de modo que dé energía, pero que no corroa).

Nadie vale más que nadie y eso significa que mereces lograr los sueños a los que aspires.

La humildad es un gesto simbólico y nada más

Similar al punto anterior: a nadie le ayuda que si recibes un cumplido bajes la cabeza y pidas perdón o expliques por qué no lo mereces.

Lo que entendemos muchas veces como “humildad” en realidad es una forma de proteger el ego de otras personas: no voy a “creérmela” porque eso está mal.

¿Por qué está mal? Quién sabe. Porque chance hace sentir mal a la otra persona o porque las personas arrogantes se ven feas, según mi abuela o no sé.

Te interesa: Los testigos del bullying: cómo frenar la cultura del poder sobre otras personas

Y luego volteas a ver el mundo y te das cuenta que la humildad, en ese sentido, no importa y sólo termina afectando tu percepción de ti y de tus capacidades, limitando así tu energía y motivación para crear y disfrutar.

Claro, hay un límite entre la arrogancia y el reconocimiento de lo que uno es: la valoración más o menos objetiva y equilibrada de los talentos y defectos propios. Pero para habitar ese límite es necesaria la observación crítica, no la juzgadora.

Y bueno, que la gente piense lo que piense y sienta lo que sienta. Es su problema, no el tuyo. Don’t let the haters stop you from doing your thang.

Nadie sabe que tú no sabes

Cuando era niño iba a clases de piano. Un día, antes de un recital, mi madre me dijo algo que nunca olvidaré: “si te equivocas sigue tocando, la gente no se va a dar cuenta”.

Me equivoqué, seguí tocando, la gente no se dio cuenta (y quien se haya dado cuenta, pues chale si juzgó a un morrito de 7 años tocando una versión simplificada de “Para Elisa”).

Nadie sabe que tú no sabes. Usa eso a tu favor y aplica a esa chamba o convocatoria, comete los errores que tengas que cometer, aprende lo que tengas que aprender y hazlo mejor cada vez.

Cuando tus ojos no te sirvan, usa los de lxs demás

No literalmente, porque eso sería raro. Me explico: ¿te contrataron en ese trabajo al que aspirabas y no sabes ni por qué? Pues resulta que hay alguien quien sí sabe: la persona que te contrató.

Esa persona, probablemente, revisó decenas, si no es que cientos de perfiles similares al tuyo, y determinó que tú eras la candidata ideal para ocupar ese puesto.

Esa evaluación ya se hizo y ya la ganaste ante los ojos de una persona experta. ¿No sabes por qué tu pareja te ama o por qué tus amigues te aprecian? Ellxs sí. Confía en esos ojos. Ya no estás a prueba: ahora lo que toca es disfrutar lo que haces y eres, aprovecharlo, aprender, hacer, crear.

Checa: Lucasfilm despide a Gina Carano de ‘The Mandalorian’ por publicaciones ofensivas

Establece límites inferiores y superiores

En mi caso particular, como trabajo produciendo contenido, me pasa que cierta sensación de valía respecto a lo que hago está completamente vinculada al número de likes, interacciones y respuestas que obtenga cada post o video o podcast o lo que sea.

Del mismo modo, mi trabajo también depende de cierta capacidad de respuesta: poder escribir un texto rápido, hablar de la coyuntura, que no se me escape nada.

Esta es una forma cruel y poco realista de medir el valor de mi trabajo: hay tantos factores involucrados en el éxito del contenido que se produce en internet que cada vez me convenzo más que crear en lo digital es tirar una botella al mar.

Para brincar esto me ha servido establecer límites inferiores y superiores de lo que espero en mi chamba.

Por ejemplo, como límite inferior: escribir un texto a la semana, recibir al menos 1 (un) buen comentario, tener un mínimo de consultas.

Como límite superior: escribir cuatro textos, tener equis consultas, tener equis cantidad de views, etc.

Todo lo que esté en medio de esos límites está bien. Cuando bajo, es señal de que algo está ocurriendo que vale la pena observar (observar, no juzgar); cuando subo, es señal de que ya di lo que tenía que dar y vale la pena no estirar la liga y descansar.

El chiste es mantener el equilibrio desde una mirada compasiva.

Eres más que tu trabajo

Lo eres, no importa lo que el capitalismo o la ética protestante diga.

Eres una persona que ríe, que llora, que sufre, que piensa, que descansa, que ama, que se confunde, que vive, pues.

Habrá periodos de vida donde no puedas producir lo esperado porque estás en duelo, enfermedad o crisis, así como habrá otros donde serás una máquina imparable.

Está bien: el bajo rendimiento laboral o creativo no es una falla moral.

Procura una rutina y disciplina

Este punto quizás sea lo más importante, al menos para mí.

Algo que me ha permitido superar el SDI es estudiar mucho y procurar ser constante con mi trabajo. Si me siento tranquilo es porque puedo sostener con teoría y evidencia lo que hago/digo y porque tengo una metodología clara y que puedo explicar.

Como mi trabajo requiere de mucha discusión, el poder tener estas referencias y conocimientos frescos me ayudan a sentir seguridad cuando tengo alguna confrontación en un texto/conferencia/video o cuando se me presenta un nuevo reto.

Cuando siento miedo respecto a algún conocimiento o capacidad, intento reforzarlos.

También procuro recibir las críticas con la mayor objetividad posible e intentar descifrar cuándo pueden ser útiles y cuándo no, así como reconocer cuando de plano la regué o hablé sin saber y ni modo, se dice y no pasa nada (no que no me afecten, no soy un robot, pero procuro tratarme con ternura mientras estoy afectado y después, en la calma, pensar y tomar decisiones).

Esto sólo lo he podido lograr a través del camino que implica procurar, en medida de lo posible, una disciplina de trabajo y estudio.

No es una línea recta: tiene sus puntos altos, tiene sus puntos bajos, pero poco a poco se desplaza hacia arriba y vale la pena. No hay conocimiento en el mundo que no pueda comprender con suficiente esfuerzo, porque, como dijo Alfonso Reyes, todo lo sabemos entre todos.

Pero también procura ser flexible en en tu rutina y disciplina

Con no poca frecuencia me descubro pensando: “¿Por qué hoy no pude escribir, si ayer sí lo logré? ¿Por qué hoy apenas si pude hacer lo básico para sobrevivir cuando me hubiera gustado hacer más?”

La verdadera pregunta es: ¿Y por qué creería que porque ayer tuve un día productivo hoy tendría que ser igual? ¿Y por qué creería que tendría que mantenerme estable DESPUÉS DE MESES DE PANDEMIA?

Hay días, semanas o meses en los que nuestra productividad será variable y depende de muchos factores: energía, estado de ánimo, alimentación, descanso, motivación, etc.

Estos ciclos pueden acentuarse cuando vives con alguna enfermedad o neurodivergencia. En mi caso, por el TDAH, he entendido que hay una dimensión, cuando no azarosa, por lo menos, todavía incomprensible para mí, en la que por momentos puedo concentrarme y motivarme y ser sorprendentemente productivo y hay momentos en los que no podré conectar dos ideas simples.

Entender esos ciclos desde una mirada compasiva y no juiciosa me ha ayudado tanto a adaptarme a ellos, como a no sufrirlos, como a aprovechar sus extremos (sus puntos altos para producir, sus puntos bajos para descansar), como a reconocer cuándo es que están siendo señal de un malestar subyacente y cuando simplemente son parte de la variabilidad esperada de mis emociones.

En resumen, una parte del Síndrome del impostor también puede ser un “superpoder”

Esto es porque el SDI es, en realidad, una manifestación de la ansiedad; y la ansiedad, como he dicho antes, es un súper poder. No huyas de la ansiedad, escúchala.

¿De qué te esta avisando tu SDI? ¿Te indica que te hace falta prepararte mejor en algún área de tu vida? ¿O que tienes algún miedo en particular que no estás notando? ¿O que hay alguna agresión percibida? El SDI te da toda la información que necesitas para apaciguarlo, si te permites escucharlo y atenderlo.

Y sí, la terapia ayuda

Mucho de esto sólo lo he podido lograr gracias a terapia. ¡Incluso psiquiátrica!

Tenemos estas herramientas psicológicas y químicas que nos permiten acceder a una mejor calidad de vida: usémoslas a nuestro favor (cuando podamos, si podemos, claro está).

Será de gran ayuda: ¿Dónde encontrar buenas terapias a precios accesibles?

Y oootra vez: ¡permítete disfrutar!

Hay momentos para sembrar y momentos para cosechar, como diría el Eclesiastés, creo.

El burnout, que no es otra cosa más que el efecto del estrés prolongado, impide el disfrute. Y cuando padeces SDI, es fácil no disfrutar y agobiarte porque sientes que deberías estar haciendo algo más antes de merecer el descanso o el placer.

Nada más falso que eso. Si tienes chance toma ese descanso, mira esa película, tómate ese vino, échate ese porro, pregunta por ese beso, duerme esas ocho horas.

No sólo las mereces, sino que el descanso es parte esencial del bienestar. Otras cosas que me han resultado igual de importantes: redes de amistades compasivas, una relación sostenida en la ternura, dedicar al menos una parte de mi trabajo a usar lo que sé en servicio de otras personas. Y jugar videojuegos, muchos.

Y recuerda: eres una persona con talento y todxs te la pelan. Tqm.