¿Te molesta el ruido de los niños? Así es nuestra indiferencia a su necesidades
Estate quieto y aprende es el título de uno de los libros Heike Freire, pedagoga empeñada en reivindicar el aprendizaje basado en el movimiento, el juego, la curiosidad, el asombro en contacto con la naturaleza. Estarse quietos para aprender es otra de las tantas ideas limitantes y desactualizadas sobre lo que debería ser, cómo debería comportarse y de qué manera deberían educarse los niños y niñas.
La infancia es movimiento por definición, pero en general el movimiento de los niños y niñas ha comportado para los adultos a lo largo de la historia y sigue todavía hoy comportando un problema, una molestia.
Los lugares seguros pensados para que los niños puedan moverse, jugar y explorar cada vez son más escasos o inexistentes. En nuestra civilización adultocéntrica predominan los espacios antiniños porque se imponen casi siempre las prioridades organizativas, productivas y el confort del adulto basados en el modelo mayoritario de vida que hemos construido alejado de nuestras necesidades y ritmos naturales.
Vamos casi siempre muy de prisa, estamos demasiado tiempo encerrados, demasiadas horas sentados o frente a pantallas en nuestras vidas urbanitas sin contacto suficiente con la naturaleza.
Los espacios cada vez se han limitado más en el ámbito público o social, en el hogar. Las escuelas se parecen estructural y normativamente a una cárcel. Predominan el concreto sin espacios verdes suficientes, muchas personas juntas en pocos metros cuadrados con exceso de regulación sobre el biorritmo de los niños y escaso movimiento libre.
Las actividades escolares sumadas a las actividades extraescolares dirigidas para extender aún más las agendas de los niños mientras sus padres trabajan, entre otras condiciones de nuestro estilo de vida, prolongan el tiempo de sedentarismo de los niños y niñas a lo largo de horas, días y años. Todas estás limitaciones culturales o sociales inherentes a nuestro estilo de vida actual, sumado a la omnipresencia de las nuevas tecnologías, provoca que encuentren en las experiencias virtuales el reemplazo a la satisfacción de sus necesidades básicas de movimiento y juego libres.
En las últimas décadas se han disparado infinidad de trastornos infantojuveniles correlacionados con la reducción progresiva a lo largo de décadas del movimiento y juego libres. Uno de ellos es el trastornos de déficit de atención e hiperactividad, del que se acusa un incremento considerable de diagnósticos -además muy cuestionables- siendo que en muchos casos correlaciona justamente con la sobre exigencia de aprendizaje de niños y jóvenes que deben permanecer quietos, sin moverse durante muchas horas al día. Cabe preguntarse en este caso, si el TDAH es realmente un trastorno infantil o se trata de un síntoma del estilo de vida patológico que hemos establecido a través de los cambios culturales en sociedades tecnológicas sedentarias.
Para aprender hay que moverse e implicar todos los sentidos
Es mucho más natural y eficiente conseguir que un niño de 3 a 4 años aprenda la diferencia entre los árboles saliendo al bosque, al parque o al patio verde de la escuela percibiendo con todos los sentidos su forma, tocando el tronco, las ramas, la diferencia de sus hojas, cómo algunos no las pierden en invierno y otros sí, en lugar de pretender que lo hagan con fichas plásticas sentados dentro del salón de clase, señala Heike Freire.
La experiencia vivencial favorece la integración sensorial, la atención, la memoria, el placer de aprender, pero sin movimiento, encerrados y sentados la mayor parte del tiempo en un salón de clase, mediatizando la experiencia o los procesos con fichas, esto no es posible. Tampoco se favorecen con extraescolares que limitan el movimiento, el juego libre, el contacto con la naturaleza, ni con niños apoltronados en casa frente a pantallas.
Los niños y niñas saben quedarse quietos
Los niños son por naturaleza movedizos pero también son capaces de quedarse quietos cuando algo llama su atención como armar un rompecabezas o un juego de construcción. El problema es que los obligamos a estar quietos, sentados durante mucho tiempo y en contra de su deseo, de sus necesidades, sus propios biorritmos y pulsiones vitales. Queremos que los niños y niñas estén enfocados la mayor parte del tiempo en la mente, desconectados de sus cuerpos, y los forzamos limitándoles el movimiento para sobreadaptarlos a biorritmos antinaturales en clase donde pasan horas sentados dentro del aula y luego algunos minutos de movimiento libre en el recreo o de movimiento dirigido en clases de educación física o de deporte.
Estamos entrenando a la infancia para que más adelante encajen en el sistema laboral donde debemos estar muchas horas sentados o dedicados a una sola actividad trabajando. Pero además de fomentar el sedentarismo cuyas consecuencias para la salud pública se resumen en la reducción de al menos 20 años de expectativa de vida para las nuevas generaciones, estarse quietos mucho tiempo en la escuela, en casa y espacios públicos también erosiona el proceso de aprendizaje integral.
Las neurociencias han comprobado que el movimiento activa la interconexión de ambos hemisferios cerebrales y aporta claridad mental. Yo misma cuando tengo bloqueos para escribir, me doy cuenta de que he estado mucho tiempo sentada, centrada en la mente y que necesito moverme, salir, caminar, hacer marcha cruzada, entrar en contacto con la naturaleza y, es justamente en ese ejercicio de reconexión con mi cuerpo y con la experiencia vivencial no mediatizada por pantallas, que empiezan a surgir de forma más clara las ideas. Seguramente te ha pasado a ti también.
Debido a la educación que hemos recibido los adultos hemos perdido conexión con la sabiduría de nuestro cuerpo, con la regulación de nuestros biorritmos naturales de movimiento y reposo para mantenernos sanos, más integrados y con una mejor calidad de vida. No heredemos las patologías culturales a nuestros hijos e hijas, no permitamos que le pase lo mismo a las nuevas generaciones.
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