El Teatro del Bicentenario cerró una temporada excepcional con el estreno de una obra de Herman Cornejo
SAN JUAN.- Hace 35 grados a la sombra y aunque esta es una capital famosa por el viento, no se mueve ni una hoja en la copa de los árboles. Lo que sí sobrevuela la ciudad este fin de semana es la silueta de un pájaro fantasma, con ojos grandes y un lamento que -según la tradición oral- es similar al llanto humano. La metáfora sale del urutaú, que habita en la otra ladera del país, al noreste, cerca de a Paraguay. Del ave, con alas abiertas y salto abismal, se apropia Herman Cornejo para crear su propia mitología en la primera obra que lo tiene como director y protagonista, Anima Animal, estrenada este viernes con producción del Teatro del Bicentenario (TB).
El argentino, figura del American Ballet Theatre de Nueva York hace más de dos décadas, trabajó con el grupo de danza contemporánea Cadabra y su coreógrafa, Anabella Tuliano, para componer un ballet indigenista movido por el interés que les despertó conocer la historia de Caaporá. Pero de ese proyecto trunco que hace más de un siglo reunió alrededor de una leyenda guaraní a una suma de talentos irrepetible –el escritor Ricardo Güiraldes, el pintor Alfredo González Garaño y el bailarín Vaslav Nijinsky– lo que llega a esta escena es un hombre-pájaro y, por supuesto, la inspiración de aquella vieja idea que aportó su esencia y sin la cual no existiría esta recreación en el siglo XXI.
Es viernes a la noche en la sala provincial –un edificio imponente, con parque y espejo de agua en el entorno- y los accesos están superpoblados de chicas con vestidos largos, jóvenes de saco y moñito. Parece mentira que este público esté desde temprano esperando con ansias para entrar a ver un espectáculo de danza; tan increíble que no, no es real. Enseguida los lugareños explican lo que sucede: la postal del teatro –una estructura circular que se ve dorada cuando cae el sol, coronada por un arco blanco y enmarcada con una suerte de pirámide- se volvió tan emblemática y fotogénica, que es la locación favorita para la selfie de los egresados, las quinceañeras y los novios. Finalmente cuando se apaga la luz, la sala principal no llega a colmarse -puede recibir hasta 1129 personas-, pero el público se manifiesta entusiasta con la propuesta; tras el debut, aún restan dos funciones, sábado y domingo.
Anima Animal comienza con un estallido como el que algunos aseguran que dio origen al mundo. Desde el principio, la música es protagonista e irá entregando mucha información que no está a la vista: la puesta en escena austera, apenas una atmósfera, está determinada por un jugado diseño de luces. El curso de agua de una cascada -que por dificultades técnicas llegó más bien en forma de humo la noche del estreno- se hace presente en la trama sonora, electrónica y orquestada, que de inmediato sitúa la acción en medio de la naturaleza. Más tarde, un bombo folklórico geolocaliza ese ambiente en un territorio bien nuestro; y es también la música original, firmada en coautoría por la compositora Noelia Escalzo y el músico electrónico Uji, la que da contexto y subraya con tono épico los avances y retrocesos de esta tribu, que transita entre luchas y metamorfosis.
En ese devenir, Anabella Tuliano hace desplazar a los intérpretes (los ocho bailarines de su compañía más otros seis, sanjuaninos, que integran el programa de formación del TB) de tal forma que los cuerpos confunden sus características humanas con las animales. La coreógrafa construye y deconstruye figuras que impactan, que son marca de su cuño -una amalgama reconocible de fuerza, fisicalidad y emoción-, y a la vez que generan un golpe de efecto, con la reiteración, las poses se vuelven más esperables. De entre una sucesión de cuadros grupales que encabeza Cornejo, líder de un clan compenetrado, surge un dúo hermoso en el corazón de la obra, que baila con Ximena Tamara Pinto. El cuadro de amor y la consecutiva tragedia no tienen por supuesto los cánones del ballet tradicional, sin embargo cuando ella muere, en ese instante que yace bajo la mirada desahuciada del guerrero, da lo mismo si este hombre prácticamente desnudo es el duque Albrecht frente al cuerpo de Giselle o Romeo en la cripta de los Capuleto. Lo que impera es el sentimiento.
Cornejo pareciera no estar aquí para ser pirotécnico, sino para entregar su “anima”. Sus giros espiralados y los grandes saltos exudan virtuosismo y despiertan admiración. La explosión del comienzo y el vuelo del final imprimen sentido a la leyenda que la obra imaginó y que, para comprender en forma de relato, se cuenta en el programa de mano. Lo que está en escena es la esencia, el nacimiento de la criatura, y esta parece ser solo la primera fase de una trilogía de transformaciones.
Una temporada excepcional
Con el estreno mundial de Anima Animal amplificado a los cuatro vientos con el nombre de un bailarín internacional, el Teatro del Bicentenario confirma un presagio: “Nos está mirando todo el mundo”. Así decían sus autoridades, orgullosas, en un recorrido con LA NACION por el magnífico edificio. “Que una estrella como Herman se haya fijado en San Juan, haya visto nuestra programación y haya pensando en hacer su obra acá eso es muy interesante. Y que mire nuestros artistas y diga: “sí”, expresa Victoria Balanza, responsable del área de Danza del TB. “Estamos teniendo visibilidad, que sea San Juan y no siempre Buenos Aires quiere decir que se descentraliza y eso es super lindo”.
La que termina con este espectáculo es la sexta temporada de una sala joven, con un modelo de gestión y metas a largo plazo, que primero llamó la atención con su templo y entorno cuando abrió al público en octubre de 2016 de la mano de La Fura dels Baus. Luego, de forma escalonada, fue creciendo, celebró convenios con otros teatros de la Argentina y de países vecinos, y produjo espectáculos que le dieron, no solo en sentido figurado, sino a la hora de los premios, certificación de calidad.
De gestión provincial y fondos públicos (sólo el 2% de privados, ingresan por la Cámara de Turismo), el Bicentenario fue concebido principalmente para ópera y danza. No tiene cuerpos artísticos estables: trabaja con la orquesta sinfónica y los coros de la Universidad Nacional de San Juan, y desarrolla un programa de formación de bailarines locales que frecuentemente nutre o completa los elencos de los títulos que presenta. En su sala principal, a la italiana y con foso, la tecnología y maquinaria escénica le permite reponer, crear y estrenar títulos líricos y ballets. En este sentido, hay un antes y un después del TB para las artes escénicas en la provincia. Así como no hubo previamente una ópera escenificada, El Cascanueces fue el primer ballet completo con orquesta en representarse aquí en 2017.
Sobre esta “visión y misión”, Silvana Moreno, su directora actual –que sucedió en el cargo a quien es hoy presidente de la Fundación de Amigos del teatro, Eduardo Savastano-, observa que “el proyecto va enraizándose en San Juan, en el país y en Latinoamérica, para desde ahí obtener una visibilidad internacional. Siempre pensamos al Teatro del Bicentenario como un polo artístico cultural de la región, con una programación ecléctica, que tiene como eje central la excelencia artística y escenotécnica, los programas de formación (en la música, en la danza, en el canto) y relacionamiento con la comunidad (visitas guiadas, acciones para construir nuevos públicos)”, dice.
Los hitos líricos de estos seis años registran, por ejemplo, una versión propia de La flauta mágica, con diseño de escena de Eugenio Zanetti, en una adaptación al español acreditada por el Mozarteum Salzburgo que atrajo hasta este rincón del mapa al presidente de la entidad: de regalo les entregó la reproducción de las partituras de Mozart, en tres volúmenes que muestran durante la visita de LA NACION como si fuera un tesoro. En 2021 fue Madame Butterfly y en 2022, La Bohéme: la misma que abrió el año en el Colón tuvo su eco en San Juan.
En la historia corta -historia al fin- de este ambicioso teatro de provincia, la temporada que ahora está bajando el telón fue excepcional. Además de los mencionados, se sellaron acuerdos con el Teatro Nacional Cervantes –para las obras Y que todo arda y El hombre que perdió su sombra, con el que trabajaron la gestión de públicos en funciones accesibles- y con el Teatro San Martín, cuyo Ballet Contemporáneo presentó en una fecha del calendario del Mozarteum a la maravillosa Cantata de Mauro Bigonzetti. Desde Barcelona, visitó el teatro Yoshua Cienfuegos, para hacer su Requiem; también el Ballet Nacional del Sodre de Uruguay cruzó la frontera en septiembre con La Tregua, sobre la novela de Mario Benedetti, un espectáculo para el que Lino Patalano había imaginado una gran gira argentina, pero sólo quedó en pie este desembarco sanjuanino. Y en octubre, la Carmina Burana de Mauricio Wainrot se dio de forma inédita en la Argentina, con coro, cantantes y músicos en vivo, a 40 años del fallecimiento del compositor Carl Orff.
“El teatro es una fábrica, tiene talleres y equipos que se amplían para poder hacer obras completas –retoma Moreno-. Este 2022 tuvo grandes desafíos en términos de reposición y tomamos la decisión de no hacer ninguna concepción original, excepto la obra de Herman, pero 2023 será un año marcado por la producción propia”. Todavía con los títulos por anunciarse, la directora de la casa anticipa que habrá dos producciones originales de ópera y reposiciones de ballet. Cuenta, además, que trabajan con Les grandes personnes en el desarrollo de unas marionetas gigantes. “Es una compañía francesa que realiza un trabajo con la sociedad y en el espacio público. Así que para nuestro séptimo aniversario vamos a dar a conocer los personajes que va a tener el teatro y que van a transitar por la ciudad”.
Ya saben, entonces, en San Juan, si de casualidad vuelven a ver sobrevolar la ciudad a un hombre-pájaro, no es Superman.