Teatro Colón: la excelencia del rockstar Jakub Józef Orlinsky prescindió de arias conocidas y de nombres propios

El contratenor Jakub Józef Orlinski junto a la orquesta Il Pomo d´Oro dirigida por Maxim Emelyanychev, en el marco del Ciclo Grandes Intérpretes Internacionales
El contratenor Jakub Józef Orlinski junto a la orquesta Il Pomo d´Oro dirigida por Maxim Emelyanychev, en el marco del Ciclo Grandes Intérpretes Internacionales - Créditos: @Arnaldo Colombaroli

Recital de Jakub Józef Orlinsky, contratenor, con Il Pomo d’Oro, dirigido por Maxim Emelyanychev. Programa: arias de óperas barrocas de Cavalli, Boretti, Giovanni Battista Bononcini, Conti, Predieri, Handel, Hasse, Matteis y Orlandini. Ciclo Grandes Intérpretes 2022. Teatro Colón. Nuestra opinión: excelente.

Cuesta recordar, si es que alguna vez hubo alguno, un recital de un afamadísimo cantante internacional que no haya cantado ni siquiera un aria o alguna canción conocida. Pero la unicidad de este concierto fue más lejos aún. No es que el artista en cuestión cantó arias o canciones desconocidas de compositores célebres o de cierta relevancia sino que el recital fue armado con obras de compositores que, en su inmensa mayoría, ni siquiera son conocidos por sus nombres. Y si aun con estas características –que, ciertamente, ningún empresario o artista se arriesgaría a tomar en cuenta como mínima posibilidad– el público del teatro que se animó a ir a semejante desafío concluyó por explotar en ovaciones tan estruendosas como merecidas. La única razón que puede explicar esta situación “anómala” que tuvo lugar en el Colón está en la excelencia del cantante y sus características escénicas personales, en el arte impecable del ensamble Il Pomo d’Oro que vino con él y en el conocimiento profundo de las corrientes musicales que fluyeron por los escenarios musicales italianos entre 1660 y 1720, ese Barroco Medio que, de modo muy acotado, está habitualmente reducido a una serie de notables compositores pero que, en definitiva, no hacen sino dejar de lado músicas tan bellas y atractivas como las que Orlinsky exhibió para disfrute de quienes lejos estuvieron de llenar al Teatro Colón.

Orlinsky recibe el aplauso de la platea junto al ensamble Il Pomo d´Oro dirigido por Maxim Emelyanychev
Orlinsky recibe el aplauso de la platea junto al ensamble Il Pomo d´Oro dirigido por Maxim Emelyanychev - Créditos: @Arnaldo Colombaroli

Jakub Józef Orlinsky es lo más parecido a un rockstar que se pueda encontrar en el mundo de la música clásica. Joven, con miradas y minúsculas gestualidades propias de un actor en pleno acto de seducción y muy suelto en sus actitudes y movimientos sobre el escenario, cautivó desde el mismo ingreso junto a Maxim Emelyanychev. Pero la fascinación y el impacto brotaron invictos cuando, en el mismísimo comienzo, cantó un aria estrófica de La Calisto, una ópera de 1661 del cada vez más valorado Pier Francesco Cavalli, junto a Marc’Antonio Cesti, el gran artífice de la nueva escuela operística veneciana posterior a Monteverdi, concretamente, la primera época del bel canto italiano. Orlinsky es un contratenor contralto de una voz tersa, muy pareja desde el La grave hasta el Mi agudo, con una afinación irreprochable y una capacidad expresiva admirable, la suficiente para aplicar todas las inflexiones y ornamentaciones requeridas para que, sólo con su canto, pudiera denotar, en esta aria, el amor de un pastor que, cantando a la diosa Diana va cayendo en un sueño reparador.

Orlinsky se despidió de la ópera veneciana con otras dos arias de Giovanni Antonio Boretti y, desde “Infelice mia costanza”, de la ópera Aminta, del mayor de los hermanos Bononcini, le dio ingreso a la escuela napolitana con sus novedosas arias da capo que, desde ese momento, se enseñorearon en el Colón. Si hasta ese instante la musicalidad, el color de su voz y las certezas de Orlinsky habían sido el punto de admiración, en la reiteración de la primera sección de esta aria de Bononcini se instaló interminable sobre la primera sílaba de la palabra Infelice por una eternidad. Ese fiato sostenido y la posterior ornamentación lo elevaron al Olimpo. La reunión de musicalidad, perfección del canto y sus miradas cómplices hacia la platea terminaron por entrelazar de modo indestructible todos los destinos de quienes el lunes se dieron cita en el Teatro Colón.

Pasaron arias de los desconocidos Francesco Bartolomeo Conti, Luca Antonio Predieri, de una desconocidísima ópera de Handel, de Johann Adolf Hasse y una brillante interpretación de Il Pomo d’Oro de una suite instrumental extraída de una ópera del napolitano Nicola Matteis. Y, por último, en el final, el gran show de Orlinsky. Para cerrar el recital, cantó un aria de Nerone, una ópera del florentino Giuseppe Maria Orlandini. Con todas las licencias y libertades, y muy bien secundado por Il Pomo d’Oro, se tomó pausas y caminando por el escenario mirando al público, aplicó coloraturas, elaboró ascensos imposibles de tres octavas desde su Do grave de barítono natural hasta el Do agudo de contratenor, introdujo melodías ajenas que trajo a colación y remató con disonancias tensionantes que siempre resolvieron en la nota correcta con una afinación irreprochable. Esta robusta mixtura de contratenor excelso y actor consumado en un recital de canto fue, sencillamente, un remate espectacular.

Hubo tres arias fuera de programa, una del napolitano Nicola Fago, otra de Riccardo Primo, de Handel y, por último, la única aria bien conocida de toda la noche, “Vedrò con mio diletto”, de Il Giustino, de Vivaldi. En lo que va del año, han tenido lugar algunos recitales y conciertos excelentes. Pero, realmente, ninguno tan original y diferente como el de Jakub Jósef Orlinsky