La temporada del soplón: la antigua táctica que florece en una época de turbulencia política y peligro biológico

En una época de turbulencia política y peligro biológico, los estadounidenses han recurrido a una antigua táctica para mantener a raya a los infractores: el chisme. (The New York Times)

Tu chat grupal no es seguro. Tampoco lo es tu fiesta de fraternidad sin mascarillas, tu boda con distanciamiento social o tu intento de derrocar al gobierno de Estados Unidos mientras usas un casco vikingo. Ellos te están observando, ellos te están reportando, “ellos” quizás podría ser alguien a quien amas.

A lo largo del año pasado, la sociedad estadounidense ha respondido a la turbulencia política y al peligro biológico recurriendo a una antigua táctica para mantener a raya a los infractores: el chisme.

Desde líneas telefónicas del FBI que reciben denuncias hasta avisos en las redes sociales, los estadounidenses usaron todas las vías posibles para alertar a las autoridades competentes —y al público de todo el mundo— sobre quién, y desde dónde, se estaba portando mal.

El chisme (y su primo más tenso, la información) es tan viejo como la civilización, pero quizás nunca ha habido tan poco por hacer y tanto de qué chismorrear. Con la pandemia, nuevas reglas para la seguridad y la interacción social fueron creadas de la noche a la mañana y, en parte debido a que estas nunca se acordaron mutuamente —entre países, gobiernos, vecinos, familias o colegas—, delatar le ofreció a la gente una manera de sentir como si estaban haciendo algo bueno, a expensas de alguien que parecía estar haciendo algo malo.

La cultura de los recibos

La semana pasada, después que surgieron fotografías del senador republicano por Texas Ted Cruz, donde se le veía en un viaje hacia Cancún, México, en medio de la catastrófica tormenta de nieve que mató a varios texanos y que podría ser la emergencia más costosa que su estado ha vivido, las redes sociales se aceleraron.

Los reporteros encontraron su nombre en los manifiestos de vuelo, Twitter explotó con etiquetas burlonas, como #TedVolador, y una fotografía en la que Snowflake, el poodle de la familia Cruz, mira con tristeza por la puerta principal de su casa vacía se volvió viral.

Inicialmente, Cruz dijo que había dejado el estado como acompañante de sus hijas, quienes querían hacer un viaje con amigos, y así ser un “un buen papá”. Pero en pocas horas, esa narrativa se deterioró por los mensajes de texto filtrados que mostraban, el día anterior, a la esposa de Cruz, Heidi, quejándose de las temperaturas “HELADAS” en su hogar y donde invitaba a sus amigos y vecinos de Houston a acompañarlos a ella y sus familiares al hotel Ritz-Carlton en Cancún donde, según ella dijo, las habitaciones solo cuestan 309 dólares por noche.

El martes en un pódcast, Cruz aseguró que su esposa estaba “molesta” porque se filtraron capturas de pantalla de su chat grupal y, con lenguaje vulgar, criticó al responsable por violar los lazos de vecindad.

Sin embargo, nadie podría negar que quien filtró los mensajes “tenía los recibos” (una frase de jerga popular que significa evidencia de mala conducta). La prueba de la mentira del senador fue, como una vez se describió memorablemente a los recibos, “dinero en la corte del pueblo”.

Juez, jurado y verdugo

La gente siempre se ha deleitado al exponer los actos hipócritas de los políticos, pero durante el último año las masas confinadas comenzaron a mirarse unas a otras con la misma cautela.

A medida que los confinamientos entraron en vigor durante la primavera, las personas comenzaron a compartir publicaciones en redes sociales como evidencia de que sus compañeros no mantenían el distancianciamiento o para identificar a negocios que no hacían cumplir las medidas de seguridad. En Wisconsin, un médico local fue suspendido después de ser fotografiado en una manifestación en contra del uso de mascarillas en abril; a lo largo del país, los gobiernos instalaron números de asistencia telefónica para que las personas plantearan inquietudes relacionadas a la pandemia. En marzo pasado, el gobernador de Los Ángeles, Eric Garcetti, alentó a las personas a denunciar los negocios que violaban las leyes de protección impuestas debido al COVID-19, al declarar que los “soplones obtienen recompensas”. (En realidad, no se ofrecieron las recompensas).

La NBA también creó una línea de atención telefónica para que sus jugadores se reportaran entre sí mientras jugaban la temporada 2019-20 en medio de la cuarentena. “A todos mis compañeros jugadores de la NBA, no llamen a la línea de atención telefónica para soplones”, le dijo Spencer Dinwiddie, jugador de los Nets de Brooklyn, a Bleacher Report después que varios jugadores supuestamente llamaron con quejas. Pero también “no crucen la línea para pedir comida u otra cosa por Postmates”.

Los recintos universitarios también emergieron como caldo de cultivo para los soplones: las universidades, incluidas la de Yale y la de Nueva York, instalaron líneas directas de asistencia telefónica para que estudiantes reporten cualquier queja relacionada al coronavirus; en otros casos, los propios estudiantes tomaron medidas. Una estudiante de Cornell se disculpó públicamente después que fue humillada por publicar en la red social Snapchat desde una fiesta. “A nadie le gusta delatar, es incómodo”, así lo declaró a The New York Times Melissa Montejo, una estudiante de segundo año en Cornell que firmó la petición para criticar a la estudiante que fue humillada. “En realidad, no soy una persona que va por ahí diciéndole a los otros lo que deben hacer, pero para mi, este caso en particular era preocupante. Por salvar una vida, vale la pena ser cuidadoso por tres meses y no comportarse irresponsablemente”.

Gran parte de las reprimendas en las redes sociales a quienes desobedecen las reglas podrían agruparse en la categoría de "avergonzar por corona". La crítica severa tenía el objetivo de avergonzar y no como un llamado a que las autoridades intervengan.

Pero esto se ha convertido en un punto álgido en las guerras culturales en curso. En agosto de 2020, un segmento del programa de Fox News, “The Ingraham Angle” —titulado “Universidades están convirtiendo a los estudiantes en soplones del coronavirus”— denunció a las líneas directas de asistencia telefónica de las universidades, mientras que otro segmento, de febrero de 2021, llamado “La patrulla de soplones de Biden” mencionó los comentarios a favor de los soplones de Garcetti y destacó la historia de una adolescente que denunció a su madre por participar en el asalto al Capitolio, declarando que “estos agitados soplones tienen más en común con la anticuada policía del pensamiento de los soviéticos que con los liberales de la libertad de expresión de los años 70”.

Entregando a nuestros padres

Uno de los casos más grandes de soplones digitales en masa de la historia tuvo lugar después de los disturbios del Capitolio el 6 de enero, cuando usuarios de internet comenzaron a buscar entre la asombrosa cantidad de evidencia en fotografías y videos que se generó por ese evento para así identificar a aquellos que asaltaron el Capitolio.

Estados Unidos es una nación de pueblos natales y los disturbios presentaron a malos actores de cientos de estos pueblos. Oficiales de policía, bomberos, vendedores de autos y funcionarios electos fueron identificados entre la multitud. Al estudiar detenidamente las imágenes con el ojo de un local, cualquier miembro del público interesado podría convertirse en un consultor independiente que trabaja en asuntos de seguridad nacional.

El FBI abrió líneas de asistencia telefónica para que las personas enviaran pistas; ya para el 26 de enero se habían recibido más de 200.000 de estas. El evento fue algo así como un punto de inflexión para el detectivismo en redes sociales desde la comodidad del hogar, una práctica con una accidentada historia moderna de identificación errónea de personas como presuntos delincuentes.

Pero la tecnología disponible, y la cantidad de material que revisar, ha crecido exponencialmente. Algunas personas usaron programas de reconocimiento facial para identificar a los alborotadores; otros usaron la capacidad de reconocimiento facial de sus cerebros para identificar a viejos amigos y examantes, vecinos, compañeros de escuela y amistades de Facebook. Un hombre de Freeport, Nueva York, fue arrestado después de enviar una selfi desde la rotonda del Capitolio a su cuñado, un agente federal. Una mujer entregó a su exnovio después que este la llamó “estúpida” en un texto por no creer que la elección había sido robada.

Varias personas entregaron a sus padres. El Times reportó que Guy W. Reffitt, le dijo a su hijo de 18 años, Jackson Reffitt, que lo mataría si lo reportaba a la policía por participar en los disturbios. Pero Jackson ya lo había hecho.

Quizás deberías cerrar todas las pestañas

La tecnología, y nuestro amor constante por esta, es crucial para nuestro actual momento de vigilancia social. Delatar no es solo un subproducto de la curiosidad o el miedo; es una característica tecnológica incorporada en la arquitectura digital de la era de la pandemia, específicamente cuando hablamos de programas diseñados para el trabajo remoto y el rastreo del coronavirus.

Si eso parece particularmente preocupante, podría ser útil recordar que las empresas de tecnología más poderosas del mundo, cuyos productos probablemente estés utilizando para leer esta historia, ya utilizan un modelo de negocio de vigilancia masiva, que recopila y vende información de los usuarios a los anunciantes a una escala inconmensurable. Nuestros teléfonos móviles nos rastrean en todas partes y nuestras ubicaciones son vendidas y compradas por corredores de datos a un increíble e íntimo detalle. El software de reconocimiento facial utilizado por las fuerzas del orden rastrea las selfis de Instagram. Facebook recopila los datos biométricos de sus usuarios.

Todo el ecosistema, más o menos, se basa en los soplones.

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This article originally appeared in The New York Times.

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