El desgarrador testimonio de quien convive con un trastorno de alimentación

“¿Cuántas veces piensas en tu cuerpo a lo largo del día?”, le pregunto. “A cada rato, desde que me despierto hasta que me acuesto. Si acaso logro que me de alguna pausa entre horas. Hay días mejores que otros, seguro. Pero el fantasma de lo que no puedo asumir de mi aspecto me acompaña siempre, no me deja nunca”.

Gala (nombre ficticio por petición expresa) tiene 35 años y arrastra desde hace 25 un trastorno de la conducta alimentaria crónico (TCA) en el que deposita toda la aflicción que siente a causa de una vida que no le resulta fácil de transitar. “¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?”, reflexiona. “Mi psicóloga dice que la tristeza va primero y destrozarse emocional y físicamente, después. Me encuentro mal, entonces me veo mal”. Pero la imagen grotesca que le devuelve el espejo, las formas irregulares propias del cuerpo femenino que ella palpa con sus manos y desprecia son tan tan reales que, considerar por un momento que es una distorsión producto de su cabeza, es como querer hacerla creer que la tierra es plana.

La Secretaría de Salud de México estima que cada año se registran 22 mil nuevos casos de anorexia nerviosa y bulimia en el país, los trastornos de la conducta alimentaria más comunes. Afectan, sobre todo, a jóvenes entre los 13 y los 19 años y hasta nueve mujeres por cada hombre. Se calcula que el 10% de los adolescentes mexicanos con anorexia y el 17% con bulimia han tratado de suicidarse en algún momento. La Organización Mundial de la Salud (OMS) clasifica estos trastornos como enfermedades mentales y las sitúa en el tercer lugar de las enfermedades crónicas más extendidas entre la población. Los TCA pueden desencadenar problemas gravísimos de salud, desde desnutrición, cardiopatías, menstruaciones irregulares o el retiro de la misma, diabetes y un larguísimo etcétera.

Existen diferentes tipos de trastornos de alimentación con diferente sintomatología, aunque en todos se genera una distorsión respecto a la percepción física. Getty Creative
Existen diferentes tipos de trastornos de alimentación con diferente sintomatología, aunque en todos se genera una distorsión respecto a la percepción física. Getty Creative

Quienes padecen alguno –o varios– de estos trastornos (bulimia, anorexia nerviosa, trastorno por atracón o por evitación) tienen una fijación excesiva con el peso, su apariencia corporal y, por ende, una relación complejísima con la comida. Pero el peso siempre es lo de menos. En la obsesión por adelgazar o no engordar confluyen un sinfín de desencadenantes que pueden ser individuales, familiares, socioculturales e, incluso, genéticos. Efectivamente, el trastorno es la manifestación de un malestar emocional descomunal, no el huevo. De acuerdo con el Centro de Estudios para el Adelanto de las Mujeres y la Equidad de Género (CEAMEG), en los últimos 20 años, los casos de TCA han aumentado un 300% en México, coincidiendo con una mayor exposición a los estereotipos de belleza debido al uso masivo de Internet.

Gala tenía 10 años cuando le diagnosticaron anorexia nerviosa en un hospital infantil de referencia. Llevaba meses restringiendo la ingesta de comida y días en los que no comía absolutamente nada. Su estrepitosa bajada de peso a niveles muy por debajo de lo que se puede considerar saludable para una niña de su edad y estatura alertó a sus compañeros de escuela, los primeros en dar la voz de alarma. “Recuerdo muy bien esa sensación de rabia al ver que me habían descubierto, que ya no podía tener el control sobre mi cuerpo y sobre lo que comía. En casa las cosas no estaban bien y la comida, o la falta de ella, me permitía tener cierto control sobre algo relativo a mis circunstancias”, cuenta.

Los siguientes años fueron una sucesión de idas y venidas al hospital, depresión, antidepresivos prescritos por profesionales, acompañamiento psicológico, consumo diario de laxantes sin prescripción alguna, atracones explosivos, subida de peso, más restricciones de alimentos, relación destructiva con el alcohol, mucha tristeza, dolor, dolor, dolor… “Menuda lista de catastróficas desdichas (se ríe nerviosa). Mis problemas con la comida siempre han estado ahí. A día de hoy incluyen temporadas de restricción de alimentos y, entonces, bajo de peso. En momentos de mucha inestabilidad emocional me mando al otro lado: me doy atracones y, lógicamente, subo de peso. Es terrible. Lo curioso es que poca gente de mi alrededor lo sabe. No me gusta hablar de ello, me da mucha tristeza, la verdad. Me pregunto por qué yo, por qué a mí”.

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Convivencia compleja

Gala se niega a que su trastorno de alimentación la defina, pero es consciente de que condiciona muchos aspectos de su vida, "todos, para qué nos vamos a mentir", recalca. Hay días en los que levantarse de la cama, vestirse y salir a la calle se le hace cuesta arriba. Se mira compulsivamente en los cristales de los escaparates esperando a que el reflejo le devuelva compasión. Ir de compras es un suplicio: nada le queda bien, nada le gusta. Se prueba un par de prendas, las más holgadas que encuentra y sale disparada del probador con los ojos aguados porque la ansiedad le nubla. Cuando el malestar la coloniza, no permite que su pareja le toque. Evita cualquier acercamiento que pueda desembocar en un momento íntimo, donde sus formas monstruosas, esas que solo ve ella, queden al descubierto. Ha dejado de ir a reuniones de trabajo y celebraciones familiares importantes por su incapacidad de verse bien, de creer en ella, de mantener a raya sus pensamientos autodestructivos.

Cada desayuno, almuerzo, cena se convierte en un episodio de gran angustia. Reconoce que comer es un placer, pero no hay día en el que no le invada la culpabilidad antes y después de la ingesta. “Cuánto es comer demasiado, cuánto puedo comer sin engordar, qué alimentos engordan menos”, son algunos de los pensamientos involuntarios que la invaden cada vez que se sienta a la mesa. “La comida se convierte en obsesión y adicción. Pero tú no puedes vivir sin comer. Si eres adicto a las drogas, por ejemplo, el tratamiento es dejar de consumir. Punto. En cambio, si tienes un trastorno de la alimentación, te enfrentas todo el tiempo al acto de comer. Tienes que gestionar esa relación como mínimo tres veces al día cada día de tu vida. Es desgastante”, explica.

Gala no es flaca, ni gorda, ni encaja en el ideal de belleza que tampoco representa al 90% del conjunto de mujeres del mundo. Es ciertamente atractiva, tiene una carrera, tres maestrías, habla tres idiomas, es una mujer exitosa en su profesión. Nada de eso le sirve para arrancarse esa versión nefasta y adulterada que tiene de ella misma. Mientras tanto, sueña con el día en el que su malestar le de una tregua, poder salir del bucle de pensamientos negativos contra sí misma que no quiere normalizar, pero que no sabe cómo dejar marchar. “No sé si llegará el día en el que pueda sentarme delante de un plato de comida y simplemente disfrutar, sin culpas, sin angustias. O el día en el que mi vida no gire en torno a cómo me veo. Pero no desisto. Encontraré la forma de estar en paz conmigo misma. Y eso ya es una victoria”, concluye.

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