The Clearing, entre una estricta líder espiritual, el secuestro de una niña y una enigmática mujer que vive en el bosque
The Clearing (Australia, 2023). Creadores: Matt Cameron y Elise McCredie. Elenco: Teresa Palmer, Miranda Otto, Guy Pearce, Julia Savage, Erroll Shand, Anna Lise Phillips, Kate Mulvany, Hazem Shammans. Disponible en: Star+. Nuestra opinión: muy buena.
“The Clearing” significa “La Purificación”, el ritual que se lleva a cabo en Blackmarsh, una imponente mansión en un bosque cerca de Woodfield, un pequeño pueblo de Australia. La artífice de esa ceremonia y líder espiritual de una comunidad cerrada y reticente a la mirada pública es Adrienne (Miranda Otto), una señora con aires aristocráticos que impone temor y reverencia en cada aparición. Sometidos a sus dictados y veleidades existen unos pocos lacayos que ofician de guardianes de su propiedad y rectores de un séquito de niños destinados a constituir su herencia y legado al mundo. “Una nueva sociedad” esboza con aires mesiánicos su mano de derecha, el doctor Bryce Latham (Guy Pearce). Los niños, todos teñidos de un inquietante rubio platinado, uniformados con trajes deportivos de color azul y disciplinados con canciones, ejercicios físicos y una dieta estricta, parecen una imagen salida de El pueblo de los malditos de John Carpenter, una especie de coletazo de las juventudes nazis criados para grandes y terribles gestas.
El punto de partida de The Clearing, miniserie australiana heredera de la tradición del cine de aquella isla forjado en los 70, con películas como Picnic en las rocas colgantes de Peter Weir o la extrañísima Summerfield de Ken Hannam, es el secuestro de una niña . La pequeña Sara es abducida por el séquito de Adrienne mientras regresa a su casa en Woodfield y es convertida en el undécimo eslabón de su ejército de infantes. La trampa para atraparla fue Amy (Julia Savage), una púber de 13 años cuya estancia en la mansión ya evidencia ciertas grietas. La llegada de Sara, pronto convertida en Asha para la comunidad, despierta nuevos interrogantes sobre la existencia en el afuera que le ha sido vedada. Afuera están los “diablos azules” dispuestos a inmiscuirse en su pacífica existencia, están los peligros y la corrupción de un mundo del cual Adrienne –llamada Maitreya por sus súbditos- y su amorosa dedicación los protege. Pero para Amy las cosas se tornan cada día más opacas, su devoción a esa madre se hace incómoda y asfixiante, dando vida a un germen de resistencia hasta entonces inimaginable.
La miniserie asienta su doble lógica desde su inicio. Junto al secuestro de Sara y el mundo de la comunidad asoma otra historia, la de Freya (Teresa Palmer). La conocemos bajo el agua, aguantando la respiración como parte de un desafío a la muerte mientras su pequeño Billy cuenta los minutos de resistencia. Ambos habitan en el bosque cerca de Woodfield, en una imponente casa vidriada y confortable. Freya vive inquieta, mirando siempre tras sus pasos, reticente a los comentarios de las madres del colegio de Billy, atenta a la aparición de posibles intrusos. La noticia del secuestro de una niña en los alrededores despierta sus recuerdos y agita sus monstruos interiores. ¿Quién es en realidad Freya y cómo se conecta con la secta que lidera Adrienne a fuerza de carisma y horror? El magnético interés de la historia –basada en la novela de J. P. Pomare y a su vez inspirada en la historia real de La Familia, el culto australiano liderado por Anne Hamilton-Byrne- radica en los recovecos de su construcción, sustentada en persistentes dualidades: dos tiempos que se cruzan, dos identidades que se entremezclan, dos vertientes de esa adoración entre madres e hijos que oscilan entre la dominación y la dependencia.
Creada por Matt Cameron y Elise McCredie –guionistas de Jack Irish, Secret City, Sunshine- , la miniserie se encabalga con la herencia más ardiente del cine australiano, aquel extraño fantástico forjado en el revisionismo de la conquista británica, la pertenencia aborigen y las deudas fantasmales con un horror a menudo disimulado en su fachada colonial. El cine de Weir, de Hannam, pero también de George Miller, Fred Gillespi y Bruce Beresford, fue el corazón del llamado Nuevo Cine Australiano y dejó huellas en las narrativas que siguieron dando frutos en su país. Aquí la atmósfera envolvente de Blackmarsh se combina con purificaciones alucinatorias inducidas por el LSD, un espacio exterior indescifrable y devorador como lo era el bosque de las niñas desaparecidas en Picnic en las rocas colgantes, y el rigor disciplinario de la comunidad detenta una tradición de sumisión invocada en las reyertas militares de películas como Gallipoli o Breaker Morant y aquí recuperada en un cautiverio desolador.
Pero el gran hallazgo de The Clearing es el notable trabajo de Miranda Otto , quien viste a su personaje de un garbo anacrónico, con sus falsas pelucas de diva de Hollywood, la cadencia de sus frases seductoras y convincentes que ofrecen el último peldaño hacia la caída. La textura de su monstruosidad está dada por la dosificación de sus apariciones, por el tenue fastidio con el que recibe la desobediencia y por una magistral presencia que imprime terror y una pátina de locura capaz de complejizar la idolatría de sus feligreses. En ese cruce de mitologías nacionales y una fuerte identidad cinematográfica se alberga lo mejor de esta ficción.