'The Last of Us' y su tercer episodio nos tocan el alma tras haber vivido una pandemia

Bill (Nick Offerman) y Frank (Murray Bartlett) en el tercer episodio de 'The Last of Us' (cortesía de HBO)
Bill (Nick Offerman) y Frank (Murray Bartlett) en el tercer episodio de 'The Last of Us' (cortesía de HBO)

ATENCIÓN: este capítulo contiene SPOILERS del tercer episodio de The Last of Us, de lo mejores en la historia de la televisión moderna.

El mejor capítulo del año. De los mejores de la televisión moderna. Es la definición que surge tras vivir, experimentar y, sobre todo, sentir el tercer episodio de The Last of Us. Porque la serie de HBO no deja de sorprendernos y en esta ocasión, no solo desvía la historia del videojuego en que se basa, sino que lo hace con una subtrama tan real como la vida misma que nos llega a lo más profundo del alma. Una historia que deja a la ciencia ficción y monstruos infectados en segundo plano para adentrarse en una relación que refleja una faceta humana que vivimos durante nuestra propia pandemia.

A lo largo de 75 minutos, el capítulo desarrolla una relación de principio a fin, a través de la historia de Bill (Nick Offerman) y Frank (Murray Bartlett). Una historia que nos habla de conexión, intimidad y compromiso en tiempos de pandemia. Una relación homosexual que define la preciosidad del amor más profundo, ese que no entiende de géneros ni diferencias.

Hasta el momento, la serie se había mantenido bastante fiel al videojuego original. Mas allá de algunas inclusiones puntuales y expansión explicativa de la trama, el creador del videojuego, Neil Druckmann (que también es productor ejecutivo de la serie) y Craig Mazin (Chernobyl) se mantuvieron fieles a la idea central y la historia que lleva al mercenario Joel (Pedro Pascal) a proteger a la adolescente de temperamento fuerte Ellie (Bella Ramsey). Hasta que llegó el tercer capítulo.

Bajo el título Long Long Time, el episodio se desvía de la misión para posar toda su atención en un ermitaño llamado Bill, acostumbrado a la soledad y con muchas mañas. Un superviviente nato que parece disfrutar, a su manera, del desafío constante de vivir en esta pandemia con plaga de monstruos. Hasta que llega Frank, un hombre que irrumpe en su estructurada vida en soledad con ímpetu alegre, siendo un soñador que anhela más de la vida, incluso en pandemia.

Bill (Nick Offerman) en el tercer episodio de 'The Last of Us' (cortesía de HBO)
Bill (Nick Offerman) en el tercer episodio de 'The Last of Us' (cortesía de HBO)

El capítulo desarrolla toda la relación con un mimo que se palpa a través de la pantalla. Son diferentes pero se complementan, creando una burbuja pandémica donde lo que importa es la intimidad de la pareja en todas sus vertientes. Desde la unión a hacerse reír, y el ser conscientes de que son su única compañía en un mundo aislado y apocalíptico, aceptándolo con la naturalidad que aporta el sentimiento de amor real, la paciencia y el compromiso. Bill y Frank forman una pareja que aprende a aceptarse tal y como son, que hacen concesiones por amor y por el mero hecho de hacer feliz al otro.

El capítulo repasa la historia de los dos a lo largo de 20 años, sobreviviendo en su propia burbuja y gracias a las trampas caza-monstruos de Bill, creando una trama de esperanza en medio del caos. Y en una serie postapocalíptica sobre humanos infectados a lo 'zombi', héroes mercenarios y misiones letales, donde muchos seres humanos han caído en la miseria del horror con la idea del sálvese quien pueda, esta historia nos recuerda la belleza de la intimidad y el compromiso pero, sobre todo, nos termina tocando el alma al reflejar parte de nuestra experiencia interna viviendo nuestra propia pandemia de COVID.

Porque este episodio nos habla de ese aislamiento y soledad que nos obligó a reflexionar y mirar hacia dentro. Al final, para bien o para mal, la pandemia nos forzó a hacer pausa. A salir del consumo habitual del caos (del stress, la rutina, los problemas, etc.) para darnos el espacio necesario que requiere la reflexión. Cada uno lo habrá podido hacer como pudo dependiendo de los efectos de la pandemia en nuestras vidas, pero de algún modo tuvimos el espacio para observarnos a nosotros mismos y lo que queremos cambiar, o lo que queremos para ser felices... aquellos que nos complementa como humanos. Esos seres queridos que no podíamos ver y hacía tiempo que no hacíamos el esfuerzo de ver; amigos que desaparecieron y otros que se confirmaron como nuestros grandes aliados; trabajos que terminaron y otros que cambiaron; pero haciéndonos ver que lo que importa es lo que nos llena por dentro porque, en realidad, todo lo demás era secundario.

Algunos aprendimos nuevos hábitos, otros nos aferramos a aquello que nos importa mientras muchos rompieron con lo que les hace mal. En el amor, algunas relaciones se afianzaron y otras terminaron con la pandemia. El aislamiento, el vernos forzados a pasar nuestros días con la misma persona cada día, y sobre todo, con nosotros mismos, nos llevó por un camino de introspección donde muchos pudieron tomar decisiones de cambio definitivas.

Por eso, este episodio refleja precisamente esa lección pandémica de dejarse llevar por aquello que nos completa. En este caso con la historia de un hombre ermitaño y solitario que termina abriéndose a lo desconocido -también en pandemia (aunque más extrema)- a un amor que sirve como reflejo del valor del compromiso real, ese que se crea con el paso del tiempo y una conexión que se mantiene y se cuida a pesar de las diferencias.

En un principio Bill se aferra a Frank dejándose llevar por una urgencia física y emocional, para abrirse a la llegada de este hombre en su vida de manera estable a través del aislamiento que la pandemia fuerza sobre ellos. Porque son muy diferentes. Tanto que nos hace dudar si la relación hubiera existido sin los monstruos acechando. Porque Bill es un tipo solitario, aferrado a sus formas y manías. Frank quiere más, mucho más de la vida. Quiere experimentar, probar y volar. Pero evidentemente este mundo apocalíptico los lleva a contener sus personalidades dentro de esa burbuja que construyen juntos, dejando que la intimidad creada con el paso de los años los una sin retorno.

La serie hace un ensayo precioso sobre el valor del compromiso, elevando el peso del amor a un plano superior. Y lo hace despojando el horror que habían plasmado en la historia de Bill y Frank en el videojuego. Allí, Frank se suicidaba tras haber sido mordido, dejando una nota a Bill donde le decía lo mucho que lo detestaba y que prefería morir que seguir a su lado. Un desenlace contrario que mantenía el tono oscuro de la historia en el juego, donde la miseria humana era el conductor principal. Sin embargo, en esta ocasión optaron acertadamente por un romance que nos habla del compromiso más real en medio del caos. Porque Frank no muere mordido, sino que sufre de una enfermedad neurodegenerativa llevándolo a pedirle a su pareja que lo ayude con una muerte asistida. Pero Bill ya no concibe una vida sin él. Llevan décadas juntos, subsistiendo en soledad y en un mundo destrozado sin esperanza alguna. Solo se tienen el uno al y otro y así, Bill decide morir con él.

En resumen, el episodio se aferra a un tronco narrativo sobre la intimidad de la pareja, pero recurriendo a esa introspección que nos ocurrió en pandemia: cuando nos aferramos a aquello que nos hace bien, cuando afianzamos relaciones o rompimos ataduras, motivados por el ejercicio casi forzado de la reflexión interna. A veces sin más remedio ante la rutina del aislamiento. Cuando el mundo a nuestro alrededor era triste e impredecible, y solo podíamos controlar nuestra existencia desde las paredes de nuestro hogar y optamos por cambiar algunas cosas motivados por ese deseo de estar mejor. Desde comer mejor a hacer ejercicio en casa con clases de YouTube, charlar con amigos que hace tiempo no hacíamos por Zoom, adoptar una mascota de una vez por todas o centrarnos en reforzar o romper con la pareja que teníamos al lado. Había que poner el foco en uno mismo. Y eso nos recuerda Bill con su preciosa historia, rompiendo con la soledad autoimpuesta para abrirse al compromiso más personal de su existencia.

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