Estrés postraumático, la terrible factura psicológica que nos dejará el coronavirus
“Como en una guerra”, así describió Christian Salaroli, anestesiólogo-reanimador, las condiciones en las que trabajó durante el pico de la pandemia en Bérgamo. Y al igual que en una guerra, se puede salir vivo, pero marcado. Marcado por el sufrimiento, propio y ajeno. Por la incertidumbre, a nivel personal y social. Por el miedo al contagio, de uno mismo y de los seres queridos. Por el distanciamiento. Las pérdidas. El cara a cara con la vulnerabilidad…
Los más afectados suelen ser quienes combaten en primera línea. Pero esta epidemia se ceba con todos y si no nos preparamos, la estela de angustia que está dejando a su paso puede convertirse en terreno fértil para la aparición de una enorme oleada de estrés postraumático.
Cuando el trauma no nos abandona
El trastorno de estrés postraumático es un problema psicológico que podemos experimentar cuando nos exponemos a eventos que representan una amenaza para nuestra integridad física y/o psicológica, como puede ser una guerra, un accidente, una catástrofe natural, un ataque terrorista o una epidemia.
El impacto psicológico de ese tipo de sucesos es tan fuerte que nos veremos acosados por recuerdos intrusivos que provocan un gran malestar. Esos recuerdos de la situación traumática suelen aflorar durante el sueño, pero también pueden aparecer como flashbacks durante el día, de manera que tendremos la sensación de estar reviviendo el trauma.
La imposibilidad de dejar atrás lo ocurrido hace que vivamos en un estado de hipervigilancia, sentimos que no podemos bajar la guardia en ningún momento porque estamos en peligro. En ese estado, es normal que experimentemos irritabilidad, tengamos dificultades para concentrarnos, nos sobresaltemos por nada e incluso suframos ataques de ira por motivos intrascendentes.
Sin embargo, lo peor de todo suele ser la sensación de enajenación que podemos experimentar. Perdemos la capacidad para sentir amor, alegría, felicidad o cualquier otra emoción positiva que le da sentido a nuestra vida y hace que valga la pena vivirla. Como resultado, comenzamos a ver el futuro bajo un prisma gris y nos convencemos de que jamás volveremos a llevar una vida normal. Entonces nos instalamos en un estado de apatía, desesperanza e indefensión.
¿Quiénes son las personas más vulnerables psicológicamente en esta pandemia?
Las epidemias pasadas nos han mostrado que nadie es inmune al enorme impacto psicológico que suelen dejar a su paso. Quienes están más expuestos, llevan sobre sus hombros el peso de las decisiones difíciles y ven el dolor un día tras otro, suelen ser los más afectados. Es el caso del personal sanitario.
Una investigación realizada en Taiwán tras el brote de SARS reveló que el 5% del personal sanitario sufrió un trastorno de estrés postraumático. El 9% se sintió tan mal después de la experiencia combatiendo el virus que incluso consideró renunciar al trabajo o mostraban reticencia al mismo.
Las personas que enferman durante la epidemia también son extremadamente vulnerables psicológicamente. Es difícil recuperarse del miedo, el encuentro cercano con la muerte y las experiencias dramáticas que se pueden vivir en una sala de cuidados intensivos.
Investigadores de Hong Kong analizaron a 195 pacientes del SARS y comprobaron que entre un 10 -18% tenían síntomas de estrés postraumático, ansiedad y depresión. La falta de apoyo emocional y el peligro al que se expusieron determinaron la gravedad e intensidad de los síntomas psicológicos.
Incluso las personas que no han tenido una relación tan estrecha con el virus pueden sufrir estrés postraumático. Un estudio realizado a más de 1 000 jóvenes durante la epidemia de H1N1 en China reveló que el 2% presentaba síntomas de estrés postraumático. El problema es que, en medio de una epidemia, el miedo y la ansiedad pueden sobredimensionar el peligro, sobre todo en las personas muy sensibles o más vulnerables emocionalmente.
¿Qué consecuencias psicológicas acarreará este brote?
El Covid-19 nos ha golpeado con gran intensidad en todos los frentes, por lo que no es extraño que investigadores de la Universidad Médica Naval de Shanghái ya estén constatando sus consecuencias y hayan lanzado la voz de alarma. Según su estudio, el 5,2% de las personas de bajo riesgo muestran síntomas de estrés postraumático. En el caso de las personas de alto riesgo esa cifra aumenta hasta el 18,4%. El 4,4% del personal sanitario también presenta síntomas del trastorno.
En el caso de las personas que habían contraído la enfermedad y fueron hospitalizadas en cuarentena, el 96,2% mostraron síntomas significativos de trastorno de estrés postraumático tras recibir el alta, según otro estudio realizado en la Peking Union Medical College. Estos investigadores indican que el estrés no dependía exclusivamente de haber enfermado sino del peligro percibido, la incertidumbre, el miedo a transmitir el virus a otras personas, la abrumadora cantidad de noticias negativas en los medios de comunicación sobre la enfermedad y la hostilidad social.
De hecho, la mayoría de los peligros a los que nos enfrentamos no suelen existir al margen de nuestra percepción y del entorno en el que nos desenvolvemos. Y esta pandemia no es la excepción. La subjetividad intrínseca al peligro, sin embargo, tiene un lado positivo que podemos aprovechar.
No podemos escapar del dolor, pero podemos evitar el trauma
No podemos evitar las situaciones traumáticas – o al menos no todas. Nos movemos en un mundo completo en el que muchos factores escapan de nuestro control. Todos experimentaremos pérdidas de proporciones inconmensurables a lo largo de nuestra vida y podemos terminar siendo arrastrados por la tormenta en cualquier momento. No siempre podemos evitar el dolor y el sufrimiento ligados a la experiencia humana. Pero podemos reducir las probabilidades de sufrir un trastorno de estrés postraumático debido a esos golpes.
Aunque las situaciones que pueden desencadenar el estrés postraumático varían de una persona a otra, este trastorno tiene un punto de inicio claro. Es ese momento en el que sentimos que algo dentro de nosotros se rompe. Cuando las emociones nos superan por completo y percibimos que nos han derrotado.
Los primeros síntomas del trastorno de estrés postraumático se desarrollan pocos días después de la exposición al trauma, pero los recuerdos traumáticos pueden consolidarse a las pocas horas del trauma, o durante la primera noche de sueño.
Eso significa que existe una ventana de oportunidad que resulta crucial para evitar que el trauma se instaure. De hecho, existen intervenciones psicológicas y farmacológicas especialmente diseñadas para interrumpir la consolidación inicial de esa memoria y evitar así que se desarrolle un trastorno de estrés postraumático.
En el pasado se le pedía a las personas que hablaran inmediatamente de lo que les había ocurrido porque se creía que desahogarse evitaría el trauma pero un equipo de trabajo interdisciplinario del Colegio Americano de Neuropsicofarmacología concluyó que revivir las emociones experimentadas en realidad puede consolidar los recuerdos traumáticos. En su lugar, se propone interrumpir el ciclo de excitación emocional extrema.
¿Cómo podemos prevenir el estrés postraumático en tiempos de coronavirus?
El estrés es una respuesta normal ante situaciones que percibimos como amenazantes, pero sufrir un estrés extremo inmediatamente después de un evento traumático puede hacer que nuestra mente experimente de manera especialmente vívida lo que sucede, lo cual aumenta el riesgo de que esa experiencia se “fije” en nuestro cerebro y desarrollemos estrés postraumático.
Por tanto, la ansiedad excesiva en el momento del suceso es lo que consolida un tipo de memoria llamada condicionamiento por miedo. La buena noticia es que existen diferentes estrategias para disminuir el impacto emocional inmediato de esas situaciones y reducir las probabilidades de que se conviertan en un trauma que altere por completo nuestra vida.
La respiración profunda, por ejemplo, es una técnica eficaz para lidiar con un ataque de pánico y evitar que se convierta en la respuesta común ante situaciones que nos asustan y con las que no nos sentimos cómodos, de manera que también se puede utilizar para reducir la activación emocional ante una situación traumática. Las técnicas de relajación muscular que alivian rápidamente la ansiedad también son eficaces.
La clave consiste en recuperar el equilibrio emocional activando emociones más positivas que contrarresten el miedo, la ansiedad y el estrés. De hecho, investigadores de la Universidad de Ámsterdam apreciaron que la oxitocina, una hormona involucrada en la regulación del estrés y que favorece el apego, puede amortiguar la aparición del estrés postraumático al reducir las respuestas al miedo.
Existen diferentes estrategias para aumentar de manera natural nuestros niveles de oxitocina. Un estudio realizado en la Universidad de Hiroshima comprobó que la meditación enfocada en promover una sensación de aprecio, gratitud y altruismo puede aumentar hasta en un 26,8% la concentración de oxitocina. El apoyo emocional de las personas queridas también puede estimular la producción de esta hormona.
También nos ayudará identificarnos rápidamente con la idea de que somos supervivientes, en vez de víctimas. Ese cambio de enfoque nos permitirá desarrollar una narrativa vital en la que nos sintamos más empoderados y que le transmita un mensaje claro a nuestro cerebro: no es necesario quedarse “atascado” en el trauma.
Por último, pero no menos importante, debemos intentar equilibrar las noticias sobre esta crisis. Las noticias negativas tienen un mayor impacto emocional que las positivas y pueden hacer que sobredimensionemos lo que está ocurriendo. No cabe duda de que los casos graves y las muertes asustan, pero el número de personas que se han curado es infinitamente mayor. El objetivo es aferrarnos a esos rayos de esperanza para lograr un equilibrio en medio de esta crisis que nos ayude a blindar nuestra salud mental.
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