¿Te castigan con el silencio? Así puedes evitar que te manipulen

El silencio y la indiferencia duelen, sobre todo cuando provienen de las personas que más queremos. [Foto: Getty Images]
El silencio y la indiferencia duelen, sobre todo cuando provienen de las personas que más queremos. [Foto: Getty Images]

Existen muchos tipos de silencios. Hay silencios que reconfortan. Silencios incómodos de los que queremos escapar. Silencios tristes que anegan el alma. Y silencios tensos que intoxican el ambiente.

Algunas personas, en especial aquellas que asumen un estilo de afrontamiento pasivo-agresivo, usan el silencio como arma. Callan cuando quieren castigarnos, culparnos o manipularnos. En esos casos el silencio llega cargado de indiferencia, hostilidad y a veces también prepotencia.

Esos silencios duelen, sobre todo cuando provienen de las personas que más amamos. Para romper ese muro de indiferencia, solemos ceder. Pero de esa manera terminamos validando, sin darnos cuenta, la indiferencia como vía para “afrontar” los conflictos. El camino para poner fin al tratamiento del silencio es otro.

Las heridas emocionales que causan el silencio y la indiferencia

El tratamiento del silencio se vive como un abandono emocional en toda regla. [Foto: Getty Images]
El tratamiento del silencio se vive como un abandono emocional en toda regla. [Foto: Getty Images]

Como humanos, necesitamos establecer vínculos que se conviertan en una fuente de apoyo y validación emocional. Esperamos encontrar esa disponibilidad afectiva en nuestra pareja, hijos, padres y/o amigos íntimos.

Esas expectativas se rompen cuando tropezamos con el muro del silencio y la indiferencia. Cuando una persona significativa se distancia afectivamente, deja de hablarnos e incluso ignora nuestra presencia, lo vivimos como un abandono emocional en toda regla. Su actitud nos genera angustia, haciendo que nos sintamos excluidos y rechazados.

El tratamiento del silencio amenaza nuestra necesidad de control, por lo que también genera una sensación de impotencia y desesperación. Psicólogos de la Universidad Purdue comprobaron que el simple hecho de no poder mantener contacto visual genera una insatisfacción emocional, afecta nuestra autoestima, potencia el resentimiento y aumenta nuestra tendencia a responder agresivamente.

Cuando una persona significativa se vuelve inaccesible escudándose tras un muro de silencio, a menudo también nos sentimos culpables. Podemos caer en un bucle de dudas y autocríticas negativas, obsesionándonos con la búsqueda del elemento que detonó esa situación. Nos preguntamos una y otra vez qué hemos hecho mal, lo cual supone asumir que el silencio es un castigo merecido.

Ese distanciamiento repentino nos arrebata el suelo bajo los pies. Perdemos la estabilidad emocional y la confianza en la relación, de manera que puede activar un profundo miedo al abandono y a perder a la persona querida. De hecho, un estudio de la Universidad de Queensland reveló que cuando no logramos encontrar un motivo específico que explique ese silencio, se convierte en una gran amenaza para nuestro sentido de pertenencia. Esas ansiedades son las principales responsables de que cedamos y carguemos con culpas y responsabilidades que no nos corresponden.

No obstante, más allá de las heridas emocionales que infringe el silencio, lo cierto es que esa indiferencia termina convirtiéndose en una bomba de tiempo para la relación pues solo agrava el conflicto al aumentar la distancia emocional entre las dos personas.

Un estudio realizado en la Universidad Estatal de Arizona reveló que las parejas desdeñosas que mantienen un estilo comunicativo caracterizado por el desapego se sienten menos satisfechas con su relación. Por consiguiente, no cabe dudas de que el silencio como castigo hace caer en picado el nivel de satisfacción con la relación de pareja y si no se soluciona puede conducir a la ruptura.

Sin duda, el tratamiento del silencio duele, pero si queremos salvar la relación y movernos hacia un terreno más respetuoso, asertivo y saludable, es importante no ceder a esa forma de chantaje emocional.

¿Desconexión asertiva o silencio abusivo?

No hay nada de malo en marcar distancia cuando nos sentimos sobrepasados, pero para que ese silencio sea respetuoso hay que comunicarlo. [Foto: Getty Images]
No hay nada de malo en marcar distancia cuando nos sentimos sobrepasados, pero para que ese silencio sea respetuoso hay que comunicarlo. [Foto: Getty Images]

El primer paso para lidiar con la indiferencia de otra persona consiste en distinguir la desconexión asertiva del silencio abusivo. De hecho, existen situaciones en las que es mejor callar. Por ejemplo, cuando una persona está demasiado enfadada, tensa o frustrada, lo ideal es posponer la conversación y no responder a sus provocaciones.

También es conveniente guardar silencio cuando no estamos seguros de nuestros sentimientos o necesitamos reflexionar antes de tomar una decisión. En esas circunstancias, el silencio es asertivo. No hay nada de malo en establecer límites cuando nos sentimos angustiados o sobrepasados, pero para que ese silencio sea respetuoso es necesario comunicarlo; o sea, explicar que necesitamos espacio para poner en orden en nuestra mente.

En cambio, el silencio abusivo no nace del deseo de recuperar el autocontrol o reflexionar, es un castigo. Se origina en una tendencia pasivo-agresiva que suele repetirse a lo largo del tiempo en la relación. Se utiliza como una herramienta para controlar, castigar o manipular al otro. Ese silencio no emana del respeto, sino que es un intento de ganar poder sobre nosotros inundándonos de culpas, dudas y remordimientos.

El origen del silencio, diferenciar entre desencadenante y causa

Ignorar al otro es una respuesta inmadura. [Foto: Getty Images]
Ignorar al otro es una respuesta inmadura. [Foto: Getty Images]

El segundo paso para lidiar con el uso del silencio como castigo consiste en buscar su origen. Nuestro primer impulso suele ser culparnos, pero debemos evitar ahogarnos en un mar de recriminaciones. Puede que nuestras palabras o comportamientos hayan provocado esa respuesta, pero son solo desencadenantes, no la causa.

Romper los puentes del diálogo es un intento de hacernos totalmente responsables de lo que ocurre en una relación. Cortar la comunicación impide llegar a acuerdos, por lo que en el fondo es una tentativa de aferrarse a un statu quo con el que la persona se siente cómoda. De hecho, no es inusual que el silencio sea la respuesta a temas sensibles que la persona se niega a abordar porque implicarían un cambio “inaceptable” en la dinámica de la relación.

En muchos casos, el silencio indiferente es un patrón relacional aprendido que se activa automáticamente. Un estudio realizado en la Universidad de Virginia Occidental reveló que las personas que han recibido un tratamiento silencioso por parte de sus padres son más propensas a replicar ese modelo con sus parejas. Generalmente se trata de personas a las que no les han enseñado a expresar sus emociones adecuadamente, por lo que cuando se sienten confundidas o decepcionadas se distancian para mostrar su malestar.

De hecho, hasta cierto punto, el silencio es un mecanismo de defensa relacionado con la incapacidad para expresar asertivamente el dolor emocional. Esas personas, en vez de recurrir a las palabras, se escudan tras una barrera de silencio e indiferencia para protegerse y recuperar el control perdido.

No obstante, en otros casos el silencio puede ser una estrategia deliberada para eludir responsabilidades, escapar de temas incómodos, evitar conflictos o incluso hacernos sentir mal. A fin de cuentas, desconectarse del otro revela una falta de voluntad para involucrarse en el arduo trabajo que implica solucionar los conflictos y discrepancias en las relaciones.

La indiferencia se afronta con serenidad, comunicación y límites claros

En toda relación, tenemos derecho a que respeten nuestro espacio, pero también tenemos derecho a ser tratados con respeto. [Foto: Getty Images]
En toda relación, tenemos derecho a que respeten nuestro espacio, pero también tenemos derecho a ser tratados con respeto. [Foto: Getty Images]

Por último, es necesario aprender a gestionar esos silencios. Ante todo, es fundamental no escalar el conflicto respondiendo con más indiferencia pues así solo terminaremos involucrados en una auténtica “Guerra Fría” que perjudicará aún más la relación ya que ninguno de los dos querrá ser el primero en dar su brazo a torcer. Aunque sea difícil, debemos intentar mantener la calma y modelar el tipo de reacciones emocionales que nos gustaría ver en el otro.

Tampoco es conveniente suplicar a esa persona que vuelva a hablarnos pues así solo ratificaríamos su estrategia de control. Simplemente debemos darle espacio manteniendo una relación lo más cordial y serena posible. De esa forma evitamos que use el silencio como arma de manipulación o dominación cada vez que surja un problema.

Cuando notemos que la persona está más calmada, podemos abordar su reacción. Es esencial evitar las recriminaciones con frases como “siempre te comportas así”. Si queremos que se muestre receptiva, debemos hablar en primera persona y enfocarnos en la solución.

Podemos comenzar con una frase positiva, incluir la demanda y mencionar la posible solución. Por ejemplo: “te quiero mucho, pero me haces daño cuando me ignoras, me gustaría hablar para solucionar nuestras diferencias”. O “lamento que estés decepcionado, pero respeto que no quieras hablar en este momento, me gustaría saber qué ha ocurrido cuando estés preparado”.

Si el silencio se convierte en una respuesta habitual, conviene establecer límites claros. Cuando retomemos la relación, debemos hacerle notar que no toleraremos que nos ignore para intentar manipularnos o evitar responsabilidades. También deberíamos hablar sobre cuánto tiempo necesita para reorganizar sus ideas y calmarse después de una discusión, así como de la manera en que nos relacionaremos durante ese periodo.

El objetivo es pactar una manera más asertiva de lidiar con los conflictos, de forma que el silencio no se use como arma arrojadiza para desentenderse de los problemas o como estrategia de manipulación emocional. En una relación, todos tenemos derecho a que respeten nuestro espacio, pero también tenemos derecho a ser tratados con respeto.

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