Twenty One Pilots: dos noches a pura energía en el Movistar Arena

Twenty One Pilots en el Movistar Arena
Twenty One Pilots en el Movistar Arena

Entre las pocas novedades que pudo introducir el rock en el siglo XXI, una de ellas fue la del dúo como unidad mínima de banda. Lo que en los 60 era asociado a la veta más folk del género (Simon & Garfunkel) y que necesariamente agregaba músicos en grabaciones y vivo para robustecer el sonido (Sui Generis), se presentó desde White Stripes en adelante como posibilidad de un sonido de neto corte rockero, garagero y/o blusero.

Jack y Meg White hicieron de su estilo un culto a lo primitivo. Una estridencia que no ocultaba la falta sino que la ponía en evidencia. Así era todo lo power que podía sonar un dúo, sin bajo pero con destrezas múltiples y una tecnología puesta siempre a remarcar que eran dos dándolo todo. Así pegaron, casi como en una paradoja buscada, su gran himno (“Seven Nation Army”) con la guitarra emulando un bajo en el riff principal. Los Black Keys aparecieron al poco tiempo, primero tomados como copia y luego como dadores de valor agregado: un dúo podía tener, también, groove. Así aparecieron otros. Los Royal Blood se impusieron con batería y un bajo capaz de llenar el espectro sonoro y prescindir de una guitarra aunque con las cuatro cuerdas la emularan la mayoría de las veces. En Argentina, los Riel se han mantenido como ejemplo, asociados aquí a esa etiqueta abarcativa que es el indie. Como parte de ese mapa, los Twenty One Pilots, formados como trío en 2009, pero reducidos a dúo desde 2011, se sumaron con una propuesta tan expansiva como convocante. Tan convocante que en 2019 fueron cabeza de cartel de Lollapalooza Argentina y ahora, en 2025, agotaron dos Movistar Arena. Uno en la noche del martes, el otro en la noche del miércoles.

Twenty One Pilots
Twenty One Pilots

A lo largo de más de dos horas de show (26 canciones en total), resulta difícil encontrar el espacio en el que Twenty One Pilots -Tyler Joseph en voz, teclados varios, bajo y ukelele; Josh Dunn en batería y coros- relegan algo en su condición de dúo. Todo lo contrario: “Overcompensate” (“Sobrecompensar”) se llama el tema elegido para dar comienzo al repertorio. Una textura de graves disparada como secuencia, la batería con un sonido tan imponente como amable (un redoblante con poca bordona y muchos graves) y Tyler Joseph haciendo su entrada en escena con un protorrapeo que repetirá como ingrediente a las canciones. Un ejercicio de estilo con las habilidades raperas que puede tener un norteamericano blanco de clase media criado en la cultura rock y que tuvo en “Lavish”, casi sobre el final, su impresión más Eminem (léase nasal) posible.

Pero ese es apenas uno de los tantos ingredientes que conviven en un show de Twenty One Pilots. Hay momentos de pogo (“Next Semester”, “Jumpsuit”), de melodías cercanas al musical (“Mulberry Street”), de acercamientos a una estética industrial (“Navigating”, más cerca de Muse que de Nine Inch Nails, claro), de power ballad con voces armonizadas (“Navigating”, que comenzó como un sutil trabajo vocal para terminar con Dunn “navegando” con su batería entre el público). Todo envuelto en un sonido pulcro. Blink 182 y Linkin Park atravesados por el pop de Coldplay.

Twenty One Pilots
Twenty One Pilots

Desde lo visual, la propuesta es igual de abarcativa y sin respiro. Hubo juegos de luces —cinco paneles móviles sobre sus cabezas—, lásers, pirotecnia, pantallas, cambios de escenario, un video emotivo con imágenes de fans en la previa, un niño invitado a cantar “Ride”, pedidos al público de que agiten sus celulares de manera específica, miradas a cámara como guiños cómicos y también como gestos adustos; cambios de vestuario desde una camiseta con la inscripción “Buenos Aires” que fue arrojada al público, pasamontañas, sobretodo de corte post industrial. Todo puesto en favor de una entrega y una intensidad que no dan respiro.

Un solo elemento rockero, tal vez el mayor de ellos, no se hace visible en escena: la guitarra eléctrica. Sonoramente prescinden de ella a fuerza de performance y pistas. Icónicamente a fuerza de todo lo otro que tiene un show de rock del siglo XXI (léase pop). La falta en Twenty One Pilots no está expuesta sino ahogada en un mar de signos. Un dúo enfocado en mostrar todo. Dispuestos a la entrega y la intensidad que sean necesarias para no lidiar con la ausencia. Para ello, lo que haga falta. Pero sin tener falta.