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Val Kilmer: una infancia marcada por la tragedia, su frustrante paso por Hollywood y una dura enfermedad

Val Kilmer
Gentileza Paramount

“Dios quiere que camines, pero el diablo te manda una limusina”, dijo alguna vez Val Kilmer. Y su carrera tiene mucho de esa dualidad, que tan presente está en el documental Val (Amazon). Para esta producción, los directores Ting Poo y Leo Scott accedieron a filmaciones personales de Kilmer, que van desde su infancia a su actualidad, para construir una meticulosa radiografía de un hombre atravesado por algunas extravagancias, pero cuyo talento se considera uno de los más importantes de su generación.

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Una infancia marcada por la tragedia

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Archivo


Val Kilmer (Archivo/)

Durante sus años iniciales, se podría asegurar que la infancia de Val Kilmer fue feliz. Nacido en 31 de diciembre de 1959, en el seno de una familia de buena posición, el niño disfrutaba la vida hogareña junto a sus hermanos, con quienes jugaba a filmar todo tipo de películas caseras. Los pequeños parodiaban sus películas favoritas y encontraban ahí el germen de una vocación. Luego de participar en una obra de teatro estudiantil, Val se enamoró de la actuación y con doce años, su primer trabajo profesional fue en una publicidad de hamburguesas. Pero esa experiencia que pudo ser un espacio de diversión, terminó por enfurecerlo cuando expresó su frustración al no poder encontrar la motivación de su personaje. Esa anécdota casi de comedia, era un atisbo de la profesionalidad casi obsesiva que años después sería una de sus principales características.

En 1977, un trágico accidente le pondría punto final a una infancia feliz. Con 15 años, su hermano menor, sufrió un ataque de epilepsia y murió ahogado en una piscina. Según confesó en varias entrevistas, a Kilmer le tomó años recuperarse de esta pérdida: “Él era un artista asombroso. Su talento me cautivaba y bien podría haber sido con el tiempo un George Lucas o un Steve Spielberg (...). La verdad es que luego de la muerte de mi hermano, me tomó unos dos o tres años sentir que nuevamente había bajado a la tierra”. Unas pocas semanas después de esa pérdida y con solo 16 años, Kilmer ingresó en la prestigiosa escuela de actuación Julliard, convirtiéndose en el estudiante más joven alguna vez aceptado en dicho establecimiento.

Con veinte años, Val se encontraba cada vez más comprometido con la actuación. Su primera gran oportunidad llegó en 1983, en la obra off de Broadway titulada The Slab Boys, en la que quedó relegado a un tercer puesto luego de la aparición de Kevin Bacon y Sean Penn, otras jóvenes promesas en ascenso. Ese mismo año, Val también tuvo su primer trabajo en televisión, en un corto educacional sobre los peligros de manejar ebrio, en donde actuó junto a una desconocida Michelle Pfeiffer.

Indudablemente, Kilmer estaba siempre en el momento indicado, en el lugar justo y conformando la que pronto sería la nueva generación de oro en Hollywood. La fama no le interesaba, solo quería actuar y ganar prestigio en eso que tanto amaba. Y aunque el cine nunca fue su prioridad, su primer protagónico llegó rápidamente, cuando en 1985 estuvo al frente de Top Secret. Sumergido en su papel, el actor buceó en la psicología de su personaje, pero el marco de comedia absurda de ese film, no le permitió desarrollar el tipo de actuación dramática que tanto le interesaba, y de ese modo, Top Secret le significó una experiencia agridulce.

El huracán Top Gun

En el libro negro de las malas decisiones que un actor puede tomar en Hollywood, una de ellas seguramente sea la de rechazar una oferta de David Lynch. Y eso hizo Kilmer en 1985 cuando le dijo que “no” al protagónico de Blue Velvet. Visto en retrospectiva, el intérprete justificó esa decisión: “El guion era demasiado gráfico y yo era muy tímido por aquel entonces”. En busca de un rol que lo motivara, llegó a sus manos Iceman, uno de los personajes centrales de Top Gun. Val leyó el guion, pero le resultó absolutamente indiferente: “No quería ese papel. No me importaba esa película y no me interesaba para nada esa historia”. Sin embargo, el director Tony Scott quería sí o sí a Kilmer y personalmente le pidió que aceptara el rol, bajo la promesa de darle un mayor espesor dramático a Iceman. A regañadientes terminó por aceptar y sin buscarlo en absoluto, gracias al éxito de esa película, su cara se convirtió en una de las más populares de Hollywood.

Aunque dueño de fama y un cachet que iba en aumento, Kilmer pronto descubrió que eso no significaba conseguir los papeles que más le interesaban. Obsesionado por encontrar personajes de profundidad dramática, se grabó en su casa interpretando algunos parlamentos de Buenas muchachos y Nacido para matar, títulos que estaban gestándose en Hollywood. Pero ni Martin Scorsese ni Stanley Kubrick, responsables de esos proyectos, lo convocaron. Y luego del fracaso de Willow, otro rol que tampoco lo entusiasmó mucho, Val se enteró que Oliver Stone estaba preparando un film sobre The Doors. Sin ánimo de perder esa oportunidad, Kilmer se caracterizó como el icónico Jim Morrison y le mandó al realizador una prueba casera. Stone no estaba muy convencido, pero su equipo lo persuadió para que contratara al actor. De esta manera, en 1991 se estrenó The Doors y aunque la crítica del largometraje fue dispar, los medios coincidían en que se trataba del mejor trabajo de Kilmer en la pantalla grande.

Luego de algunos títulos menores, en 1993 formó parte de Tombstone y a los dos años se convirtió en el nuevo Batman, luego de que Michael Keaton y Tim Burton abandonaran la posibilidad de una tercera entrega del encapotado. Como se detalla en el documental Val, la experiencia de Batman eternamente fue frustrante y el actor llegó a sentirse un maniquí al que solo le indicaban dónde pararse y no mucho más.

“Psycho Kilmer”

Quizá frustrado por la falta de roles que lo entusiasmaran genuinamente, Kilmer comenzó a ganarse una fama poco deseada, la de ser alguien muy conflictivo. Caprichos, excentricidades y enfrentamientos con miembros del equipo empezaban a acompañar a su imagen. En su interior, parecían habitar dos realidades opuestas. Por un lado, Kilmer no le temía a los castings y aun siendo una cara muy famosa, jamás bajó los brazos por hacer lo imposible por obtener esos papeles que tanto podía llegar a disfrutar (pero que no siempre conseguía). Por otra parte cuando finalmente alcanzaba esos protagónicos soñados, los conflictos en el set no tardaban en aparecer. Joel Schumacher, director de Batman eternamente, aseguró sobre Kilmer: “Es la persona más perturbada psicológicamente con la que trabajé en mi vida”. En tanto, Stone dijo que el actor a veces daba sus opiniones sin advertir cómo podían impactar en las otras personas. Por eso, entre bastidores, por esos años surgió el apodo “Psycho Kilmer”.

El realizador Michael Mann convocó a Kilmer para la historia sobre un policía y un ladrón, ambos atrapados en una dinámica que los reflejaba mucho más de lo que podían sospechar. En ese relato, bautizado Fuego contra fuego, Kilmer se dio varios lujos. No solo trabajó codo a codo con Robert De Niro sino también pudo interpretar a un personaje rico en matices. Fuego contra fuego no solo es uno de los títulos clave del cine de los noventa, sino también otra muestra sobre la grandeza que Val Kilmer puede imprimirle a personajes de tradición clásica.

La isla del Dr. Moreau seguramente fue la gran decepción de Kilmer en Hollywood, un proyecto que solo aceptó porque le iba a permitir trabajar junto a Marlon Brando. Pero ese rodaje fue un absoluto desastre y Val chocó innumerables veces con el director John Frankenheimer, quien luego opinó sobre él: “Kilmer no me gusta. No me gusta su ética laboral y jamás quiero volver a estar asociado con él”. La relación con Brando, aunque no fue mala, tampoco fue idílica y el protagonista de El padrino le dijo en una oportunidad: “Tu problema es que confundís el tamaño de tu talento con el de tu cheque”.

Caída y ascenso de una estrella

Durante los siguientes años, el actor no pudo encontrar grandes roles. Su presencia en el cine era sostenida, pero la promesa de convertirse en una gran estrella se había desinflado. Su filmografía parecía dividirse entre grandes apuestas fallidas (El santo, Planeta Rojo, A primera vista), o pequeñas joyas que el público injustamente ignoraba (Spartan, Entre besos y tiros). Pero la prueba más dura llegó en 2014 cuando comenzaron los primeros síntomas de un grave problema de salud.

Mientras se encontraba alojado en la casa de huéspedes de Cher (con quien estuvo en pareja entre 1982 y 1984, un vínculo que luego dio paso a una profunda amistad), el actor contó: “De golpe, me desperté vomitando sangre por toda la cama, parecía una escena sacada de El padrino”. Durante ese período, él se sometió a una traqueotomía y varias intervenciones para combatir lo que se diagnosticó como un cáncer de garganta. Y si bien la intención del actor era mantener en secreto esa enfermedad, en una conferencia de prensa Michael Douglas filtró accidentalmente el tema cuando dijo: “Val es un hombre maravilloso, que está luchando con exactamente lo mismo que me sucedió a mí, pero la situación no luce bien en su caso”. Kilmer negó que eso fuera cierto, pero al año siguiente (en 2017) anunció que efectivamente sí padecía cáncer de garganta. Poco tiempo después, comunicó que estaba curado, pero que el tratamiento recibido lo dejó con serias dificultades para hablar.

Luego de varios años en largometrajes de muy bajo calibre, Kilmer busca regresar a la primera plana. Por un lado, su participación en Top Gun: Maverick, le permitió reencontrarse con uno de los títulos ícono de su filmografía. Y por otra parte, el estreno de Val le valió sanar heridas ocultas y mostrarse ante el público desde un lugar despojado de la mística de Hollywood. Con nuevos proyectos en el horizonte y con la firme intención de no permitir que las consecuencias de la enfermedad que sufrió empañen su futuro, el actor vuelve a confiar en la actuación como la herramienta que le permitirá trascender y encontrar esos personajes que nunca dejó de buscar, desde los inicios de su carrera.