¿Qué veo? El duque, divertido retrato de un increíble robo que sacudió a la Inglaterra de los años 60
El duque (The Duke, Reino Unido/2020). Dirección: Roger Michell. Guion: Richard Bean y Clive Coleman. Fotografía: Mike Eley. Música: George Fenton. Edición: Kristina Hetherington. Elenco: Jim Broadbent, Helen Mirren, Finn Whitehead, Matthew Goode, Jack Bandeira. Duración: 95 minutos. Disponible en: HBO Max. Nuestra opinión: muy buena.
El duque es la última película de Roger Michell. El director de Un lugar llamado Notting Hill murió el 22 de septiembre de 2021, un año después de acompañar el estreno mundial de El duque en el Festival de Venecia. No llegó a ver su llegada a los cines, demorada mucho más de la cuenta por los avatares de la pandemia y concretada hace algo menos de un año tras ser exhibida en algunas otras muestras.
Como ocurrió con gran parte de la filmografía de Michell, El duque nunca pasó por los cines argentinos y ahora consigue ser rescatada por el streaming. Fuera del extraordinario éxito que cosechó Un lugar llamado Notting Hill, la obra del realizador pasó por lo general bastante inadvertida entre nosotros. Por rara curiosidad, lo único con su firma que pudo verse en pantalla grande, además de este gran clásico moderno de la comedia romántica protagonizado por Julia Roberts y Hugh Grant, es un par de historias tan crepusculares como los actores que las protagonizan: el último Peter O’Toole en Venus y los luminosos Jim Broadbent y Lindsay Duncan en Fin de semana en París.
Con un humor deliberadamente cáustico y un retrato social que anticipa futuros conflictos en ese terreno para la vida de los habitantes de las ciudades más pobladas del Reino Unido, El duque es una simpática fábula desde la cual Michell reivindica a toda persona de la tercera edad dispuesta a sostener sus convicciones contra viento y marea, y sobre todo a no pasar inadvertida.
Con la seguridad a toda prueba que solo adquieren los grandes actores de verdad, Broadbent encarna a Kempton Bunton, un chofer jubilado que terminó detenido y acusado por el robo de una valiosa pintura de Goya, uno de los retratos del duque de Wellington. Bunton ganó una popularidad inusitada a partir del juicio al que fue sometido.
Allí se supo que, en el fondo, lo único que el hombre quería era el respeto a ciertos derechos que el Estado nunca quiso reconocerles a quienes dejaban la vida activa. Entre ellos, quedar librados de la obligación de pagar el tributo exigido hasta hoy en el Reino Unido a cada ciudadano que posea al menos un televisor en su hogar para sostener con esos recursos el funcionamiento de la televisión pública, la famosa BBC.
Broadbent quiere ser una especie de Robin Hood de la tercera edad que no ceja en sus principios y está dispuesto a llevarlos hasta el mismísmo Parlamento londinense. Vive en un modesto barrio de Newcastle, una ciudad a la que no parece haber llegado ningún viento de cambio con la llegada de la nueva década y vive, en cambio, atrapada en una eterna grisura que no cambia desde la posguerra.
Como en sus mejores obras, Michell no se queda aferrado a la comodidad del mero retrato de costumbres. Lo pone en movimiento a través del contraste permanente entre el optimismo a toda prueba de Bunton, la estoica resignación de una esposa (Helen Mirren, notable) que sostiene el hogar como empleada doméstica de una familia mucho más pudiente y la postura vacilante de dos hijos ya grandes, en condiciones teóricas de ganarse el pan por las suyas, pero envueltos en dudas y malas decisiones. El menor de ellos está personificado por Fionn Whitehead, una de las revelaciones de Dunkerque, de Christopher Nolan.
El duque está llena de apuntes divertidos y filosos, siempre planteados desde la más lograda sutileza. Le perdonamos a Bunton cada una de sus mentiras porque en el fondo son apenas una herramienta que emplea para hacer realidad algunas causas nobles. Y la nobleza es, al fin y al cabo, la conducta que siempre reivindica a los integrantes de su familia cuando quedan a merced de toda clase de personajes detestables por su mezquindad, su codicia, su afán calculador o su incompetencia.
Con un humor deliberadamente cáustico y un retrato social que anticipa futuros conflictos en ese terreno para la vida de los habitantes de las ciudades más pobladas del Reino Unido, El Duque es una simpática fábula desde la cual Michell reivindica a toda persona de la tercera edad dispuesta a sostener sus convicciones contra viento y marea, y sobre todo a no pasar inadvertida.
En un momento del relato, entre el idealismo no siempre útil de Kempton y las penurias de la realidad, los Bunton comprueban que no cuentan con recursos para disfrutar una salida al cine. Al final, cuando se da vuelta la moneda, acceden a una función solo para descubrir con satisfacción, junto con el espectador, que desde el cine la realidad puede adquirir otro sentido. Lo mismo que ciertas decisiones.