¿Qué veo? En Gaslit, Julia Roberts observa el Watergate desde el prisma de la farsa
Gaslit (Estados Unidos/2022). Creador: Robbie Pickering. Elenco: Julia Roberts, Sean Penn, Dan Stevens, Betty Gilpin, Shea Wigham, Darby Camp, Chris Bauer, Allison Tolman, Chris Messina, Carlos Valdes, John Carroll Lynch. Disponible en: Starz Play, DirecTV Go, Movistar Play. Nuestra opinión: muy buena.
De todos los protagonistas del Watergate, Martha Mitchell siempre fue el eslabón perdido. Aquel peón que realizó una movida clave en el tablero de la política estadounidense y que luego fue opacado por la fama de las piezas más importantes. Era la esposa del fiscal general de la primera presidencia de Richard Nixon, John Mitchell. Una mujer de Arkansas cuyo desparpajo y el atrevido vínculo con la prensa le valieron una fama insospechada a fines de los 60 y un creciente rechazo en los círculos del poder de Washington. Mitchell era Martha a secas para los periodistas, aquella anfitriona extravagante que convertía una entrevista casual en una hora de jugosa televisión, capaz de hacer comentarios suspicaces sobre Vietnam o irritar a Pat Nixon al socavar con sus declaraciones la agenda de la primera dama. Al cumplirse el 50° aniversario del caso Watergate, la serie Gaslit reflota la figura de Martha Mitchell y reconstruye los eventos que determinaron la renuncia de Nixon a la presidencia en clave de comedia negra: un retrato duro y crítico sobre aquel tiempo, intervenido por el humor filoso de la sátira.
Creada por Robbie Pickering, uno de los guionistas de Mr. Robot, y dirigida por Matt Ross (Capitán fantástico), la serie de Starz Play –estrenada en abril en Estados Unidos y disponible desde hace poco más de una semana en nuestro país– comienza con la figura del abogado John Dean (excelente Dan Stevens) en una de sus excursiones sexuales durante las siestas de Washington. Mientras despide a su amante ocasional, la figura de Martha Mitchell (Julia Roberts) asoma en el televisor en una de sus entrevistas a pura verborragia. No solo queda claro el impacto que causaba Martha en los medios sino el tipo de entorno que rodeaba a Nixon, contagiado de su bizarro personalismo y de su creciente cruzada contra las fuerzas enemigas al american way of life. Dean es la perfecta puerta de entrada al relato, un hombre torpe y servil, sediento de adulación y reconocimiento, preocupado tanto por su ego como por el brillo de su nuevo Porsche. Él será quien conduzca a los sótanos de la Casa Blanca al equipo comandado por Gordon Liddy (Shea Whigham), el feroz agente encubierto que ideó el espionaje en el Watergate.
Hay un diálogo que resulta perfecto para ilustrar el abordaje que elige Pickering del célebre escándalo. Luego del asalto al edificio Watergate comandado por James McCord (Chris Bauer), exguardaespaldas de la familia Mitchell, dos agentes del FBI comienzan la investigación del caso hasta descubrir los hilos que conducen más allá de la hipótesis de un simple robo al comité demócrata. Cuando llegan a entrevistar a Gordon Liddy como uno de los posibles organizadores del sabotaje, el agente Paul Magallanes (Carlos Valdes), despreciado una y otra vez por su origen latino dentro y fuera del FBI, le dice a su compañero Angelo Lano (Chris Messina), otro inmigrante, pero de origen italiano: “¿Te acordás cuando decíamos que esto debía ser una operación profesional, que esta gente debía estar siempre cinco pasos adelante de nosotros? ¿Qué tal si nos equivocamos? ¿Qué tal si son solo unos idiotas?”. Esas preguntas sin respuesta apenas se escuchan entre los ruidos de la oficina contigua, en la que Liddy destruye todos los papeles que pueden comprometer su sagrada misión.
La historia se bifurca con astucia entre el recorrido de los hechos que marcaron el Watergate -el asalto a la oficina de los demócratas, el encubrimiento del espionaje, la progresiva investigación tanto policial como periodística que dio origen a los célebres informantes como Garganta Profunda-, y la historia de Martha Mitchell en relación al hecho: el secuestro en California para silenciarla, el deterioro de su salud y de su matrimonio (quien interpreta a John Mitchell es un irreconocible Sean Penn bajo toneladas de maquillaje), su accionar decisivo para la revelación de la verdad.
Mientras en la primera línea el retrato se nutre de la farsa –el ridículo patetismo de los integrantes de ese armado, la absurda mezcla de fanatismo mesiánico y miopía política–, la segunda línea que conduce Martha propone una mirada en perspectiva sobre los sucesos: su dimensión trágica y profundamente dolorosa que enlaza la experiencia de esa mujer con su entorno, su matrimonio, su familia y su lugar social, al mismo tiempo que expone el trauma de una nación que no saldría indemne de aquellos sucesos por ridículos que parezcan desde afuera.
Gaslit encuentra un justo equilibrio en la recreación de aquella época a partir de la tragedia y la farsa que definieron el final del gobierno de Nixon. Pero sobre todo percibe –tal como lo hiciera Mrs. America respecto a la campaña por la igualdad de derechos y la reacción conservadora comandada por Phyllis Schlafly- la importancia a largo plazo de ciertos sucesos en la historia de los pueblos y la verdadera estatura de sus diversos participantes. Martha Mitchell es menos una heroína del caso Watergate que la artífice de la revelación del costo de la impunidad y la mentira como formas de ejercer el poder. Después de todo, Martha no estaba loca, simplemente tenía razón.