¿Qué veo? Stan Laurel, Oliver Hardy y el capítulo final de una historia que hoy parece leyenda y se puede ver en Netflix
Lo que se cuenta en Stan & Ollie es el capítulo final de una historia que hoy parece leyenda. Gracias al streaming –ya que nunca pasó por los cines de la Argentina– asistimos desde la dramatización de una serie de episodios reales al reencuentro con la pareja cómica más exitosa y seguramente más brillante del cine de todos los tiempos.
Sin embargo, para las nuevas generaciones es muy probable que se trate de un descubrimiento. Laurel y Hardy, el Gordo y el Flaco o Stanley y Ollie son nombres que tal vez resulten muy ajenos a la memoria de los espectadores más jóvenes. Son pocos hoy los que hablan de ellos y de la extraordinaria carrera que compartieron a lo largo de casi tres décadas en un centenar de producciones, de las cuales 27 fueron largometrajes.
Gran parte de las rutinas y fórmulas que se aplican hoy en situaciones de comedia protagonizadas por dos personajes de contrastes físicos tan bien marcados nacieron de la creatividad, del trabajo meticuloso y sobre todo de la gracia infinita que Laurel y Hardy entregaron en la pantalla. Más meritorio todavía resulta su legado si tenemos sencillamente en cuenta que su obra transcurrió durante una de las etapas de mayor complejidad para quienes se dedicaban al cine: la transición del período mudo al sonoro. En ambos terrenos lograron imponer su talento.
Quien vea la película se sentirá invitado a hacer ese recorrido de un modo retrospectivo. Stan Laurel y Oliver Hardy se disponen a iniciar una última gira artística por distintas ciudades del Reino Unido con la adaptación de varios de sus mejores gags en escenarios teatrales, mientras sueñan con el regreso al cine a través de la parodia de una película de Robin Hood.
La fibra emotiva que mueven el guión de Jeff Pope y el sensible trabajo como director de John S. Baird es extraordinaria. No necesitan recurrir a sentimentalismo alguno para mostrar cómo el dúo trata de recuperarse de recientes fracasos, decisiones artísticas fallidas y sucesivos distanciamientos con un nuevo y último esfuerzo compartido. La película tuvo su estreno mundial a fines de 2018 y llegó por primera vez al mundo del entretenimiento hogareño a través de HBO, hasta que hace poco se sumó al catálogo de Netflix.
“¿Laurel y Hardy? Creíamos que se habían retirado”. La frase se escucha más de una vez en la película, junto a los ejemplos constantes de las penurias que enfrentan los protagonistas: alojamiento en hoteles modestos, funciones en teatros semivacíos y proyectos que empiezan a desvanecerse entre la indiferencia y el maltrato.
Lo que Stan & Ollie cuenta, en definitiva, es una gran historia de amor. Laurel (Steve Coogan) y Hardy (John C. Reilly) funcionan como una pareja que siempre funcionó desde el aprovechamiento de sus virtudes y el reconocimiento de sus diferencias, hasta que en algún lugar apareció la desconfianza. Ocurrió cuando Hardy no quiso acompañar a Laurel en el mismo momento en que éste decide plantarse frente a su histórico productor Hal Roach (Danny Huston) y reclamarle un mayor reconocimiento económico y artístico.
La película resuelve de manera magistral las situaciones que se plantean cuando se le presenta a uno y otro, en distintas circunstancias, la posibilidad de seguir adelante en el mundo del espectáculo junto a nuevos partenaires. Mientras tanto, casi de manera paralela, descubrimos con notable sutileza los hilos invisibles que construyeron el estilo único e incomparable de Laurel y Hardy. Un modo de hacer comedia que tenía un punto de partida extraordinariamente simple, repetido a través de todo tipo de situaciones, escenarios, épocas y lugares, y un brillante punto de culminación al que se llegaba a través de un crescendo lleno de situaciones en las que lo inesperado provocaba la risa de manera constante.
La mente creativa de la pareja siempre fue Laurel. Lo vemos más de una vez durante la película concentrado en la escritura y la elaboración de las rutinas humorísticas que interpretará la pareja. Cuando llega el momento de ejecutar las ocurrencias le corresponderá el puntapié inicial. Su personaje imagina un curso de acción en pos de algún objetivo, que llevará adelante a través de una estrategia que invariablemente irá llevando las cosas hacia el desastre. Hardy es quien sostiene el acto desde su capacidad de “resistencia” (es quien recibe todo el tiempo los golpes y soporta los resultados de los involuntarios desaguisados de su amigo) hasta que termina resignado frente a una realidad imposible de cambiar. Todos los planes terminarán de manera inevitable en destrucción.
Este escenario parece correr en paralelo con la vida real, según sugiere la trama de Stan & Ollie. Los planes imaginados para ese regreso tardío y demorado empiezan a desgajarse y la energía de sus protagonistas no es la misma de antes. La película muestra a ambos en un momento de equilibrio afectivo, después de varios tropiezos y rupturas en ese terreno que varios libros de historia del cine se ocuparon en su momento de destacar muy bien, pero la resolución del conflicto sentimental no tiene tanto que ver con las mujeres de Stan y Ollie, sino con la relación entre los dos cómicos, convertidos por momentos en enemigos íntimos.
Lo que la película no hace es narrar el origen de la leyenda del Gordo y el Flaco, iniciada oficialmente en 1927. La cuenta el gran director Leo McCarey en los diálogos que mantiene al final de su vida con Peter Bogdanovich. “Yo los junté. Los dos eran amigos míos y en ese tiempo los actores se limitaban a acercarse a los estudios para ver si había algún trabajo. Cuando eso ocurría, Stan ganaba 100 dólares por semana y Hardy diez dólares por día. Laurel también trabajaba para mí escribiendo chistes. Babe Hardy no era más que un extra. Hasta que un día se me ocurrió que actuaran juntos”, cuenta McCarey en Who The Devil Made It, el libro canónico de conversaciones con directores clásicos que escribió Bogdanovich.
Así surgió, por ejemplo, The Battle of the Century (1927), un corto que se inicia como parodia de las peleas de box y termina con la más colosal batalla de lanzamiento de tortas que jamás haya visto el cine. “Laurel fue uno esos raros casos de cómicos lo suficientemente inteligentes como para inventar sus propios gags. Tenía un talento muy destacado para eso. Hardy no. Esa fue la clave de la asociación entre ambos”, agrega McCarey. Dice que a Hardy nunca le molestó ganar la mitad del dinero que se llevaba su compañero. Cada uno aceptaba la diferencia de talento con el otro.
No era lo único que distinguía a ambos en esa asombrosa capacidad de complementación que fue uno de los factores del éxito. Laurel (1890-1965), había nacido en Inglaterra y fue uno de los primeros cómicos británicos que desembarcó en los Estados Unidos. Cuando eso ocurrió, en 1910 y 1912, llegó a desempeñarse como reemplazante de un tal Charlie Chaplin cuando todavía usaba su nombre verdadero, Arthur Stanley Jefferson. Decidió cambiarlo por Stan Laurel cuando eligió no volver con su compañía a Londres y quedarse a probar suerte en el Nuevo Mundo. Hardy (1892-1957) nació cerca de Atlanta y llevó adelante su carrera inicial en el cine como segundón en varias comedias filmadas en Miami, hasta que se unió a la compañía productora de Roach y encontró en la corazonada de McCarey su lugar en el mundo junto a Laurel.
Hasta en los momentos más melancólicos y tristes de esa gira final por Gran Bretaña, Stan & Ollie reivindica a la comedia como factor de resiliencia y como elemento capaz de unir todo lo que hasta allí permanecía separado. Hay un dejo visible de alegría y satisfacción detrás de la capa nostálgica que envuelve todo el relato.
La película, al mismo tiempo, deja que los dos actores encargados de personificar a Laurel y Hardy conviertan sus interpretaciones en verdaderos homenajes a cada uno de ellos. El británico Coogan presenta a su Laurel con ese visible toque de debilidad que siempre notó McCarey, pero al mismo tiempo consigue imponer el máximo talento de esa figura (su infinita creatividad para escribir y hacer comedia) como rasgo más importante de su personalidad.
Lo de Reilly, en tanto, es portentoso. Detrás de un dispositivo monumental de maquillaje que agranda hasta lo imposible su rostro y su contextura física, el actor no desaparece sino que transmite la humanidad y la actitud comprensiva que Hardy siempre entregó como aporte decisivo para que la pareja funcione.
También ellos parecen sentir que están recuperando una historia que ya se convirtió en leyenda.
Stan & Ollie está disponible en Netflix