Virus: la discografía de la banda que lideró Federico Moura, ordenada de peor a mejor
Innovador y vanguardista, como a todos aquellos que decidieron romper con lo establecido, a Virus le costó varios años alcanzar el reconocimiento masivo. Sin embargo, la aparición de la banda, en 1980, no sólo aportó el refrescante y contundente cambio de aire que el rock argentino precisaba sino que además le abrió sin miedos ni prejuicios las puertas a la modernidad, el baile, la ironía y el desacartonamiento.
Respetada, altamente influyente y con un presente de febril actividad, la banda que hoy encabezan Marcelo y Julio Moura y Mario Serra continúa deleitando a públicos de distintas latitudes y edades con una colección de hits inoxidables.
Aquí la idea es transitar por cada uno de sus ocho álbumes de estudio, pero no desde un sentido cronológico sino más bien ordenándolos de peor a mejor y de una manera subjetiva, arbitraria y abierta a todo tipo de criterio y valoración.
9 (1998)
A nueve años de la edición de Tierra del Fuego y a cuatro de su regreso a los escenarios, Virus lanzó 9, una producción discográfica grabada íntegramente en Miami y que contó con el tecladista Patricio Fontana y el baterista Aitor Graña (ex Juana La Loca) como nuevos integrantes.
Si bien fue altamente valorable y por demás bienvenida la intención de volver al ruedo con material fresco, algo que no sólo le permitió conservar su vigencia sino también arribar a nuevas audiencias, en el balance final este conglomerado de 11 canciones no logró despertar el mismo interés de antaño por parte del público ni tampoco de la crítica especializada. No obstante, posee momentos que ameritan una nueva oportunidad, como “Lucy”, “Cuando yo desespere”, “Aitxeitxe” y la sugerente “Hielo en el alcohol”.
Tierra del Fuego (1989)
La muerte de Federico Moura, ocurrida el 21 de diciembre de 1988, paralizó a todo el ambiente musical argentino. Gran cantidad de colegas músicos, público y no pocos periodistas del medio lamentaron la partida de un artista por demás talentoso, adelantado a su época, elegante y, por sobre todas las cosas, único. Por eso, Tierra del Fuego, aparecido apenas tres meses después de su inestimable pérdida, emerge como el álbum más arduo y difícil de toda la carrera de Virus.
El estado de ánimo de cada uno de sus integrantes distaba mucho de ser el ideal para poder encarar correctamente semejante tarea. Sin embargo, impulsado e incentivado por un Federico ya muy desmejorado e imposibilitado de continuar con la grabación, el grupo siguió adelante y completó el disco demostrando una entereza extraordinaria y con Marcelo Moura adoptando el rol de vocalista, sin dudas una enorme responsabilidad de la que salió airoso.
Más rockero, eléctrico y extrovertido que Superficies de placer, su inmediato antecesor, este trabajo combinó el pulso bailable, descontracturado e irónico de sus inicios (“El de moño negro”, “Primavera animal”) con el costado más reposado e intenso que supo desarrollar en sus últimas entregas (“Un amor inhabitado”, “Volátil”). La exquisita y emotiva “Despedida nocturna”, con la participación especial de Charly García en piano, engalanó una obra muy digna, por cierto, pero con escasa difusión y que generó además comprensibles emociones encontradas entre sus seguidores.
Recrudece (1982)
El segundo capítulo discográfico de la banda platense constituyó un trabajo de absoluta transición, donde todavía permanecían latentes las marcas del debut, como en “Ay que mambo”, intercaladas con una búsqueda de climas más orquestados pero sin perder el perfil rítmico como en “El corazón destrozado de Francisco Quevedo”.
Es principalmente en el aspecto lírico donde queda remarcada la filosofía del sexteto. Y en ese sentido, el fragmento de “Entrá en movimiento” que reza: “Estamos cansados de escuchar música sentados”, asoma como toda una declaración de principios que refuerza el concepto global presentado en Wadu Wadu, su disco debut.
“El banquete”, “El 146″, “Me fascina la parrilla” y las desopilantes “Bandas chantas arañan la nada”, “Se zarpó” y “Cave canem” sobresalen dentro de un álbum del cual muy pocos tuvieron noticias en aquel entonces como consecuencia de una inexistente campaña de promoción y apoyo publicitario por parte de la compañía discográfica. De ahí que algunos califican a Recrudece como “el disco maldito de Virus”.
Agujero interior (1983)
Producido por los hermanos Michel y Danny Peyronel (baterista y tecladista invitado de Riff, respectivamente), en Agujero interior Virus cambió por fin críticas negativas e indiferencia por aplausos y una mayor atención por parte de la prensa y del público. Con un sonido y una imagen más dura y rockera, pero conservando su identidad musical a través de una rítmica frenética y logradas melodías, los 11 temas que le dieron vida evidenciaron una redondez, una madurez compositiva y una contundencia visiblemente superiores a su material anterior.
El sólido bloque conformado por “En mi garage”, “El probador”, “Hay que salir del agujero interior” y “Carolina” (versión del tema del español Moncho Alpuente) descargó el mismo impacto devastador que el de un cross a la mandíbula, potenciado además por una creciente difusión radial. En tanto, la sutil “¿Qué hago en Manila?” daba cuenta de un, hasta ese momento, oculto perfil romántico que se acrecentaría con el tiempo. De la mano de Agujero interior, Virus comenzaba a transitar por un sendero más diáfano, luminoso y amigable.
Wadu Wadu (1981)
La mayoría de las óperas primas suelen caracterizarse por las buenas intenciones del artista o la agrupación que las lleva adelante entremezcladas con objetivos aún no del todo claros. Pero Virus no fue ese caso. Como una excepción a la regla, en Wadu Wadu resultó sencillo advertir la propuesta renovadora de la banda.
Un rock simple, enérgico, muy pero muy veloz y en sintonía con las tendencias musicales del momento (el punk, el pub rock y sobre todo la new wave expresadas a través de un amplio abanico de nombres como Devo, The B-52′s, Dr. Feelgood, Blondie, Talking Heads y The Police) constituyó su carta de presentación, sentando de una vez y para siempre las bases de la modernidad en el rock argentino.
Incomprendido por parte de un amplio sector de la prensa especializada y hasta inclusive rechazado de manera hostil por un público quizás demasiado ensimismado en el jazz rock y el virtuosismo sinfónico, Wadu Wadu irrumpió en la escena local para derribar añejas y anquilosadas estructuras mediante una postura rupturista, fresca, desprejuiciada, irónica y fundamentalmente bailable. Apelando a esas herramientas intentaba entonces darle un corte definitivo a la atmósfera contemplativa y a ese espíritu un tanto pasivo que solían dominar a los conciertos de rock de finales de los setenta en nuestro país.
A menudo calificado de frívolo, plástico y pasatista, el tenor de sus letras apelaba en realidad a ingeniosos y novedosos juegos de palabras, toques humorísticos y recursos metafóricos para describir y retratar una coyuntura gris, monótona y tediosa y expresar a la vez el firme deseo de cambiar y disfrutar de nuevos aires. Más allá de las críticas adversas, temas como “El rock es mi forma de ser”, “Soy moderno, no fumo”, “Loco coco”, “Caliente café”, “Amor o acuerdo” y el que le dio título fueron tomados con entusiasmo por un reducido caudal de fanáticos con ansias de escuchar algo diferente a todo lo demás.
Por último, vale la pena señalar que con el paso de los años la mirada sobre este álbum debut no sólo fue mutando sino que influyó notablemente en toda una nueva y nutrida camada de artistas encabezada, entre otros, por Babasónicos, Adicta, Leo García, Los Látigos, Indios e incluso Miranda! De ahí la importancia y el carácter seminal que Wadu Wadu guarda no sólo para Virus sino para el rock argentino en general.
Relax (1984)
Fiel a su espíritu camaleónico y lejos de repetir fórmulas probadas o colocarse en piloto automático, Virus da un inmenso paso adelante en su carrera de la mano de Relax. En su cuarto álbum de estudio, las guitarras distorsionadas y rockeras que poblaron Agujero interior ingresan a cuarteles de invierno para permitir el acceso de preponderantes sintetizadores y bases rítmicas electrónicas, dando comienzo así a una fructífera y celebrada etapa tecno pop.
Independientemente de esta renovación en su sonido, lo que continúa en franco ascenso es el nivel compositivo de los hermanos Julio y Federico Moura quienes, aún conservando el ADN y las señas particulares del sello Virus, rubrican canciones que repercuten muy fuerte en el público. Temas como “Me puedo programar” y “Amor descartable” se convirtieron en los favoritos del verano 84-85, amén de la excelente respuesta obtenida por “Desesperado secuencia uno”, “Dame una señal” y “Sentirse bien”.
Considerado uno de los álbumes con mejor audio del rock argentino, factor que se trasladaría a sus shows en vivo, Relax, que este año cumple 40 años, hizo crecer considerablemente el número de seguidores del grupo.
Locura (1985)
Si Agujero interior y Relax hicieron de Virus una banda popular, Locura la llevó entonces hacia la masividad total, tanto en el plano local como en el internacional, producto de sus primeras incursiones en diversos territorios latinoamericanos. Como curiosidad, vale decir que el título de esta placa reflejó a la perfección lo que el grupo desató en un público cada vez más ávido de su música y por concurrir a sus conciertos.
Fino, delicado y cautivante, en Locura todo fue cuidado en extremo y al detalle, desde el sugestivo arte de portada hasta el más pequeño arreglo. Al margen de los adictivos hits “Una luna de miel en la mano”, “Pronta entrega” y “Sin disfraz”, el pulso bailable aminoró su marcha, los colchones de teclados (aquí no tan maquinales como en Relax) compartieron el espacio con tenues pinceladas de guitarras y la performance vocal de Federico Moura resultó sublime.
Por su parte, el carácter enigmático, sensual, ambiguo y con finales abiertos de varias de sus letras conformaron un combo pleno de encanto y sofisticación. “Tomo lo que encuentro”, “Pecados para dos” y “Destino circular” son otros destacados pasajes del disco que colocó a Virus en lo más alto del rock local.
Superficies de placer (1987)
“Imágenes paganas”, único estreno del álbum Vivo (1986), no sólo se erigió como uno de los temas más emblemáticos y representativos de toda la trayectoria de Virus sino que, de algún modo, también se lo puede apreciar como una especie de adelanto, preaviso o precuela del nuevo “cambio de piel” que el grupo ejecutaría en su siguiente producción discográfica de estudio.
En efecto, Superficies de placer profundizaría aún más la tendencia romántica y reposada que caracterizó a Locura, trasladando sus canciones hacia un firmamento de extrema languidez y densidad y armonizando sonidos electrónicos con guitarras acústicas. Más allá de la excelencia sonora y estética alcanzadas, su particular arte de portada (obra del artista plástico Daniel Melgarejo) y el reconocido trazo bailable destilado en el pulso funk de “Mirada speed” y en “Encuentro en el río musical”, todo en este álbum giró alrededor de los tiempos medios de acabadas piezas como “Ausencia”, “Polvos de una relación”, “Danza narcótica” y los aires latinos de la propia “Superficies de placer”. En tanto varias de sus letras, con referencias al voyeurismo, la soledad, el vacío y la incertidumbre por el advenimiento del fin de siglo, adquirirían un nuevo significado luego de la muerte de Federico Moura.
Si bien en un principio el matiz del disco resultó un tanto desconcertante por carecer del similar impacto inmediato que sí había generado el material incluido en Relax y Locura, con el transcurrir de los años tanto la prensa especializada como el público fueron advirtiendo y descubriendo la belleza que envolvía a esta indiscutida gema del pop. De enorme influencia en las siguientes generaciones de músicos, Superficies de placer aún reserva sorpresas por develar en cada nueva escucha. Sin dudas, algo inherente a las llamadas obras maestras.