Wes Anderson: la filmografía de un rupturista, ordenada de peor a mejor

Los excéntricos Tenenbaums (2001)
Los excéntricos Tenenbaums (2001)

Ante todo hay que hacer una salvedad. Es un poco audaz asegurar que Wes Anderson tenga una película “peor”, así que en realidad el título de esta nota debería ser “de menos mejor a mejor”. Y es que este director (al que sus detractores califican como “solo un gran decorador de interiores”) demuestra en cada proyecto un estilo muy personal.

Anderson es dueño de una sensibilidad fácilmente reconocible, y de un mapa de personajes y obsesiones que reaparecen una y otra vez en cada uno de sus títulos. Por ese motivo, y con el estreno de La crónica francesa como excusa, repasamos los largometrajes de este realizador, a lo largo de 25 años de carrera .

Ladrón que roba a ladrón (1996)

Casualidad o síntoma de una industria ávida de nuevas voces, en 1996 hicieron su debut dos de los nombres clave del cine en el siglo XXI: Paul Thomas Anderson y Wes Anderson, autores jóvenes y, trágicamente, de los últimos surgidos en Hollywood. Esas auspiciosas óperas primas fueron Hard Eight, en el caso de Paul Thomas Anderson, y Ladrón que roba a ladrón en el de Wes Anderson. El film se centra en dos hermanos que aspiran a realizar una serie de robos, pero que atrapados en sus laberintos de inseguridades emocionales, influencias negativas y arrebatos de pasiones, terminan por estropear sus propios planes. Si bien desde el contenido este largometraje sí muestra a un Anderson esbozando su estilo, desde el aspecto formal, el asunto es muy distinto. La característica puesta en escena del director no da señales de vida. Sus planos detalles, sus mundos que entran en maquetas y las imágenes “cuadro”, aún no aparecen, revelando que Ladrón que roba a ladrón es un Anderson en estado embrionario, aún calculando cuán grande puede ser el poder de un fotograma.

Moonrise Kingdom (2012)

Sam (Jared GIlman) y Suzy (Kara Hayward) son dos preadolescentes que se enamoran y deciden escapar para vivir ese vínculo con total libertad. Pero, como es de esperar, los adultos responsables de ellos comienzan a buscarlos por cielo y tierra, a medida que los amantes en fuga cuentan con inesperados cómplices en su huida. Quizá lo más interesante de esta pieza, es la desesperada necesidad de sus protagonistas por preservar una sensibilidad que pronto desaparecerá. De esa forma, Moonrise Kingdom es una película cálida, en la que Anderson bucea por influencias que no son sus habituales (hay un aroma a Francois Truffaut), logrando así una sentida carta de amor (valga la redundancia) al amor adolescente.

Viaje a Darjeeling (2007)

Esta es una película que deja una sensación mixta. Por un lado, Anderson vuelve a las familias fragmentadas como motor del relato, y por el otro, hay una evidente fascinación por la cultura india como marco de la trama. Sin embargo, algo en la fórmula no termina de funcionar. La historia de tres hermanos que escapan del fantasma de su padre, abrazando la figura de una madre ausente, se traduce como un relato empantanado, de pasajes inusualmente oscuros para el realizador. Como es habitual, hay pequeñas secuencias típicamente wesandersonianas (Adrien Brody subiendo al tren con los Kinks de fondo, es una postal perfecta), pero eso no alcanza para no sentir que este es un experimento fallido. Y sobre el final, se percibe que quizá el director se perdió más en el amor hacia Satyajit Ray que en priorizar la lógica de sus propios protagonistas.

El fantástico Sr. Zorro (2009)

Teniendo en cuenta el interés de Wes por las maquetas y las miniaturas, era cuestión de tiempo que realizara un proyecto íntegramente animado. Y tampoco extrañó que su elección fuera la del stop motion, una técnica tan hermosa como caída en desuso, que aquí se revela como el rasgo romántico de un director empeñado en capturar la magia perdida de un cine pasado. Por primera vez, Anderson adapta una obra preexistente (el libro homónimo de Roald Dahl), para convertirla en una pieza de su filmografía. De esa manera, la historia de Fox (George Clooney) se convierte en una trama muy afín al espíritu del realizador, con grandes robos, vínculos disfuncionales y el desafío de adaptarse a afectividades complejas. El fantástico Sr. Zorro es un híbrido encantador, una fábula infantil que Anderson arma y desarma para encajarla en su cine, logrando en el camino esa difícil alquimia entre ser respetuoso en la esencia del material original, mezclando eso con su identidad autoral.

Vida acuática (2004)

Así como la familia de Los excéntricos Tenenbaums sufría las raíces de una casa que cortaba sus alas (el único que parecía lograr volar de ahí era Mordecai), Vida acuática vuelve sobre esa idea, a través de una casa rodante (o marítima) que le imposibilita a sus tripulantes echar raíces. Zissou (Bill Murray) es la fantasía de Anderson sobre Jacques Cousteau, un explorador atravesado por la aventura del descubrir. Pero más allá de los piratas y los peligros en forma de un tiburón jaguar, las hazañas de Zissou parecen menos relevantes frente a su necesidad por establecer lazos, conformar vínculos con una torpeza destructiva, apresurar romances y acelerar paternidades. Que la película muchas veces dé vueltas sin un destino claro, tiene que ver con respetar la mirada de su protagonista, un personaje que sabe lo que quiere, pero no entiende cómo lograrlo.

Isla de perros (2018)

Para su segundo proyecto en stop motion, el realizador contó una historia sobre qué sucede cuando Japón decide expulsar a todos los perros del país, abandonándolos a su suerte en una isla remota. Un niño que extraña a su mejor amigo decide entonces viajar a ese lugar para reencontrarse con Spots. Y con esa excusa, Anderson plantea una entrañable película, en la que juega con la contradicción de la ternura de sus protagonistas, atrapados en un mundo que los educa en ser salvajes. Los vínculos emocionales como rasgos identitarios, la necesidad por estrechar lazos, un homenaje a la cinefilia japonesa y por sobre todo eso, la consagración del perro como una criatura de una nobleza superlativa, se combinan en este otro gran título del realizador.

Tres es multitud (1998)

En su segunda película, Anderson demostró un nivel de madurez arrollador, y una mirada autoral que a otros realizadores les toma años de construcción. De golpe, ahí estaba todo, los personajes atravesados por el drama de plantearse metas imposibles, el dolor de aparentar más que de ser, la necesidad por pertenecer a los mundos equivocados, y el amor como un salvavidas improbable. La historia de Max Fischer (Jason Schwartzman), un joven estudiante que no concibe su vida fuera de la academia Rushmore, se convirtió en la plataforma perfecta para que Anderson demostrara de forma contundente su sensibilidad y su extraordinaria puesta en escena.

El gran hotel Budapest (2014)

Como demuestran sus últimos títulos, Anderson actualmente es más europeo que americano. Una primera etapa de su obra estaba anclada en una identidad mucho más cercana a la de su país natal, pero eventualmente eso viró hacia el viejo Continente. No es arriesgado leer que Anderson comenzó a sentirse huérfano en Hollywood, al ver cómo una industria que reverenció, de grandes estrellas y ambiciosas producciones, se convertía en una maquinaria fría de marcas más que de nombres. Y su camino lo acercó a Europa, que poco a poco se convirtió en el paisaje de sus historias. De ese modo, El gran hotel Budapest presenta un relato que transcurre en la nación ficticia de Zubrowka, donde un joven botones acompaña a un experimentando conserje llamando Monsieru Gustave H. (Ralph Fiennes), a una aventura en la que debe probar su inocencia sobre un crimen que no cometió. En muchos sentidos, El gran hotel Budapest es lo más cerca que Anderson estuvo de la aventura en el sentido más clásico del género, con un joven inexperto que vive un mítico viaje de la mano de un maestro que a su vez, vive su hazaña crepuscular. Es un film en el que Anderson juega a las escenas de acción (con las que ya había coqueteado con Steve Zissou), a las intrigas amorosas y a los conflictos que rodean a un aventurero improbable, pero enormemente atractivo.

Los excéntricos Tenenbaums (2001)

Luego de la puesta a punto que significó Tres es multitud, el director cerró una primera etapa de su obra (en muchos aspectos, marcada por elaborar sus guiones junto a Owen Wilson), con esta gran pieza. Los excéntricos Tenenbaums es la obra maestra de Anderson, el título que ni siquiera sus detractores pueden ignorar. Se trata del film que mejor compacta sus inquietudes, y esos personajes que, de una u otra manera, luchan contra la angustia que les significó el seguir viviendo luego de rendirse. Las canciones justas en el momento exacto (“Needle in the Hay”, “Everyone”, “Fly”, “These Days”), las casas de muñecas como contexto de la historia, y esas paredes con mil detalles que describen a los protagonistas mejor que cualquier línea de diálogo, son la firma de un realizador que se encontraba en el pico más pulido de su creatividad.

Los excéntricos Tenenbaum resume el encanto que desprende la obra del director, esa capacidad de establecer emociones complejas sin subrayar dramatismos, y permitiéndole al público descubrirse en cada uno de esos atípicos personajes. Esa frase de Eli Cash (Owen Wilson) sobre cómo él “siempre quiso ser un Tenenbaum” es la mirada de cualquier espectador que, enamorado de esta historia, también quiere integrar ese mundo que ensaya cómo se construye el amor, en muchas de sus formas.