Wes Anderson: pequeña guía para descubrir a un cineasta único
Si hoy se escribiera la enciclopedia del cine norteamericano del siglo XX, las páginas dedicadas a Wes Anderson deberían ser ilustradas en colores pastel, por supuesto, y con la diagramación perfectamente simétrica y puntillosa que forma parte esencial del inconfundible estilo del director de La crónica francesa, el film que se estrenó esta semana en las salas locales. Solo unos pocos cineastas en la actualidad tienen una impronta estética tan peculiar y reconocible como la de Anderson, con sus personajes excéntricos y demasiado sensibles para este mundo, sus historias de amor arrebatador y adolescente y sus familias complicadas y dulces. Con nueve largometrajes en su haber, el cineasta construyó un universo que fascina a muchos y que deja helados a otros. Sin embargo, hasta los espectadores más reticentes a su obra saben que cada película de Anderson será un viaje como ningún otro que hayan emprendido antes. Un recorrido que ya pasó por Francia, la India, Nueva York, Italia y Japón pero cuyos comienzos fueron inconfundiblemente estadounidenses.
Hecho en Texas. Como estudiante de filosofía de la Universidad de Texas, estado norteamericano en el que nació en 1969, Anderson pensó que era una buena idea tomar un curso de guion y en principio la iniciativa resultó más que positiva, ya que en esa misma clase conoció a un tal Owen Wilson, quien se convirtió primero en su amigo y compañero de casa y luego en su socio creativo. Juntos, a modo de ejercicio para el taller de guion, escribieron la historia de lo que sería Buscando el crimen (anodino título de la edición local en video de Bottle Rocket, disponible para alquilar o comprar en AppleTV), un cortometraje devenido largo que llegó a quedar en la lista de mejores películas de los años 90 elaborada por Martin Scorsese. Pero claro, antes del reconocimiento, el film sobre un grupo de ladronzuelos encabezado por el delirante Dignan y el sensible Anthony, interpretados por los hermanos Owen y Luke Wilson, fue rechazado por el festival de Sundance, duramente comentado por los críticos y hasta por el estudio que había invertido en ella. Un comienzo poco promisorio que de todos modos ya insinuaba muchos de los temas y los recursos visuales del cine de Anderson aun cuando todavía no había salido de Texas.
Siempre juntos. Si las tomas perfectamente simétricas y el humor zumbón son marcas registradas del cine de Anderson también lo es su costumbre de trabajar siempre con las mismas personas. Algo que ocurre desde el comienzo de su carrera tanto frente a las cámaras como detrás de ellas. Así, ya con la atención de Hollywood el dúo creativo que formó con Owen Wilson continuó en su segunda y tercera película, Tres es multitud (Rushmore, en el original) y Los excéntricos Tenenbaum (ambas disponibles en Star+) que les consiguió además una nominación al Oscar como guionistas. Y acostumbrado a la colaboración estrecha con sus actores, unos pocos años después de que Jason Schwartzman fuera el perfecto protagonista de Rushmore se transformó también en coguionista de Viaje a Darjeeling-película que también encabezó con Wilson y Adrien Brody-, junto a su primo Roman Coppola. El trío volvió a juntarse para escribir Isla de perros y La crónica francesa, en la que Schwarztman hace una aparición breve aunque significativa. Es que, de hecho, en los films de Anderson hasta los cameos esconden referencias y sentido sobre su obra anterior y adelantan algo de la que vendrá.
Figuritas repetidas. En el planeta Anderson, para mantenerse fiel a su estilo además de la lealtad detrás de las cámaras –Robert D. Yeoman es el director de fotografía de todas sus películas desde Rushmore– es necesario que frente a las cámaras aparezcan actores que parecen encarnar su visión del mundo como si hubieran nacido para ser personajes del director. Con Bill Murray como musa y catalizador del humor y la melancolía que recorre toda su obra, según pasaron los años y sus ambiciones artísticas se hacían más elaboradas Anderson fue incorporando espíritus afines. Al elenco estable original integrado por Murray, Wilson y Schwarztman se fueron sumando Brody, Tilda Swinton, Edward Norton, Willem Dafoe, Angelica Huston, Frances McDormand y, en los últimos años, los franceses Mathieu Amalric y Léa Seydoux, que aparecieron en El gran hotel Budapest (Star+) y, por supuesto en La crónica francesa que, por su estructura narrativa episódica, tal vez sea el más superpoblado de sus films.
Bajo la superficie. De Jacques Cousteau a las historias y cronistas de la revista New Yorker pasando por sus propias experiencias en un tradicional colegio para varones, el cine de Anderson suele establecer lazos entre sus muy personales obsesiones y los autores que lo fascinan. De Ernst Lubitsch a Jacques Tati, antes del comienzo de la filmación de La crónica francesa el director repartió entre su elenco y equipo técnico una lista de 32 films que los podrían ayudar a captar el tono de la nueva película. Entre ellos, según recopiló el sitio Indiewire, aparecen Los 400 golpes de François Truffaut, Piso de soltero de Billy Wilder, La naranja mecánica de Stanley Kubrick y se destaca El graduado, de Mike Nichols, un director del que Anderson se declara fanático. Tal es su admiración por el trabajo de Nichols en general y de esa película en particular que que en más de una ocasión contó que para Rushmore tomó “prestadas” algunas de las tomas del film de 1967, especialmente una en la que Benjamin, el personaje de Dustin Hoffman, se sumerge en la pileta de sus padres y que en su film se reproduce cuando el nihilista Herman Blume (Bill Murray), se zambulle en su piscina para escapar del mundo en la superficie.
El tablero de dibujo. Para muchos de sus detractores, el cine de Anderson es poco más que una serie de pósters bonitos o una fuente de inspiración para el diseño de interiores más hipster. Aquellos que ven en sus películas puro ejercicio estético sin sustancia dramática o verdadera emoción, creen que la afición del director por la animación confirma su prejuicioso. Sin embargo, para sus seguidores los films El fantástico Sr. Zorro e Isla de perros demuestran exactamente lo contrario. Realizados a partir de la técnica de animación stop-motion (cuadro por cuadro), ambos llevan la fijación por el detalle y el diseño de producción del director a su máxima expresión. Pero más allá de sus logros técnicos y estilísticos, lo cierto es que las dos películas expresan el humor y la emoción de sus historias de un modo que sus films con actores no alcanzan desde los tiempos de Los excéntricos Tenembaum. En el caso de El fantástico Sr. Zorro, adaptado de una novela de Roald Dahl, Anderson lo pensó primero como uno de sus trabajos más convencionales, pero resultó uno de los más personales, donde cada cuadro refleja su forma de ver el mundo y de narrarlo. Algo similar transmite Isla de Perros, que saca del camino aquellas críticas que muchas veces señal que su cine privilegia el artificio por sobre la emoción. De hecho, en La crónica francesa, las secuencias más sensibles -en un film que no cuenta con muchas que puedan ser calificadas como tales-, están narradas a través de la animación.
El exilio de Wes. Como sus personajes en el film estrenado esta semana, el director lleva años instalado en Francia y trabajando en Europa. La sensibilidad del Viejo Continente, pasada por el filtro de la mirada del expatriado tejano, se destaca tanto en El gran hotel Budapest, rodado en Alemania, y La crónica francesa, enteramente realizado en Francia. Y lo mismo se puede esperar de su próximo proyecto. aun sin título, cuyo rodaje terminó hace pocas semanas en España. Aunque no se conocen detalles de la trama, sí está confirmado que a los integrantes de su elenco estable, Murray, Schwarztman, Brody y Swinton, entre otros, ahora se le sumaron algunos nuevos talentos: Tom Hanks, Scarlett Johansson y Margot Robbie. El año que viene, cuando se estrene el film, quedará por ver si su incorporación será pasajera o permanente y cómo le sienta España al planeta Anderson.