Wilde, un hombre: el sentido derrotero de un creador que no claudicó ante nada
Libro y dirección: Pepe Cibrián Campoy. Intérpretes: Pepe Cibrián Campoy, Ana Acosta, Mateo Bennasar, Julieta Cancelli, Claudia Duce, Sofía Daher. Emiliano Cuetara, Andy Rinaldi, José Fiz, Brisa Aparicio, Dante Emanuel. Vestuario y escenografía: Vanesa Abramovich. Iluminación: Gastón Claver. Sala: Regina (Av. Santa Fe 1235). Funciones: viernes a las 20; sábados y domingos a las 18. Duración: 90 minutos. Nuestra opinión: buena.
A lo largo de su carrera, la producción dramática de Pepe Cibrián Campoy demuestra que en varias oportunidades la obra o la personalidad del escritor irlandés Oscar Wilde le han provocado un interés particular. Y así como, en alguna oportunidad, montó El fantasma de Canterville, también decidió escribir acerca de la personalidad del poeta y dramaturgo.
En 2004, acompañado por su madre, Ana María Campoy, recreó Wilde. El hombre, y en 2015 La importancia de llamarse Wilde, una destacada puesta que estuvo a cargo de uno de sus discípulos.
En esta temporada, Cibrián Campoy decide ponerse en la piel de aquel creador y lo hace a través de un texto muy atractivo, en donde los diálogos construidos en un verso muy refinado irán mostrando aspectos de la personalidad del escritor, la sociedad de su época, la relación con lord Alfred Douglas (Bossie), su joven amante; su esposa, Constancia, y su madre, Speranza.
La obra no se detiene a analizar su historia amorosa con Douglas o el juicio que termina condenando a Wilde a dos años de cárcel y a realizar trabajos forzados, acusado de sodomía, sino en la personalidad de ese magnífico hombre que era capaz de sobreponerse a todas las desventuras por las que debió pasar y aún así intentar sentirse entero.
En sus diversos discursos irá explicando, con mucha agudeza, el derrotero de su vida. No claudicará ante nada. No se sentirá culpable por vivir de la forma en que decidió hacerlo y aceptará su destino convencido de que ha sido “un mal autor de su vida”.
Su personalidad apenas se quebrará en aquellas escenas en las que el protagonista desarrolla con su madre o con su esposa, ambas conocedoras de su mundo privado y que intentan hacerlo reflexionar acerca del lugar en el que las expone a ellas siguiendo el dictamen de su conducta.
Wilde resistirá con hidalguía, justificándose apenas, mientras observa como su mundo artístico siempre exitoso se derrumba, la sociedad victoriana lo hace a un lado, al igual que su amante, quien le reprochará no haberlo potenciado para lograr ser un gran poeta, como supuestamente le había prometido. Él también lo abandona y seguirá su vida sin importarle el lugar en el que ha caído Wilde.
Pepe Cibrián Campoy enaltece con su interpretación la figura del autor . Toma algo de distancia del personaje, como si le interesará poner en valor sus discursos siempre atractivos y develadores de su universo interno. Pero logra conmover cuando se cruza en escena con Ana Acosta, su madre; Julieta Cancelli, su esposa o Claudia Duce, su amiga Ada.
Cada una de estas actrices logran recrear a sus personajes con una fortaleza notable, sobre todo las dos primeras. Acosta expone una variedad de matices a la hora de dar forma a Speranza que resultan de una vitalidad extraordinaria. Cancelli se debate entre la perdida de su esposo, el escarnio público y un amor que no sabe como reconquistar. Y su entrega en escena también es muy reconocible, sobre todo porque su personaje posee múltiples aristas. Por su parte Duce (en un papel con poco desarrollo), es esa amiga cómplice que comprende a Wilde y trata de ayudarlo a escapar de Inglaterra. En sus diálogos con el escritor expone una ternura conmovedora.
A Mateo Bennasar (Bossie) se lo nota un tanto débil en su forma de llevar el juego amoroso que lo relaciona con el autor, aunque se impone cuando, sobre el final, saca su ira y enfrenta a su amante.
El resto del elenco posee roles muy pequeños. A veces, forman parte de la corte que enjuicia al dramaturgo; otras, de la sociedad acusadora y destructiva. Cada uno de ellos sabe jugar en escena y resultan un contrapunto muy necesario. Sus presencias son muy efectivas.
Es muy destacado el trabajo de la escenógrafa y vestuarista Vanesa Abramovich. El espacio solo contiene un conjunto de sillas y cuatro candelabros que penden del techo y solo con esos elementos genera una imagen muy elocuente.