¿Y si al final la caza no contribuye a la conservación?
La caza es necesaria para la conservación. Aunque a mucha gente le produzca rechazo esta idea, es un consenso casi completo el que para conservar ciertas especies la caza deportiva o caza de trofeos es imprescindible. Un mal necesario, con énfasis en necesario. Pero, ¿si no fuese así?
No nos referimos a que “no lo fuese” como un condicional. Un artículo reciente plantea que tal vez no sea tan necesario e imprescindible, y que en lugar de herramienta común debería ser una opción de último recurso, y casi injustificado.
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Lo cierto es que la discusión que se propone se establece en varios niveles y ámbitos. Por empezar por algún lugar, vamos a explicar cómo se defiende la caza de trofeos desde un punto de vista de la conservación de la fauna, que puede resultar contraintuitivo.
La caza deportiva, explicada de una manera simple – y por lo tanto simplista, dejándonos matices importantes – consiste en vender derechos de caza de determinadas piezas. De las que se obtiene un trofeo: la cornamenta, o la cabeza, u otras partes del animal. Y esto ayuda a la conservación de las especies, ¿cómo?
Una parte importante está en el vender del que hablábamos antes. El dinero que los cazadores pagan por las piezas contribuye a la conservación. Permite financiar esfuerzos de conservación, aporta riqueza a las comunidades locales – está bien regulada, y se asegura que el dinero termine en manos locales, eso no se debe poner en entredicho y nadie lo hace – y sobre todo, evita o limita la caza furtiva.
Limita la caza furtiva porque, tal y como ha quedado demostrado en muchas ocasiones, la mejor forma de evitar la caza furtiva es involucrando a los cazadores legales. Ellos son los que desincentivan a los furtivos, de muchos modos y maneras. Además, el dinero que entra en las comunidades locales dificulta que los furtivos puedan comprar voluntades.
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Esta es la idea sobre la que se trabaja. Pero en el artículo del que hablábamos al inicio, los autores plantean que, realmente, la caza legal ayuda a justificar la caza furtiva. La dificulta, sí, pero le concede un “lavado de cara”. A fin de cuentas, ambos tipos de cazadores realizan la misma acción: matan animales para llevarse partes del cuerpo. Éticamente, no es tan distinto.
Al menos, esa es la opinión de los autores del estudio. Diferencias hay, no es lo mismo la caza legal que la furtiva, empezando por la selección de piezas. Los cazadores deportivos tienen una pieza asignada, una que las autoridades han seleccionado con arreglo a la conservación de la especie. Participan en descastes, en definitiva.
Pero… tal vez la cuestión no sea tan simple, plantean los autores. Porque al analizar los datos han podido comprobar que, debido al dinero que entra y cómo de necesario es éste, al final no sólo entran en juego necesidades de la conservación.
Frente a esta idea de la caza deportiva como elemento común en la conservación, los autores proponen dedicar más esfuerzo a otras fuentes de ingreso. Especialmente el ecoturismo, que se ha comprobado que en muchos lugares suple de manera completa los ingresos por caza deportiva.
Y que si llega a hacerse necesaria la caza deportiva, es una herramienta que está ahí. Pero que no debe ser la opción por defecto.