Yuja Wang: una pianista sobria y un recital imantado por Bach

La pianista Yuja Wang se presentó este lunes en el Teatro Colón
La pianista Yuja Wang se presentó este lunes en el Teatro Colón - Créditos: @Arnaldo Colombaroli

Intérprete: Yuja Wang (piano). Repertorio: obras de Johann Sebastian Bach, Dmitri Shostakovich y Frédéric Chopin. Sala: Teatro Colón. Nuestra opinión: muy bueno.

La primera sorpresa del recital de Yuja Wang en el Teatro Colón sobrevino ya con la primera nota: la pianista china estaba tocando una pieza que no era la anunciada para la primera parte. Cualquier artista tiene la potestad de cambiar el programa cuando se le dé la gana y por las causas más caprichosas; lo que se espera es que tenga por lo menos la cortesía de comunicarlo. No fue lo que sucedió. Como sea, en lugar de la Sonata en la mayor D. 959, de Schubert, la Obertura en estilo francés BWV 831, de Bach, y de Dmitri Shostakovich, de los 24 preludios y fugas, opus 87, el preludio y fuga n°2 y la fuga n° 15 en re bemol mayor, y el n°5 de los Preludios opus 34.

A contramano de las trivialidades publicitarias y periodísticas acerca de sus vestidos y sus tacos altos, Wang es una pianista de una sobriedad insobornable. Lo es en sus gestos y lo es en la comprensión del repertorio. Como todo virtuoso inteligente, no queda nunca esclava del virtuosismo. Su Bach -el posesivo está plenamente justificado, porque hay algo muy propio aquí- transcurre radiográficamente: nos muestra el hueso y las coyunturas, y confía en que la sangre sea la consecuencia de la pura exhibición de la forma. En el caso de Bach, no lo hace con el subrayado fácil de las dinámicas (la tentación del piano), que destaca alternativamente una voz u otra. No: Wang trata todas las voces como si fueran una sola, o, para ser más exactos, como si las varias voces derivaran de una voz sola. Además, ni por un segundo pasa por alto que cada número de la suite es, antes que nada y después de todo, una danza.

Yuja Wang, en el Teatro Colón
Yuja Wang, en el Teatro Colón - Créditos: @Arnaldo Colombaroli

Todo el recital estuvo imantado por Bach situado al inicio, de manera evidente en las piezas de Shostakovich y de un modo más íntimo en las de Chopin. En cierto modo es como si Wang hubiera encontrado ya a Chopin en Bach, o como si supusiera la experiencia interpretativa de Chopin (dijo ella una vez: “Chopin tiene todo”). En este sentido, la segunda parte del recital cumplió con lo anunciado. Estuvieron las cuatro Baladas, de Chopin, aunque en otro orden: hizo la segunda, la tercera, la primera y la cuarta. El itinerario fue distinto, pero Wang se ocupó de mostrarnos que el territorio era el mismo. También aquí nos encontramos con Bach. La melodía chopiniana está hecha de varias voces que no se oponen contrapuntísticamente. Chopin toma de Bach esa atención a los detalles de una u otra voz, que son una melodía única. Wang despliega ese revés de la trama: va al fondo de la heterofonía tan característica de Chopin.

Todo esto quedó claro, muy notablemente, en la Balada n° 2 en fa mayor. La sencillez del “Andantino” está preñado armónicamente del “Presto con fuoco”. Chopin dejó servido este suspenso, pero Wang se las ingenió para que el “Andantino” se escuchara ya amenazante. Si bien es cierto que Wang parte de la estructura, no “toca” la estructura (por lo demás, muy estricta en estas cuatro piezas); hace de ella un puro efecto auditivo, como si estuviera sucediendo en el aire, que es exactamente lo que piden las baladas.

Vinieron después las piezas de programa que, como suele pasar, terminaron borroneando lo que se había escuchado hasta entonces. Fueron cinco: el último movimiento (“Ruvido ed ostinato”) de la primera sonata de Ginastera; el “Danzón”, de Márquez; una transcripción del tercer movimiento de la Sexta sinfonía de Tchaikovsky, el Estudio n°6, de Philip Glass y una transcripción del “Danubio azul” de Johann Strauss.