Ángeles Torrejón, la fotógrafa que reveló el rostro de las zapatistas

OAXACA, Oax., enero 23 (EL UNIVERSAL).- Mientras la mayoría de los fotoperiodistas de México iban a Chiapas para tomar fotos sobre el levantamiento armado y sus protagonistas, los integrantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), Ángeles Torrejón llegó en marzo de 1994 a las comunidades indígenas a documentar los otros rostros del conflicto: las mujeres que dejaron sus tierras y tomaron también las armas y lucharon con sus hijos en brazos las batallas ocultas de un mundo que estaba siendo arrasado por el Ejército Mexicano.

Su editor le dijo que "ya no había noticia", que la Agencia Imagen Latina, donde trabajaba, no podía costear la cobertura porque el conflicto armado estaba entrando en las Mesas de Paz y el acceso estaba controlado por el Estado y el ejército popular, pero sobre todo por viejos fotógrafos de prensa: un acceso que se limitaba a los medios grandes y a la prensa internacional. Desde la mirada de su editor casi todas las cosas ya estaban contadas y no era necesaria la mirada de una mujer. Fue así, recuerda, como la maquinaria machista intentó cerrarle el paso, a pesar de tener un reconocimiento de la Comunidad Europea.

"Marco Antonio Cruz, mi esposo, me dijo que tenía que llevar un proyecto, algo que fuera muy mío, el mundo que creía que debía de ser contado. Entonces me fui a la selva buscando fotografiar a las mujeres, la vida en la comunidad que no estaban contando los hombres enfrascados en lo que consideraban las imágenes poderosas del movimiento. Todos querían fotos del Subcomandante Marcos", sostiene Torrejón mientras el bullicio se apodera del Centro Fotográfico "Manuel Álvarez Bravo" (CFMAB).

La venia del subcomandante

Sentada sobre montículos de cantera verde, Ángeles ha participado apenas en una mesa con varios de sus colegas convocada para la inauguración de la muestra 30 años del EZLN, memoria de una lucha, donde enfatizó que fue a través de la documentación fotográfica que México comenzó a darse cuenta de los espejismos del Salinismo y el olvido a los territorios indígenas en un sexenio que prometió llevar al país al "primer mundo".

Su proyecto fue aprobado la primera noche que llegó por la comandancia zapatista, fue el mismo subcomandante Marcos quien le dio el acceso privilegiado, narra la fotoperiodista nacida en 1963 en la Ciudad de México.

"En dos meses cumplo 30 años de que fui por primera vez y quiero volver, quiero saber qué pasó con estás mujeres, dónde están sus hijos, sus nietos, que fue de aquella primera imagen que tomé de cinco mujeres con fusil con el rostro cubierto, mostrando con sus cuerpos delgados tanta fortaleza", relata. Junto a ella, otros fotógrafos exponen sobre el 30 aniversario del surgimiento zapatista y las 300 imágenes que se exhiben en el santuario que Francisco Toledo fundó.

Otra mirada en la oscuridad de la selva

Sus fotos brillan en la sala. Sobresalen en blanco y negro los cuerpos de mujeres indígenas atrapados por su lente, el tiempo detenido en el cuerpo de las niñas y ella habla de esas fotos con nostalgia. Al igual que sus recuerdos, cuenta que una noche en La Realidad, en el corazón del grupo zapatista, caminó en medio de la oscuridad a través de la selva, acompañada de mujeres y niños, todos tomados de las manos porque les avisaron que grupos paramilitares del gobierno invadirían los campamentos rebeldes.

Por entonces, Ángeles Torrejón llevaba casi un año entrando y saliendo de Chiapas, documentaba el proceso comunitario y la vida cotidiana de las familias rebeldes. En la madrugada, después de ese susto y una caminata de varios kilómetros, supieron que se trataba de un operativo para capturar al subcomandante Marcos. Horas más tarde el gobierno de Ernesto Zedillo revelaría el rostro y el nombre del mito naciente: Sebastián Guillen Vicente, el rebelde encapuchado que aprobó su estadía en la selva.

—¿Por qué contar con tus fotos la vida de mujeres zapatistas en un mundo que no aceptaba a las fotorreporteras?

—Vengo de una familia de mujeres fuertes, una especie de matriarcado, es mi influencia. Aunque mi padre fue un hombre sabio, mis ancestras son mujeres, con ellas aprendí a observar la injusticia, el olvido, la resistencia y creo que las mujeres tenemos otra fuerza para hacer las imágenes, pero para hacer este tipo de trabajos necesitas una sensibilidad distinta, verte en el espejo, quizá por eso los fotógrafos hombres escogían cubrir la guerra y yo preferí el rostro oculto, fue un reconocernos entre nosotras"

Justo fue esa mirada distinta sobre el movimiento zapatista, la suya, la que le dio el reconocimiento nacional con la Mención honorífica del Premio Nacional de Periodismo Cultural "Fernando Benítez" en 1997, así como primer lugar del Concurso de Fotografía Antropológica en 1996. Desde entonces, su trabajo ha formado parte de 60 exposiciones colectivas en Europa y América Latina.