Ópera: con Falstaff, el Teatro Argentino cerró su temporada con un merecido tributo a Verdi

Héctor Guedes como Falstaff en la puesta del Teatro Argentino
Héctor Guedes como Falstaff en la puesta del Teatro Argentino - Créditos: @Guillermo Genitti

Falstaff, de Giuseppe Verdi con libreto de Arrigo Boito basada en Las alegres comadres de Windsor y en Enrique IV, ambas de William Shakespeare. Dirección musical: Silvio Viegas. Dirección de escena: Rubén Szuchmacher. Escenografía y vestuario: Jorge Ferrari. Iluminación: Gonzalo Córdova. Coreografía: Marina Svartzman. Dirección del coro: Santiago Cano. Reparto: Héctor Guedes (Sir John Falstaff), Juan Salvador Trupia (Ford), Virginia Tola (Alice), Sofía Romagnoli (Nannetta), Rocío Arbizu (Meg Page), Eugenia Fuente (Mrs. Quickly), Santiago Martínez (Fenton), Sergio Spina (Dr. Cajus), Lautaro Chaparro (Bardolfo) y Víctor Castells (Pistola). Los actores Miguel Rausch (Posadero) y Luis Caballero (paje de Falstaff). Sala Ginastera Teatro Argentino de La Plata. Última función: domingo 15, a las 17. Nuestra opinión: muy bueno

Dos aciertos del Teatro Argentino de La Plata en el cierre de su breve temporada lírica (temporada con la que el coloso bonaerense marcó su reapertura tras más de seis años de inactividad, presentando dos producciones verdianas: una excelente Aida en la inauguración del ciclo 2023 y este Falstaff en su clausura, sumada la ópera I Pagliacci, de Leoncavallo, en versión concertante). Primer acierto de este cierre: el título. Segundo acierto: el elenco.

Bienvenida Falstaff, nunca antes representada en el Teatro Argentino. Se trata de la última ópera de Giuseppe Verdi, compuesta en tres actos con brillante libreto en italiano de Arrigo Boito, basado en dos obras de William Shakespeare (Las alegres comadres de Windsor y Enrique IV), que narra, en clave de comedia lírica, las desventuras y enredos del fatuo caballero Sir John Falstaff, un obeso empedernido que hace de su prominente rasgo físico toda la vanidad de su persona (una ficción que en la actualidad, bajo el imperio censor de “lo políticamente correcto”, tanto Shakespeare como Verdi estarían impedidos de componer), jugando el rol de un conquistador fanfarrón pero pintoresco, descarado y grotesco pero muy divertido. Dentro de la fecunda creación verdiana —épica, histórica, dramática—, Falstaff se distingue no solo por el género cómico (que no fue precisamente el sello distintivo del gran compositor), sino también por un tipo de escritura enérgica, llena de picardía, ingenio y ritmo trepidante, con una vigorosa articulación staccato que la vuelve incisiva y veloz, agudamente descriptiva en su trama de conversaciones, complot y risa.

La labor de todo el elenco fue saludada con una ovación, comenzando por el barítono Héctor Guedes, magnífico en el rol de Falstaff, con voz potente y segura, vocal y teatralmente flexible para dar vida a un personaje creíble.
La labor de todo el elenco fue saludada con una ovación, comenzando por el barítono Héctor Guedes, magnífico en el rol de Falstaff, con voz potente y segura, vocal y teatralmente flexible para dar vida a un personaje creíble. - Créditos: @© pérez de eulate / teatro arg

Acertado elenco

El segundo acierto de este cierre de temporada estuvo dado en un elenco de estupendas voces que merecieron la ovación del público. Comenzando por el barítono Héctor Guedes, magnífico en el rol de Falstaff, con voz potente y segura, vocal y teatralmente flexible para dar vida a un personaje creíble. Solvente y capaz, el barítono Juan Salvador Trupia hizo gala de sus cualidades declamatorias en el aria de los celos E sogno? O realtà. El tenor Lautaro Chaparro como Bardolfo y el barítono Víctor Castells como Pistola cumplieron las partes de los secuaces de Sir John. Y el tenor Sergio Spina aportó agudeza y gracia natural a las apariciones del doctor Cajus.

Las dos cantantes oriundas de Santo Tomé interpretaron las figuras destinatarias de las sendas cartas que dan inicio a la acción: la soprano Virginia Tola como la señorial Alice resaltando su distinguida presencia y unos agudos potentes; y la mezzosoprano Rocío Arbizu, acorde a la ironía y desenvoltura de Meg Page. Sumada al ensamble de la confabulación femenina, una convincente y querible Mrs. Quickly interpretada por la mezzosoprano Eugenia Fuente, completando la excelente labor del reparto femenino.

Sobresalió la pareja romántica de Nanetta y Fenton, tanto por tratarse de las páginas más líricas y sentimentales de la obra, como por el hecho de que lograron transmitir la pureza y candor juvenil del armonioso dúo: la Nanetta de la soprano Sofía Romagnoli tuvo su momento mágico en el aria Sul fil d’ un soffio etesio, luciendo, al invocar el lenguaje de las hadas, un sonido dulce y etéreo. Fenton, en la voz del tenor Santiago Martínez, iluminó la escena en cada una de sus entradas con un bello timbre, lírico y cantabile, particularmente encantador en el aria del 3º acto Dal Labbro il canto estasiato vola, donde entona, citando del Decamerón de Boccaccio, la frase del proverbio Bocca baciata non perde ventura

Sosteniendo un discurso musical fluido y compacto, la Orquesta Estable aportó una vasta sonoridad, entusiasta y protagónica bajo la batuta del director brasileño Silvio Viegas. Completó el conjunto el coro dirigido por Santiago Cano, dominando con el entramado de voces ese brillante número final em que se arriba a una de las ideas más originales y ocurrentes del género: la esperada conclusión de la ópera con la forma fugada de Tutto nel mondo è burla.

La dirección escénica a cargo de Rubén Szuchmacher (regisseur brillante que en otros trabajos ha logrado escenas de potente dramatismo), ofreció aquí las marcaciones adecuadas para desenvolver los personajes, pero en el marco de un contexto vacío, de formas rígidas y deshabitadas que no acompañaron el desempeño actoral.

Indiferente propuesta escénica

La puesta, por su parte, no alcanzó el nivel de la producción musical. La dirección escénica a cargo de Rubén Szuchmacher (regisseur brillante que en otros trabajos ha logrado escenas de potente dramatismo), ofreció aquí las marcaciones adecuadas para desenvolver los personajes, pero en el marco de un contexto vacío, de formas rígidas y deshabitadas que no acompañaron el desempeño actoral.

Una escenografía pobre e inconexa, armada con unos paneles divisorios pintados, tres sillas y una pequeña mesa, más una tela de fondo para la proyección de luces con groseros pliegues a lo largo de sus terminaciones (una desprolijidad inadmisible para una casa de la envergadura internacional que supone el Teatro Argentino), dio sensación de indiferencia o falta de esmero y creatividad a la hora de generar climas y sorpresas en un escenario que se hacía interminable para la gestualidad de los cantantes. En cuanto al vestuario, no se comprendió la estética por la cual algunos personajes vestían trajes al estilo de los años 50, mientras otros se presentaban con una estética punk vestidos de cuero negro con polainas, y detrás del conjunto, un decorado de diseños psicodélicos. En cualquier caso, si hubo una concepción como soporte de la imagen integral, no logró ponerse de manifiesto el criterio adoptado para esa suerte de eclecticismo del que no surgió su lógica interna. Es decir: si se saca la obra de su tiempo y espacio original (Verdi y Boito situaron la acción en la Inglaterra de principio del siglo XV), para trasladarla a otro lugar y momento histórico —una licencia que es absolutamente válida e incluso deseable en el teatro contemporáneo, ya sea para darle otra connotación a la obra, para decir algo diferente entre las líneas del mismo texto o para demostrar la atemporalidad y vigencia del mismo, para remarcar una línea argumental sobre otra, etc.—, es imperativo, para que esa misión se cristalice, respetar la máxima de la coherencia interna que debe regir entre los elementos de esa nueva representación.

Es de esperarse que —ya reabierto y puesto otra vez en marcha—, en la próxima temporada, el Teatro Argentino, como una institución musical con todo el potencial que representan sus cuerpos estables y sus talleres propios, dotada de grandes instalaciones y una sala fabulosa—, saque a relucir su capacidad productiva tanto en la cantidad como en la calidad de sus espectáculos.

Tributo a Verdi

Por último, y si bien la producción a nivel escénico ofreció poco, la performance musical le rindió un tributo justo a Giuseppe Verdi en el 210º aniversario de su nacimiento (celebrado precisamente el 10 de octubre), con esta última obra suya, compuesta y estrenada a la edad de 80 años, considerada un milagro del espíritu, del optimismo, de la vitalidad y de una fuerza afectiva extraordinaria en la culminación de una inmensa carrera creativa. Con su Falstaff, Verdi regresó, por primera y última vez, al género de su fallido inicio con Il giorno di regno. Más de medio siglo ofrendando al mundo las más imponentes tragedias líricas, para despedirse con una comedia, para dejar sabiamente una sonrisa al término de toda una existencia dedicada al drama. ¡Vaya si no el mensaje de su fuga, cantando Tutto nel mondo è burla… Ma ride ben chi ride, la risata final! porque en la vida como en la ópera, dice Verdi en el mayor de los júbilos: el que ríe último, ríe mejor.