A 110 años del nacimiento de Aníbal Troilo: de su talento tanguero y su alma de trasnochador a las anécdotas más curiosas de su vida

Aníbal Troilo, uno de los personajes más entrañables del tango
Aníbal Troilo, uno de los personajes más entrañables del tango

Con un tono de voz que transmitía en iguales proporciones algo de resignación y el orgullo de haber sido uno de los protagonistas del relato, Atilio Stampone contó hace algunos años la anécdota de una experiencia futbolera con Aníbal Troilo. Ante el pedido de Pichuco para que Stampone lo acompañara a ver a River, la primera respuesta fue: “Pero si vos sabés que soy de Racing”. No importaba que fueran de equipos diferentes mientras se tratara de fútbol. ¿O acaso, por ser uno bandoneonista y otro pianista, no podían compartir el gusto de tocar en una orquesta típica o ir a un cabaret o a una confitería a escuchar un buen grupo de tango?

Aníbal Troilo con el Polaco Goyeneche
Aníbal Troilo con el Polaco Goyeneche

Ahora que se cumplen 110 años del nacimiento de Aníbal Troilo (y casi medio siglo de su muerte) la anécdota parece sacada de la prehistoria. Pero por tratarse de un personaje eterno, en algún sentido, aquella tarde de fútbol pudo haber ocurrido ayer. Luego, cada uno podrá poner en su imaginación los nombres que prefiera a esos dos protagonistas. Solo cabe aclarar que Pichuco fue un personaje único.

Aquel día, Atilio aceptó la invitación, aunque, en realidad, fue él quien tuvo que ponerse al volante del auto para llegar hasta la cancha. No había mucho ánimo para caminar ni siquiera unos pasos. Pero era un partido importante, había más vallados que de costumbre y las limitaciones habituales de circulación típicas de las tardes de clásicos. En uno de esos vallados, cuando Stampone desistió en su intento de convencer al policía que le negaba el paso, miró a su socio y le dijo: “Gordo, asomate por favor”. Apenas Troilo sacó la cabeza por la ventanilla, la valla se abrió instantáneamente. Unos doscientos metros más adelante, la situación fue similar. El personal de seguridad lo reconoció y rápidamente abrió paso para que el auto ingresara. Minutos después estaban los dos músicos compartiendo palco con los presidentes de los clubes que esa tarde jugaban. Terminado el primer tiempo, Pichuco le dijo a Atilio: “Me voy un rato a la confitería [del estadio]”. Pero no regresó.

¿Era algo para perdonar con el tiempo o Troilo contaba, para ese tipo de gestos poco amigables, con algún privilegio de inimputabilidad? Pensado en su totalidad, es difícil separar al músico del personaje cuando se habla de la leyenda. El músico fue genial porque sin pretensiones vanguardistas construyó un estilo orquestal que se transformó en un canon absolutamente clásico para el tango. Y como compositor dejó piezas sublimes. De sus sociedades con los letristas más inspirados –Homero Manzi, Cátulo Castillo, José María Contursi y Enrique Cadícamo– surgieron grandes tangos, valses y milongas. “Barrio de tango”, “Che bandoneón”, “Sur”, “Romance de barrio”, “Desencuentro”, “La última curda”, “María”, “Garúa” y “Toda mi vida”, entre otros.

El personaje tenía ese no sé qué tan particular que lo convertía en un artista absolutamente popular y querido. Fue un ícono de la bohemia tanguera y sus excesos fueron un verdadero preámbulo de la generación rockera que apareció en la Argentina unos veinte años después. El rock argentino siempre fue muy troileano, aunque muchos sigan creyendo que el rock es el padre de todas las transgresiones.

“Estaba ‘angelado’ el gordo Pichuco. Era increíblemente talentoso -dice uno de sus ahijados artísticos, el bandoneonista Osvaldo Piro, a propósito de este aniversario-. Había nacido así. Fue un elegido. Además, su conducta de hombre era acorde con su talento. Desbordaba en generosidad. Fue el modelo a seguir de todos los bandoneonistas de mi generación y por añadidura, nos dejó una extensa lista de composiciones maravillosas y una discografía impecable. Eso habla de un tipo grande de verdad, que nadie lo pone en duda”.

Aníbal Troilo, en sus primeros años abrazado al bandoneón
Aníbal Troilo, en sus primeros años abrazado al bandoneón - Créditos: @Gentileza

Desde que a los diez convenció a su madre para que le comprara un bandoneón, su vida tomó un rumbo unívoco. Fue centrojás en el potrero y en la orquesta; fue burrero empedernido y repartidor entre amigos, de regalías completas que cobraba en Sadaic. Fue el mejor interlocutor de los cafés y las trasnoches. Fue un ídolo popular sin necesidad de pararse frente a un micrófono. Le alcanzó una silla y un bandoneón sobre sus rodillas. La cantante Tania recordó que su compañero de vida, Enrique Santos Discépolo, un día le dijo a Troilo: “Por favor, no hagas nada más, que ya lo hiciste todo”.

En 2014 se realizaron varios homenajes para celebrar el centenario de su nacimiento. Uno de ellos fue la representación gráfica de Troilo que Hermenegildo Sábat había hecho en el libro Pichuco. Durante la presentación, Sábat contó un par de anécdotas del bandoneonista, como la de aquel día que le dijo a su esposa Zita que iba a comprar soda y regresó tres días después .

En 2017, la cantante Susana Rinaldi y Osvaldo Piro estrenaron un espectáculo en el Teatro Coliseo dedicado a Pichuco. El recuerdo que el bandoneonista expresaba en ese momento completa su pensamiento actual sobre Troilo. “En los sesenta -decía Piro en una pausa del primer ensayo del espectáculo que decidieron llamar A Troilo con amor-nosotros éramos veinteañeros y él un hombre de cuarenta y pico. Ya había desarrollado una carrera importantísima como compositor, intérprete y director. Fue impecable en todo lo que eligió para grabar, sin concesiones. Era un hombre de convicciones y un creador. A mi generación le dio todo. Entre sus primeras grabaciones y las del 50 hay una diferencia enorme -explicaba-. Él fue decareano junto con Pugliese y Gobbi, que hicieron una gesta con todo lo que desarrollaron. El gordo, con su personalidad y exquisitez para elegir poetas para trabajar, o músicos y cantantes, dio la pauta de un hombre de avanzada, aunque la revolución fuera la que hizo Astor (Piazzolla). El lanzó como compositor a Piazzolla. Hizo lo mismo con Plaza y con Garello. Yo jamás le hubiera pedido que me patrocine. Un día vino a escucharme a Patio de Tango. Y después le dijo a José Bragato, que era director artístico de la compañía donde grabamos nuestro primer disco, que quería escribir algo para el álbum. Me quería presentar con ese texto. Me quise morir”.