“Tengo 28 años y no quiero hijos”: la historia de por qué me hice la vasectomía

Creo que cuando era niño quería tener hijos, aunque no lo recuerdo bien. Todavía hasta 2014 recuerdo haber tenido algunas conversaciones al respecto, pero la verdad es que nunca fue algo que me interesara demasiado. Siendo adulto, de plano me dejó de pasar por la mente como algo que deseaba para mi vida.

En 2019 comencé a considerar la posibilidad de realizarme la vasectomía. Lo hablé en terapia varios meses (si estás considerando tomar la decisión, pero tienes duda, sugiero mucho que vayas a terapia: es un espacio precioso donde puedes hablar a tu propio tiempo y ritmo sobre todas las cosas que pasarán por tu mente. Nomás asegúrate que tu terapeuta no sea provida).

A finales del año tomé la decisión, pero dije: “Me voy a esperar a verano de 2020 porque, ¿qué podría pasar? No es como que algún evento de magnitud gigantesca me impedirá salir de mi casa para poder realizarme un tratamiento médico sencillo, ¿verdad? ¡¿VERDAD?!”

Pero pues pasó, y entonces me esperé un año más a que las cosas estuvieran más tranquilas.

Y sí, me hice la vasectomía a los 28 años de edad.

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¿Lo hablaste con otras personas?

¡Claro! Durante 2020 estuve comentando la decisión sobre todo con mis amistades.

Soy muy privilegiado en un aspecto: ser sexólogo —y además ser una persona muy ̶d̶e̶s̶v̶e̶r̶g̶o̶n̶z̶a̶d̶a̶ ̶y̶ ̶d̶e̶s̶c̶a̶r̶a̶d̶a̶ pública al hablar de su sexualidad— me ha llevado a tener amistades que saben que este tipo de bombas pueden caer en cualquier momento y aprender a aceptarlas, independientemente de si están de acuerdo o no.

Resumiendo: en general recibí mucho apoyo y, cuando no, por lo menos no hubo cuestionamientos fuertes dirigidos a hacerme cambiar de opinión y de esto estoy muy agradecido.

Aún así, hubo dos tipos de reacciones curiosas que me llamaron la atención:

Por un lado, algunos de mis amigos (hombres) nomás me miraron raro y dijeron ok, está bien y no volvieron a mencionar el tema: supongo que hay algo inherentemente incómodo para la masculinidad el hablar a profundidad sobre falta de descendencia y bisturís en los webitos.

Por el otro, hubo un fenómeno curioso en el que algunas de mis amigas nunca me preguntaron si estaba seguro de la decisión o si era algo que realmente quería, sino que simplemente lo celebraron como una confirmación de lo que sea que haya pasado por su mente —pero tampoco tanto, porque pues ya saben, para algunas personas realizarse un procedimiento de esterilización “es lo mínimo” o algo—.

Ambas reacciones no me molestaron en lo absoluto y en realidad me di cuenta de ellas retroactivamente, vaya, tampoco es que yo haya pedido o necesitado más, sólo fue algo curioso de observar.

(Por cierto, si tienen chance, vayan a leer el texto de Danush Montaño en el que relata su experiencia con la vasectomía. No tiene pierde y habla con mucho mayor profundidad que yo de muchas de las implicaciones emocionales).

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¿Le dijiste a tu familia? ¿Cómo fue eso?

Sí. Primero les dije por teléfono —no vivimos en la misma ciudad— y luego lo hablamos en persona.

Mi hermana me mostró apoyo y aceptación incondicional, aunque no hablamos mucho al respecto. Ni a mi mamá ni a mi papá les encantó la idea y en dos ocasiones distintas me presentaron sus argumentos sobre por qué debía considerar aunque sea retrasar la decisión, pero al final fueron muy respetuosos, algo que agradezco.

Algo que a mí me ayudó mucho al momento de plantearles mis decisión fue dejar en claro tres puntos:

1) Es mi cuerpo, es mi salud reproductiva y sólo yo puedo decidir al respecto.

2) Sabía perfectamente lo que hacía, podía explicar a detalle el procedimiento y sus implicaciones y, bueno, además soy sexólogo, no es como que estas reflexiones me son ajenas. Y…

3): Yo sé que para ustedes esto implica un duelo. Para mí también, porque aunque no lo parezca yo también estoy perdiendo la posibilidad, un camino de vida que a pesar de no interesarme se me ha dicho toda la vida que es aquel que me traerá más felicidad, gozo y sentido.

Crecí escuchando cientos —quizás miles— de historias sobre personas que afirman que ser padre/madre es la mejor experiencia que han tenido en la vida y sé de primera mano que eso es verdad para ustedes, tanto por lo que me han dicho como por lo que han demostrado en su práctica de maternidad/paternidad.

Y sin embargo, no lo deseo. No hay ninguna parte de mí que lo haga. Y eso implica una cosa: esta decisión, para mí, es una celebración, una afirmación de mi autonomía, una acción que conecta de forma alegre y gozosa con todas las otras que he realizado para aspirar a tener la vida que más deseo y en la que creo que puedo amar y vivir mejor.

Y sin embargo, estoy muy consciente que todo esto que les digo puede que resuene en sus oídos como una sentencia simple y triste: “No vas a ser abuela. No vas a ser abuelo”. Y lo lamento. Lo lamento en serio.

Me duele saber que esto les lastima y me duele más saber que no puedo hacer nada al respecto porque finalmente la única manera de ahorrarles esta tristeza sería tomando una decisión contraria a lo que soy y eso no sería bueno para nadie.

Pero creo que lo que sienten es un duelo muy válido y si podemos hacer algo para acompañarnos en eso, estará bien, si no, también.

Lamento mucho no haber podido darles eso que querían, pero es una decisión que estoy tomando consciente, seguro y feliz. A veces las personas que amamos desean cosas distintas y eso no está mal. Les amo.

ESTOY LLORANDO

YO TAMBIÉN

En fin, ¿hubo personas que de plano te intentaron convencer de que lo que hacías estaba mal?

Claro. No muchas, pero claro que sí. Los argumentos fueron los de siempre: “Pero si tener hijes es la mejor experiencia del mundo.”, “Ahora no lo sabes, pero después… [suspira]… valdrá la pena.” “A mí también me daba miedo pero cambió mi vida.” “El amor que eres capaz de sentir es indescriptible.” “Está bien si no lo quieres hacer hoy… ¿pero qué tal que hablas con personas que lo hayan hecho y después tomas tu decisión?”

Y vaya, quiero creer que la intención detrás de estos dichos es de genuina preocupación (e incluso en algunos casos cariño).

Sin embargo, no sé si notaron que son exactamente las mismas cosas que te dicen cuando te quieren, eh, invitar a una secta.

“La mejor experiencia”. “Valdrá la pena”. “Daba miedo pero cambió mi vida”. “El amor que eres capaz de sentir es indescriptible”. “Y si hablas con personas que lo hayan hecho???”

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En honor a la justicia, también son los mismos argumentos con los cuales algunas personas describen la experiencia de cambiarte de país o tirarte de un bungee o consumir ácido.

La diferencia es que si por algo me arrepiento de comerme un ácido… pues bueh, 12 horas de malviaje y ya. Si me arrepiento de tener hijos, el malviaje dura 75.2 años como promedio.

Quiero dejar algo en claro: lo anterior es un chiste y de ningún modo estoy comparando esas experiencias con tener hijos —tener hijos es bastante más caro—.

Pero al escuchar los argumentos con los que me intentaron convencer de no realizarme la vasectomía, sí me preguntaba… ¿por qué? ¿Por qué estas personas se muestran tan convencidas de algo que simplemente no tiene sentido para mí? ¿Qué hay detrás de toda su insistencia en apelar a lo emocional para que tomara esta decisión?

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¿Y entonces por qué decidiste no tener hijos?

Haciendo cierta investigación encontré un concepto que me gustó mucho: según la profesora de filosofía y ciencias cognitivas en Yale L.A. Paul, (no confundir con Logan Paul), tener hijos es parte de lo que ella llama una “Experiencia epistemológicamente transformativa”.

Básicamente, lo que ella dice es que tener hijos es una experiencia tan poderosa que acaba transformando la manera en que construyes tu entendimiento del mundo, tus valores, miedos, aspiraciones, etc.

Y en medida de que así de poderosa es, no se trata de una decisión racional o irracional, sino de una que se escapa de los límites de la racionalidad al momento de elaborarla, porque uno puede pensar en lo que significaría y se sentiría tener hijos y tomar prestado elementos de los testimonios de alrededor y los medios y la propia ideología para decidir… pero al final del día no tiene idea de lo que realmente va a ser sino hasta que lo vive.

Y si consideras eso, te enfrentas con la realidad de que tener hijos puede ser una experiencia maravillosa, incluso la mejor para algunas personas por una diversidad gigantesca de motivos… pero también es horrible y llena de culpa y de angustia para otras, por otra diversidad gigantesca de motivos.

Es una idea interesante, aunque no creo que su explicación abarque todas las posibilidades.

Hay un sesgo cultural en lo que ella dice, en el sentido de que hay personas para las que tener hijos pudiera tratarse de una decisión de otro orden, como garantizar la supervivencia de su comunidad porque se encuentra amenazada o porque responde a alguna cosmovisión específica, entre otras cosas.

También sabemos que el concepto de “hijes” ha cambiado mucho a lo largo de la historia y que no siempre ha sido algo que se asocie a un fuerte impacto en la psique.

Sin embargo, incluso con esas limitaciones, leerla me ayudó a entender un poco más de por qué yo, y sólo yo, no quiero tener hijos.

Podría dar varias razones: el temor a lo que yo considero que es una crisis climática inevitable que transformará de forma horrible el mundo como lo conocemos. La fuerte carga de cáncer —entre otras enfermedades físicas y mentales— que podría circular en mi familia y que podría heredar. El hecho de imponer la existencia a una persona que no lo consintió. El acto político de desafiar el mandato patrilineal de la masculinidad. El miedo de que mi hijo me salga facho o fan de la trova. No sé.

Todas estas razones ocupan un lugar en mi mente y definitivamente son parte de mi decisión. Sin embargo, al menos en mi caso, no son el más profundo motivo por el que he decidido no tener hijos, sino justificaciones y argumentos que aparecen de manera posterior a un impulso más crudo y primario: simplemente no lo deseo.

Es así de simple. El verdadero motivo por el que he decidido no tener hijos es porque no lo deseo.

No quiero. No se me antoja. No sueño con eso. No hay absolutamente nada de la idea de tener hijos que me emocione o me haga pensar “ah, esto estaría bien”.

Y al contrario, la gran mayoría de las cosas que dicen sobre tener hijos, buenas o malas, me hacen repeler todavía más la idea.

Cada vez que me cuentan una historia asociada a tener hijes, en vez de pensar, “wow, eso suena maravilloso me encantaría vivirlo”, mi mente se va a: “¿Cuánto costó eso? ¿Cómo fue la logística? ¿Qué podrías haber hecho de haberte ahorrado ese tiempo o energía?” Y llego a la conclusión una y otra vez de que no quiero eso en mi vida.

Les creo el 100% a todas las personas que me han dicho que tener hijes es la experiencia más maravillosa en su vida. Les creo el 100% a quienes me han contado que no querían o no les interesaba mucho, pero que su vida se transformó el día que sostuvieron en sus brazos por primera vez a su criatura. Les creo el 100% a quienes afirman que, hasta antes de tener hijos, no habían sido capaz de experimentar un amor o un sentido de vida tan fuerte.

Si me permiten ser honesto un segundo, por momentos hasta siento envidia, vaya, lo describen como una tacha tan rica que de repente pienso “¿Por qué a mí me tocó desear otra cosa?”

La experiencia que estas personas describen es algo que yo nunca voy a conocer y suena muy bien, me da mucho gusto que lo estés viviendo y creo también que el estado y la sociedad deberían de otorgarte todas las herramientas posibles para que puedas vivir esa maternidad o paternidad deseada y voluntariamente elegida de la mejor manera posible (¡y todavía más si las circunstancias son adversas o incluso impuestas!).

Pero yo no lo deseo para mí. Y este punto, el deseo, me parece clave.

Del mismo modo en que en una sociedad libre las personas no tienen que justificar su decisión de tener hijos, tampoco tendrían por qué justificar la decisión de no tenerlos, sin importar si tienen 18, 20 o 40 años; si tienen hijos o no, si están en casadas o no, si se encuentran en una mejor posición económica o no, si son capaces de heredar alguna enfermedad o no.

Porque la creencia de que no tener hijos es una decisión que se debe justificar, pero tenerlos no, es parte de las cosas que sostienen situaciones tan horribles e inhumanas como las restricciones legales al aborto o la falta de acceso a métodos anticonceptivos o educación sexual.

Si tú estás a favor de la decisión de la vasectomía, si al leer esto piensas “creo que tiene razón”, pues entonces tendríamos que estar a favor de la interrupción legal, segura y gratuita del embarazo bajo cualquier causal y durante cualquier semana de gestación, porque el razonamiento de fondo es: cualquier persona debe de poder decidir libremente tener hijos o no, sin dar ninguna justificación al respecto, porque eso es parte de su libertad.

¿Y qué hay de las personas que dicen que no tener hijos es egoísta?

¿Egoísta con quién, perdón? Hasta en la concepción más ̶p̶r̶o̶v̶i̶d̶a̶ antiderechos del mundo se tendría que aceptar que, si no hay embarazo, no hay persona, y si no hay persona, no hay responsabilidad con nadie.

Comportarse de manera egoísta es algo que sucede en relación: sólo puedes ser egoísta si tomas acciones en las que tu ego se centre en ti de tal manera que se descuide a la otra persona, pero si no hay literalmente nadie, porque nadie ha nacido, entonces… ¿con quién estaría siendo egoísta?

Hay padres que se arrepienten de tener hijos, hay padres que nunca los desearon y los tuvieron y aprendieron a amarlos y fue la mejor decisión de su vida, sí; pero hay otros que no y eso inevitablemente se traduce en descuido y frustración y rencor acumulado y una serie de cosas a las que no quiero exponer a nadie solo por probar un punto o cumplir un mandato.

Y tan no es egoísta que la decisión de no tener hijos me llevó casi de manera inmediata a pensar: “¿Qué puedo hacer si no tengo hijos, además de un montón de cosas como dormir 8 horas al día?”

Como escribí antes: no tener hijos es la manera en la que yo considero que puedo ser la mejor persona posible para mí y para la gente a mi alrededor.

No me veo siendo padre, sí, pero eso no significa que no me veo cuidando.

No tener hijos de alguna manera me libra en tiempo, manos, espacio y economía para poder hacer ciertas labores de cuidado: el trabajo de educación y psicoterapia que realizo, el acompañamiento a mis amistades, el cuidado de los miembros más cercanos de mi familia, la presencia amorosa con mi pareja, es decir: lo que yo entiendo como cuidado a mi pequeña comunidad.

En algún momento mis amistades podrían tener hijes y quizás en ese momento me toque formar parte de su cuidado o crianza de alguna manera.

Cuando llegue ese momento —si llega—, estaré feliz de saber que mi decisión probablemente me posibilite poder destinar algo de lo que soy al apoyo en la crianza o cuidado de esa pequeña criaturita.

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