El segundo acto: cine de un autor sin concesiones y abrazado al riesgo

Léa Seydoux y Raphael Quenard en El segundo acto
Léa Seydoux y Raphael Quenard en El segundo acto

El segundo acto (Le Deuxième Acte, Francia /2024) Dirección y guion: Quentin Dupieux. Fotografía: Quentin Dupieux. Edición: Quentin Dupieux. Sonido: Gadou Naudin (música compuesta e interpretada por IA). Elenco: Léa Seydoux, Louis Garrel, Raphael Quenard, Vincent Lindon, Manuel Guillot Distribuidora: Z Films. Duración: 80 minutos. Nuestra opinión: buena.

Con apenas 50 años cumplidos, el nombre de Quentin Dupieux se ha instalado entre aquellos profundamente innovadores del cine francés. En su cine se encuentran referencias ineludibles a Luis Buñuel, pero también a Jean-Pierre Jeunet e incluso a Peter Jackson. El del mundo surrealista y onírico pero también de la estética del cine clase B. Del humor y el absurdo pero, sobre todo, de un cine que siempre es una apuesta por lo inesperado y lo desconocido, caminando por la cornisa con historias que están en el filo de lo comprensible.

Por momentos, su narrativa consigue una experiencia original, divertida e irreverente, en otros, se sucederá la expectación y cierta mezcla de intriga y desasosiego, y es porque en sus películas hay vueltas de tuerca que debilitan el engranaje argumental (por otro lado milimétricamente ensamblado), o no logran esa fascinación y contundencia inicial con historias que, muchas veces, dan la sensación que ni el propio director sabe como culminarlas sin salirse de los cánones vanguardistas o de experimentación que se ha autoimpuesto en su simpático desenfreno creativo.

Algo de eso pasa con El segundo acto , una película que ante todo reafirma a su realizador como autor de un cine sin concesiones, abrazado al riesgo y a la libertad creativa . Seguramente, uno de los pocos en el mundo contemporáneo que indaga sobre la responsabilidad de la imagen y la representación cinematográfica a través de su reverso. Y que lo logre de la mano de la comedia y entregando momentos absolutamente magistrales.

Eso sucede con esta película que reúne a un elenco inigualable del cine francés contemporáneo. Actores de enorme trayectoria y peso simbólico que se prestan a este experimento metacinematográfico en el cual Dupieux da vuelta la relación de la representación cinematográfica de la realidad cuando enmarca la acción en el restaurante Le Deuxième Acte (título original de la película), que abre sus puertas con el inicio mismo del film y es donde Florence quiere presentar a su novio ante su padre.

Está muy enamorada de él pero, en cambio, el muchacho no siente nada por ella y pretende que la historia prospere presentándole a su mejor amigo, Willy, a quien en una caminata le adelanta todas sus angustias y pesares. Pero, además, el relato enmarca el rodaje de la misma historia que aquí se narra y es entonces cuando el director rompe la cuarta pared y los actores también intercalan diálogos con el equipo técnico e incluso dirigiéndose a los espectadores. Lo original del caso que todo se desenvuelve de manera continua, mezclando la ficción representada y cual es la que viven los actores en el set. Así llega uno de los mejores momentos de la película, cuando el mozo no puede servir el vino sin que le tiemblen las manos por su emoción de participar en un film. Pero eso sucede mientras simultáneamente las líneas de diálogo transitan el universo del relato representado. Inevitablemente recuerda a Pirandello y su Seis personajes en busca de autor; aunque el director francés centra el debate sobre temas muy actuales como los límites contemporáneos del arte de contar historias, la cultura de la cancelación, el cine como vehículo social, la inteligencia artificial (que compuso y ejecutó su banda de sonido), y los egos cinematográficos, desde una perspectiva tan interesante como desordenada pero que se sostiene gracias a esos grandes actores cuando el caos le resta impulso a su inteligente propuesta que igual consigue varias sonrisas y poner al espectador a prueba una vez más.