Agente Stone: Netflix aplica su fórmula a repetición en otra desabrida historia de intriga y espionaje
Agente Stone (Heart of Stone, Estados Unidos/2023). Dirección: Tom Harper. Guión: Greg Rucka y Allison Schroeder. Fotografía: George Steel. Música: Steven Price. Edición: Mark Eckersley. Elenco: Gal Gadot, Jamie Dornan, Ali Bhatt, Sophie Okonedo, Jing Lusi, Matthias Schweighöfer. Duración: 122 minutos. Disponible en Netflix. Nuestra opinión: regular.
La única modesta curiosidad que despierta Agente Stone pasa por el lugar que ocupa la inteligencia artificial en la trama. A diferencia de otras superproducciones recientes ligadas a la acción y a la intriga internacional, esta flamante apuesta de Netflix nos sugiere que el riesgo de convertirse en algo peligroso y decididamente destructivo todavía depende de los humanos que la manejan. Todavía no funciona, tal como lo sugieren otros títulos recientes del cine de Hollywood, como un elemento autónomo capaz de ejercer por sí mismo un dominio absoluto. Parece en cambio la herramienta clave de la que podría valerse cualquier persona que tenga semejante propósito.
Especular sobre esa eventualidad aplicada a nuestro propio mundo es legítimo. A esta altura ya nada nos sorprende al comprobar que las fronteras entre ficción y realidad se hacen cada vez más difusas. Pero si hablamos de inteligencia artificial, Agente Stone nos proporciona un dato que ya dejó de funcionar como una conjetura para convertirse casi en una certeza.
Hay demasiadas producciones de alto perfil en Netflix modeladas como Agente Stone. Todas son muy parecidas, como si hubiese algún mecanismo artificial que primero las concibe bajo un patrón similar y luego se las ingenia para ocultar ese núcleo permanente en el desarrollo de cada una de las historias, bajo una apariencia de diversidad argumental. ¿Hay acaso diferencias de fondo entre esta película y tanques recientes de la misma plataforma como La vieja guardia, Escuadrón 6, Alerta roja, Zona de riesgo o Misión de rescate? Todas parecen hechas a partir de un mismo algoritmo, con personajes protagónicos que tranquilamente podrían intercambiarse entre una y otra.
Por más que quieran sorprendernos cada tanto con alguna vuelta de tuerca cada vez que aparece un título nuevo, al ver una de estas películas ya vimos todas las demás. Ya estamos familiarizados con el mecanismo. En el centro siempre hay un héroe que carga en sus temerarias misiones con algún conflicto personal irresuelto y en algún momento se queda solo para ejecutar acciones casi suicidas. A su alrededor se mueven por lo general alguna organización más o menos secreta o clandestina, personas inocentes cuyas vidas son amenazadas por poderes o personas diabólicas, deslealtades y engaños a más no poder y viajes por todo el mundo, a veces con paradas en lugares lejanos y sofisticados. Netflix tiene recursos económicos de sobra para hacer semejantes alardes en una cantidad que francamente impresiona.
Agente Stone se suma a esa lista como uno de sus productos menos imaginativos. Se instala en un escenario parecido al de las aventuras en el cine de James Bond, en este caso alrededor de Rachel Stone (el personaje de Gal Gadot), que forma parte de una sofisticada agencia global de inteligencia, que opera en las sombras y es capaz de infiltrarse inclusive dentro de las organizaciones específicas encargadas de ese tema, como el MI6 británico.
La acción, que nos lleva de los Alpes italianos a Marruecos y de Portugal a Islandia, acopia sin otro efecto que la acumulación de secuencias impactantes largas persecuciones, enfrentamientos mano a mano entre buenos y malos, explosiones de todo tipo, atentados, traiciones varias y rescates in extremis.
¿Qué hay detrás de ellas? Solo ruido, mucho ruido sobre todo. Y muy poco lugar para encontrar (como sí ocurre en Misión Imposible, por ejemplo) las razones genuinas que llevan a ciertas personas a actuar de esta manera jugándose la vida a cada momento. Cuando todo resulta tan inverosímil hay dos maneras de sostener la credibilidad. Una es la parodia lisa y llana, como ocurría en el último tramo de la vida de Roger Moore como 007, cuando el personaje directamente dejaba de tomarse en serio a sí mismo y en ese momento se construía la verdad. La otra es la que levanta como bandera Tom Cruise en Misión imposible: detrás de las tramas más sofisticadas del espionaje a gran escala puede haber personas como Ethan Hunt, dispuestas a enfrentar a los poderosos representantes del Mal con el cerebro, el corazón y los sentimientos más nobles.
En Agente Stone la parodia aparece todo el tiempo pero de manera involuntaria porque todo lo que se muestra es muy serio. Por eso casi nada resulta creíble. Y la humanidad de los personajes directamente no se aprecia y mucho menos queda revelada. A Rachel Stone parecen dolerle mucho los golpes que recibe cada vez que da pelea, pero no sabemos por qué hace lo que hace, cómo llegó hasta allí y cuál es en el fondo el sentido último de su trabajo como agente de inteligencia recontraencubierta.
El héroe de acción no necesita ser representado por actores con recursos expresivos de sobra. Alcanza con que el dueño de ese rol sepa transmitir al espectador cuál el sentido último del lugar que ocupa y del compromiso que asume. Gadot nunca lo consigue, entre otras cosas porque el lugar que ocupa en este relato deja expuestas por completo todas sus limitaciones como actriz. La belleza natural y la desenvoltura que la ayudaron a convertirse en estrella esta vez no funcionan.
El resto del elenco protagónico (con la presencia de algún nombre famoso no revelado en los créditos iniciales) parece haberse contagiado de su desabrida protagonista con la honrosa excepción de la estrella del cine indio Alia Bhatt. Es una de las protagonistas de RRR, refugio al que podemos acudir también en Netflix cada vez que tropezamos con esta piedra.