Amanda Knox fue exonerada, pero eso no significa que esté libre

Amanda Knox - (Foto de VINCENZO PINTO/AFP via Getty Images)
Amanda Knox - (Foto de VINCENZO PINTO/AFP via Getty Images)

VASHON, Washington — A pocos minutos de conocer a Amanda Knox, puso en mis brazos a su hija recién nacida. Sí, Amanda Knox tiene una bebé. Es una bebé que ha mantenido en secreto durante meses, por temor a que aparecieran fotógrafos en su puerta, preocupada de que se convirtiera en un titular sobre “el camino de Foxy Knoxy hacia la maternidad”, que por supuesto ahora lo será.

Yo no tenía muchas ganas de sostener a la bebé, que, según me informó Knox, tenía problemas para evacuar, pero allí estábamos. “Ciao amore”, dijo para arrullarla en italiano.

La bebé se llama Eureka Muse Knox-Robinson y, durante los últimos meses, Knox, de 34 años, y su marido, el novelista y poeta Christopher Robinson, de 39, han estado documentando su embarazo en su pódcast, “Labyrinths”, pero aún no han revelado que ya son padres.

“Todavía estoy nerviosa por el precio que los paparazzi van a ponerle a su cabeza”, dijo Knox, colocándose un sacaleches mientras hablábamos en una tarde reciente en la casa que comparte con su marido, su hija y tres gatos —Emil, Mr. Fats y Pan— en la isla de Vashon, en el estado de Washington. Llevaba un pantalón naranja a cuadros y una camisa de botones arrugada, con el pelo recogido en un moño alto, con el aspecto de una madre primeriza que no ha dormido en mucho tiempo. “Diré que estoy emocionada de no tener que seguir fingiendo no ser madre. Porque es como si mi cerebro ya estuviera ahí”.

Si documentar los detalles más vulnerables de un embarazo en un pódcast, y luego desplegarlos estratégicamente como un señuelo para los medios de comunicación, solo para “revelar” a su bebé en un periódico, todo en un esfuerzo para controlar lo que se está escribiendo sobre ti, suena como una lógica ligeramente enrevesada, pues, Knox nunca ha sido el tipo de persona que hace lo que espera la gente.

Recuerdas su historia, ¿verdad? Knox fue la estudiante universitaria de Seattle que se consolidó en la psique pública como “Foxy Knoxy”, encarcelada durante cuatro años, junto con su novio italiano de una semana, por la violación y el asesinato de su compañera de cuarto británica, Meredith Kercher, mientras estudiaba en el extranjero en Perugia, Italia, en 2007.

Knox y su novio, Raffaele Sollecito, fueron finalmente absueltos de ese crimen, y el máximo tribunal europeo de derechos humanos dictaminó que ella había sido privada de una asistencia jurídica adecuada durante un interrogatorio y que las pruebas de ADN utilizadas para condenarla eran defectuosas. Condenó a Italia a pagarle 21.000 dólares por daños y perjuicios.

Para entonces, Rudy Guede, un conocido ladrón que fue declarado culpable del crimen, había cumplido ocho años de una condena de 16 años.

Sin embargo, la mayoría de la gente no recuerda esa parte de la historia.

Lo que probablemente sí recuerda son los detalles más salaces de un asesinato en Halloween en una pintoresca ciudad medieval: la teoría de la fiscalía sobre un juego sexual satánico que salió mal. Una hermosa víctima, Kercher, con una compañera de piso estadounidense igualmente hermosa, Knox, que se comportó de forma extraña en los días posteriores al crimen: haciendo “volteretas” en la comisaría (eran posturas de yoga); comprando “lencería” con su novio (no tenía ropa interior limpia); y, más tarde, presentándose en el juzgado con una camiseta que decía “All You Need Is Love”, una frase de su canción favorita de los Beatles.

Fue repudiada y acusada de ser una “luciferina” diabólica y obsesionada con el sexo en el tribunal —y en la prensa sensacionalista— y pronto nos enteraríamos de que Knox guardaba un vibrador en el baño que compartía con su compañera, y que no le gustaba tirar de la cadena.

Han pasado exactamente diez años desde que Knox salió de la cárcel, perseguida por las sinuosas carreteras de Perugia hasta un centro de acogida en Roma antes de tomar un vuelo de vuelta a casa, a cuyo aterrizaje en Seattle se le dio cobertura en vivo en las noticias.

Y, sin embargo, Knox, que ahora es defensora de las personas que son condenadas injustamente, sigue intentando cuadrar esa caricatura de sí misma —su “doppelgänger” asesina, como ella la llama— con lo que realmente es, lo que se le permite ser y la forma en que su hija la verá. ¿Cuánto tiempo debe dedicar a intentar convencer a la gente de su inocencia? ¿Hasta qué punto está bien que se beneficie de la fama que nunca quiso?

Desde que regresó a casa en 2011, Knox ha oscilado entre periodos de silencio —tratando de ser invisible, dijo— e intentar limpiar su nombre agresivamente, primero con un libro sobre su experiencia, y más tarde como defensora de otras personas que fueron encarceladas por delitos que no cometieron, la mayoría con muchos menos recursos o reconocimiento que ella.

Durante casi cuatro años, Knox vivió en una especie de purgatorio legal: absuelta en el proceso de apelación y tratando de vivir su vida, pero sabiendo que podría ser llevada a juicio de nuevo (en Italia, no está prohibido el doble enjuiciamiento). Ese purgatorio terminó en 2015, cuando fue exonerada por el más alto tribunal italiano.

Mientras tanto, había terminado su licenciatura, en escritura creativa, en la Universidad de Washington —antes de todo esto, había querido ser traductora— y durante un tiempo trabajó en una tienda de libros usados, ganando el salario mínimo y escribiendo columnas bajo un seudónimo para un periódico de barrio. “Conseguir un trabajo regular y de cara al público era complicado porque la gente me reconocía”, explicó.

Habló públicamente de su experiencia en 2017, en un acto benéfico en Seattle donde también estuvieron Macklemore y Monica Lewinsky, y de nuevo en 2019, en una conferencia en Italia —su primer viaje de vuelta— organizada por el Proyecto Inocencia Italiano, que no existía cuando fue juzgada.

Desde entonces, ha sido anfitriona de un pódcast sobre crímenes reales, apareció en el pódcast de Joe Rogan el mes pasado y publicó un ensayo en The Atlantic sobre la película “Cuestión de sangre”, que, según ella, se está beneficiando de su nombre e historia.

Knox ha tenido durante mucho tiempo una relación complicada con los medios de comunicación. Y ha anhelado su propio “momento estilo Mónica”, en referencia a la forma en que Lewinsky ha conseguido rehabilitar su imagen.

No obstante, aunque su purgatorio legal haya terminado, queda una especie de purgatorio cultural. ¿Cómo seguir adelante cuando los más mínimos detalles de tu vida pueden provocar un frenesí sensacionalista? ¿Cómo conseguir un trabajo “normal” cuando tu nombre eclipsa todo lo que haces? ¿Cómo se puede utilizar ese nombre —para construir una vida, una identidad o una carrera— cuando hay una mujer muerta cuya trágica historia se saca a relucir cada vez que hablas?

“Ese es el tipo de trampa en la que me encuentro, en la que siempre tengo que participar en conversaciones sobre algo de lo que preferiría no hablar”, comentó Knox. “Me dicen constantemente que solo debería desaparecer”.

La creación de una caricatura

Lo que ocurrió aquella noche en Perugia quizá sea tema de debate para siempre. Pero hay algunos hechos básicos, no rumores ni teorías descabelladas de la fiscalía ni giros sensacionalistas.

El cuerpo de Meredith Kercher, una estudiante de 21 años de la Universidad de Leeds, fue descubierto en su habitación, en la casa que compartía con tres compañeras de piso, incluida Knox, el 2 de noviembre de 2007.

Guede —cuyas huellas dactilares ensangrentadas se encontraron en las paredes de la habitación, y su ADN en la ropa de la joven y en el interior de su vagina— fue juzgado de manera independiente a Knox y Sollecito, y condenado antes de que comenzara el juicio de los jóvenes. Declaró que se sentó con Kercher mientras moría, que no llamó a la policía y que aún no podía quitarse de la cabeza el río de sangre. “Debe haber hablado de esa sangre durante diez minutos”, señaló Nina Burleigh, una periodista de investigación que cubrió el juicio desde Perugia. Guede fue puesto en libertad el año pasado.

Más tarde se determinaría que no había ningún rastro biológico de Knox ni de Sollecito en el dormitorio, según los documentos judiciales. No obstante, después de un interrogatorio que duró toda la noche —en el que Knox dijo que la policía la golpeó en la nuca y que no tuvo un abogado ni un intérprete presentes—, Knox firmó una confesión, escrita en italiano, que la situaba en la casa y acusaba del crimen a Patrick Lumumba, un propietario de bar congoleño que había sido su jefe. Knox se retractó a las pocas horas, y la confesión después fue declarada inadmisible en los tribunales, pero Knox sería condenada por difamar a Lumumba.

Cualquier caso judicial de gran repercusión es una batalla tanto mediática como jurídica. En Italia, patria de los paparazzi, los jurados no están aislados, y es habitual que la policía y los abogados filtren información a la prensa, lo que explicaría la filtración del diario de Knox en la cárcel, que incluía una lista de parejas sexuales, escrita después de que las autoridades penitenciarias le dijeran que había dado positivo en la prueba del VIH. (No era cierto).

“Había grandes discrepancias entre lo que se informaba en los medios de comunicación y lo que figuraba en el expediente policial real”, dijo Burleigh, que también es autora de “The Fatal Gift of Beauty: The Trials of Amanda Knox”.

La vida después de la cárcel

Mientras estaba en prisión, Knox aprendió italiano leyendo libros de Harry Potter y mantuvo conversaciones imaginarias con su yo más joven, tratando de reconfortarla. Durante las vacaciones, su abuela encendía una vela frente a una silla vacía en su honor.

Sin embargo, su “hogar” no era el mismo cuando Knox regresó, o al menos ella no era la misma persona. Tom Wright, un amigo de la familia, recordó una fiesta que se organizó en casa de la tía de Knox —con una tarta de “bienvenida a casa” que horneó su abuela— en la que Knox se sentó sola. “Le dije: ‘¿Estás bien?’. Y ella dijo: ‘Solo quiero que la gente que no está en esta habitación sepa que soy inocente’”.

Su familia la animó a tomarse las cosas con calma mientras llegaban las ofertas para contar su historia. Pero ella estaba ansiosa por recuperar el tiempo perdido. “Sentía que ya llevaba cuatro años de retraso”, afirmó.

Pronto encontró un departamento con una amiga, y luego se mudó a una pequeña casa. Empezó a salir con una amistad de la infancia, y luego salió por despecho con un hombre que conoció en un bar, quien mintió sobre haber sido condenado injustamente y después se convirtió en una amenaza. “Me sentí la persona más estúpida del mundo, porque, de toda la gente que existe, no debí haber confiado en esta persona”, relató Knox, rompiendo en llanto.

Trabajaba en la librería, daba paseos por la noche para evitar las cámaras y encontraba consuelo en la lectura y en tocar la guitarra. Seguía lavando su ropa interior en el fregadero, una costumbre carcelaria de la que al parecer no podía deshacerse.

“Estuvimos en modo de supervivencia durante un tiempo”, dijo su madre, Edda Mellas, profesora. “En ese momento, ella no podía hablar de eso en absoluto. Solo lloraba”.

Entonces, aproximadamente un año después de su regreso a casa, se anuló la absolución de Knox, la volvieron a juzgar y la declararon culpable en ausencia. Le preocupaba la extradición. Su familia empezó a investigar qué haría falta para esconderla en un búnker, diciéndole que cuanto menos supiera, mejor.

“Sentía que no podía siquiera intentar tener una vida normal porque llevaba esa mortaja encima”, dijo Knox. “En parte, me sentía indignada. Sentía que se había cometido una profunda injusticia, así que no cambié mi nombre, no cambié mi apariencia. Pero también me sentía derrotada, como si no pudiera hacer nada al respecto”.

Cuando fue absuelta de manera definitiva, en 2015, Knox había sido condenada, encarcelada, absuelta y puesta en libertad en un proceso de apelación, juzgada y condenada de nuevo, y finalmente exonerada por el Tribunal Supremo de Italia. Ella y su madre también fueron juzgadas y absueltas por calumniar a la policía italiana. (En Italia, es un delito insultar o dañar la reputación de los funcionarios públicos). Por los cargos de haber difamado a Lumumba, fue condenada a tres años, que ya había cumplido.

’Rara’ de Seattle

El panorama de Knox cambió tras su exoneración. Conoció a Robinson poco después, cuando lo entrevistó sobre su novela, “The War of the Encyclopeadists”, para The West Seattle Herald, donde acababa de empezar a utilizar su nombre real.

Robinson tomó la decisión de no buscarla en Google, dijo, y dejar que ella le revelara su historia. Desde entonces, se ha convertido en su más firme defensor.

No tienen representante de relaciones públicas, así que Robinson es la primera línea de defensa de Knox. Por lo tanto, la acompaña en las entrevistas, produce y edita su pódcast y revisa sus redes sociales en busca de mensajes de odio y amenazas de muerte, mientras hace malabarismos para seguir con su propia carrera de escritor. Y aunque son muchos los insultos que recibe su esposa, lo que más le molesta es la acusación de que hay algo raro en ella.

Cada ciudad tiene su versión de lo “raro”, pero Seattle —de la época anterior a Jeff Bezos, al menos— era el hogar de una versión particular de contracultura. Para los que conocen el lugar, no fue una gran sorpresa que Knox, que había llegado a Perugia con todo su equipo de acampada (tienda de campaña, saco de dormir, estufa) y una tetera en su maleta, estuviera fuera de contexto en Italia.

Pero esto le molesta a Robinson, que también creció allí. “Hay mucha gente que dice, con buenas intenciones, algo como: ‘Siento mucho que te haya pasado eso’. ‘Yo también soy una persona rara y estrafalaria’. O, ‘Deberías tener permiso de ser estrafalario. No significa que seas un asesino’”. Y es válido, pero… ¿en algún momento se te ocurrió pensar que tu percepción de su comportamiento estaba mediada por mil cosas más?”.

’Una vida alternativa’

Knox y Robinson viven en un enclave boscoso a un corto trayecto en ferri del oeste de Seattle, donde Knox creció, pero con la suficiente distancia del territorio continental como para sentirse cómodos al poner su nombre en el buzón. “Tenemos una pequeña burbuja, pero no estamos completamente desconectados”, comentó Knox. Van a buscar setas al bosque que hay detrás de su casa. En el tapete de su entrada se puede leer la frase: “Vuelve con una orden judicial”, un regalo de una conferencia de defensores públicos en la que ella participó.

Durante la mayor parte de la pandemia, y sin duda desde que nació su hija, apenas han salido de este recinto. Se turnan para ir a la ciudad a comprar alimentos y dan alguno que otro paseo hasta su mirador favorito, donde las cabras deambulan por un campo y hay una vista del estrecho de Puget. El mes pasado, un par de fotógrafos alemanes encontraron la casa de los abuelos de Knox en la isla, pero en general se sienten seguros aquí.

Un día entre semana hace poco, mientras Robinson trabajaba en un guion de “Labyrinths”, el episodio en el que revelarían que ya habían tenido a su bebé, Knox grabó una entrevista con Maya Shankar, una neurocientífica cognitiva que estudia los prejuicios. Eureka, en un moisés en el suelo, miraba siluetas en un libro mientras Robinson la mecía con el pie. Sobre él había un estante lleno de libros sobre el caso Kercher, entre ellos el de Knox.

Se dice que el adelanto por su libro de memorias de 2013, “Waiting to Be Heard”, fue de 3,8 millones de dólares, lo que significa que la gente asume que se hizo rica. Pero ni siquiera esa cantidad de dinero puede llegar a ser suficiente después de ocho años de costes legales y de relaciones públicas; tres hipotecas (su madre, su padre y su abuela hipotecaron sus casas por segunda vez); un préstamo para su hermana menor, Deanna, que había abandonado la universidad durante todo el calvario; y los honorarios de los agentes y los impuestos. Su padre, Curt Knox, contador, dijo que a Amanda le sobraron unos 200.000 dólares.

Era suficiente para ayudarla a empezar de nuevo. Pero con un pódcast que ella y Robinson producen por sí solos, una bebé y 160 suscriptores de Patreon como principal fuente de ingresos en este momento, necesitarán otro trabajo.

Por eso se están esforzando: vendiendo una adaptación cinematográfica de su libro de memorias, un proyecto televisivo sobre exonerados, un nuevo libro para Knox. Planean crear una serie de NFT a partir de famosas portadas de tabloides con la cara de Knox en ellas, y Robinson está trabajando en una novela de ciencia ficción y en un libro de no ficción sobre la evolución, el futuro y los psicodélicos.

Otra idea, para un proyecto documental, exploraría la relación de Knox con su principal fiscal italiano, Giuliano Mignini, un perusino de toda la vida que durante el juicio retrató a Knox como una adicta al sexo que buscaba vengarse de su compañera de piso, y que argumentó que tenía que haber estado involucrada en el asesinato porque solo una mujer cubriría un cuerpo con una sábana.

Durante su viaje de vuelta a Italia, en 2019, ella le entregó a Mignini una carta en italiano en la que le preguntaba si estaba dispuesto a iniciar un diálogo. Él tardó unos meses en responder, pero desde entonces han mantenido correspondencia. Ella espera conocerlo en persona algún día y quizás filmar el encuentro.

Mignini, que ya se ha retirado y publicará un libro sobre el caso el año que viene, está abierto a la idea. Cuando lo contactaron en Perugia, dijo que ha llegado a conocer el carácter de Knox en parte a través del capellán de su antigua prisión, un hombre llamado Don Saulo, con quien ella entabló una amistad, y que también era el sacerdote de la parroquia de la infancia de Mignini.

“Estoy consciente de que, al encontrarse lejos de casa, a esa edad, debió sufrir mucho”, dijo Mignini. Aunque esa perspectiva no cambia su opinión sobre el caso, dijo, reconoció que ella fue retratada “como una especie de Circe”, admitió, refiriéndose a la vilipendiada bruja de la mitología clásica, infame por convertir a los hombres en cerdos.

Esa es la paradoja de ser “Amanda Knox”, incluso tantos años después: dividida entre el deseo de vivir una existencia anónima —fantasea con mudarse a un remoto pueblo de Alemania y convertirse en costurera— y el deseo de controlar la narrativa sobre su vida; recelosa de los medios de comunicación que la desprestigiaron, pero necesitada de ellos para promover sus esfuerzos profesionales; criticada por ser tan pública sobre su vida, pero incapaz de existir en privado sin el bagaje que conlleva su nombre.

“Lo que le sigo diciendo a Chris es que quiero llegar a un lugar donde no tenga que seguir recordando la peor experiencia de mi vida para que podamos pagar la hipoteca”, dijo Knox. “Sigo diciéndome que, si todo lo demás falla, puedo hacer relojes para ganarme la vida”.

© 2021 The New York Times Company