El fin del amor: genuina mirada generacional sobre crisis personales, exploraciones y transgresiones
El fin del amor (Argentina, 2022). Creadoras: Erika Halvorsen y Tamara Tenembaum. Elenco: Lali Espósito, Vera Spinetta, Julieta Zapiola, Verónica Llinás, Mariana Genesio Peña, Andrés Gil, Brenda Kreizerman, Mike Amigorena, Lorena Vega. Disponible en: Amazon Prime Video. Nuestra opinión: muy buena.
Tamara Tenenbaum (Lali Espósito) es la “reina de la rebeldía”, según una definición que reverbera en las horas de despedida de su excursión nocturna. Una reina que abandona la velada en una disco en plena euforia, como Cenicienta cuando su carroza se hace calabaza, para regresar a la cama caliente y el aroma de hogar junto a Fede (Andrés Gil), su novio desde hace algunos años. ¿Es esa la fotografía de su vida que se imaginó durante sus estudios en la facultad de Filosofía y Letras? ¿O es aquella que se desprende de sus ácidas columnas en la radio como emergente de la nueva generación del periodismo? Tamara parece no saberlo aún, pero mientras discute con una española en el bar Ladorada y sus amigas le reclaman un poco de la prometida diversión, se gesta una crisis. Una crisis subterránea y saludable que la remueve de sus pretendidas certezas y la aventura a un viaje que se convierte en la mejor materia para una ficción.
Los dilemas de la autoficción han sido infinitos. ¿Hasta qué punto la escritura personal, inspirada en vivencias y en un humor autorreferencial, podía llegar a la pantalla convertida en una historia con personajes reales y no meros alter egos portadores de consignas y declaraciones? Tamara Tenenbaum, la autora, modeló su libro El fin del amor desde la primera persona, desde experiencias propias y el sagrado pulso de la fabulación. Y esa divertida inspiración llegó al streaming con un aire nuevo, fresco, que agita rebeldía y transgresión pero que modela un mundo de personajes queribles y contradictorios, situaciones ridículas y humanas, una mirada sin temores sobre aquello que no siempre preguntamos . Tamara Tenenbaum, el personaje, con la gracia indiscutible de Lali Espósito, transita ese viaje con ímpetu y ese egoísmo generacional que siempre nos autoriza a tener razón incluso cuando nos equivocamos.
Después de la fiesta, la salida temprana, el regreso a casa y los saludos celosos y acalorados de sus dos amigas, Juana (Vera Spinetta) y Laura (Julieta Zapiola), compañeras de la secundaria que lidian con sus propias inseguridades e indecisiones, Tamara empieza un nuevo día. Mientras termina una clase en la facultad, a través de la puerta vidriada del aula asoma una imagen de su pasado. A sus 29 años, Sarita Levy (Brenda Kreizerman) ha conseguido un marido judío para casarse, tal como Dios y su familia lo exigen. Con sus espesos rulos y su sonrisa de entusiasmo extiende a Tamara una imprevista invitación a su casamiento pero también a ese pasado compartido, olvidado junto al corsé de su adolescencia y las leyes de la pureza de su religión. “¿Ustedes creen que yo oculto mis orígenes?”, les pregunta Tamara a sus amigas mientras el fantasma del mikve y la memoria de sus juegos infantiles con las pelucas de las casadas han vuelto para quedarse.
La serie tiene el enorme mérito de amalgamar esa inquietud interior que lentamente se apodera de Tamara, que la impulsa a revisar sus placeres y sus decisiones, con una puesta en escena que introduce lo subjetivo sin olvidar lo lúdico, voces infantiles que recrean el aprendizaje ortodoxo y su olvido, los mandatos familiares y su subversión. Tamara revisita la relación con su madre Ruth (Verónica Llinás), una pediatra que quedó viuda al perder a su marido en el atentado a la AMIA; instala en la discusión los problemas de dinero de su generación, en tensión con sus aspiraciones de éxito; descubre un deseo que la empuja hacia Ofelia (Mariana Genesio Peña) y escapa tanto a convenciones como a posturas de superficial transgresión; lo público y lo privado conviven sin esfuerzo, en ese límite donde la cámara ha fijado su mirada.
La adaptación de Erika Halvorsen y la propia Tenembaun exploran una mirada generacional que resulta genuina, que quizás se adhiere a ciertos clisés de la conversación feminista en algunas escenas puntuales, como la charla en el bachillerato popular o algunos intercambios con sus amigas, pero lo hace desde un humor honesto, sin falsos cinismos ni superaciones impostadas.
La cena del Pésaj, la comida kosher, la crianza en el Once, los ritos ortodoxos. Un universo que parece ajeno a la militancia feminista, al vivir en pareja, a la exploración del sexo, a esas consignas rebeldes que se han hecho un hashtag en Instagram. Tamara reconduce esos polos a un posible encuentro, no exento de idas y vueltas, de grietas y reconciliaciones. Y ese prisma que es generacional e identitario, que se toca con la crisis vocacional de Juana o las inseguridades amorosas de Laura, también lo hace con la aventura matrimonial de Sarita.
El fin del amor mira con interés a todos sus personajes e incluso en frases como “resignificaciones simbólicas de la cultura pop” o en preguntas como “¿te vas a perder a Judith Butler en la Argentina?” se aloja esa voluntad de salir de las cáscaras de la época, de encontrar la propia rebeldía más allá de todo mandato.