“Yo bailo”: la poética y expansiva propuesta de unas señoras decididas a evocarse, a celebrarse
Textos: Julieta Ciocci y Damián Malvacio. intérpretes: Leonor Ahumada, Fátima Alicia Almeida, Liliana Altamiranda, Liliana Bairo, Beatriz Caro, Sara Chapiro, María Antonieta Dellaere, Juana Farache, Adriana Garavaglia, Martha Gorosito, Alicia Laffitte, Raquel Norma Levi, Noemí Marchesini, Stella Maris Mengarelli, Mirta Moratti, Hilda Morón, Graciela Parera, Inés Marta Pielet, Emma Noemí Raineri, Elsa Sara Rodríguez, Silvia Hebe Rodríguez, María Cristina Rodríguez Barbieri, Liliana Rofrano, Margarita Luisa Rosell, Nieves Rosolen, Liliana Ruiz, Viviana Safranchik, Lilita Sancrica, Norma Beatriz Sommaruga, Ana María Sosa, María Laura Ubiría y Miriam Varela. Diseño de vestuario: Mariana Vera. Asistencia coreográfica: Malena Chami y Axel Hahn. Diseño de sonido: Martín Bosa. Diseño de iluminación: Gabriela Barroso. Coreografía y dirección: Damián Malvacio. Sala: Cine/teatro El Plata. Duración: 40 minutos. Nuestra opinión: excelente.
Noche de estreno en el Cine/teatro El Plata, la sala ubicada en pleno corazón del barrio de Mataderos que fue recuperada por la insistencia de los vecinos. Las 500 butacas de ese teatro que depende del Complejo Teatral de Buenos Aires están a pleno de gente que no se quieren perder la fiesta, la celebración de ver a estas 19 mujeres que forman parte de Yo bailo. Algunos llegan con los termos de mate y bizcochos en la bolsa de las compras. Otras y otros, se pusieron las mejores pilchas, como si fuera un sábado de fiebre por la noche. En muchos sentidos, lo es.
Como indica el rito teatral, en un algún momento se apagan las luces de la sala y se prende un foco que apunta desde arriba del escenario a una silla en donde está ubicada una de las intérpretes de Yo bailo, propuesta del bailarín y coreógrafo Damián Malvacio que ya tuvo una versión anterior en Centro Cultural 25 de Mayo, otra sala histórica recuperada. Mientras realiza un movimiento de brazos y suena una música, atrás, sobre fondo negro, se proyectan unos textos. “Estoy sentada, estoy nerviosa. Tengo el pelo blanco, fue el tiempo”, se lee. Justamente el paso del tiempo define a las intérpretes de este proyecto a cargo de este talentoso creador. En base a una convocatoria abierta destinada a mujeres mayores, quedaron 32 en dos elencos que se irán alternado en las funciones previstas hasta el viernes próximo. Tienen de 65 a 87 años. Ninguna posee experiencia profesional como bailarina. Si han bailado tango en fiestas o milongas, en Yo bailo no suena ninguno de esos temas típicos ni una canción folclórica. Este baile, este festejo, va para otro lado, tiene otra vida propia en la que aparecen chispazos de las vidas de ellas.
En una de las escenas aparecen proyectadas confesiones de estas damas empoderadas. “Tengo cuatro cesáreas / nadie sabe que voy al bingo / ayer tuve sexo / me muevo como si nada me doliera”, se lee sin necesidad de develar la identidad de quién de ellas sacó a bailar su secreto. En cierto sentido, en el proceso dramatúrgico de Malvacio, basado en el contacto directo con cada una de ellas, apeló a una especie de biodrama distanciado. Quien habla es el grupo, el cuerpo coral mechado con situaciones en las que algunas de ellas toman el micrófono para narrar algo de su propio tránsito, en primera persona.
Durante el montaje es vital el diseño sonoro de Martín Bosa, que va generando atmósferas de densidades diversas para acompañar las secuencias coreográficas. En ese fluir tan variopinto suena una versión de un tema de Michael Jackson que despierta el furor de “las chicas”. Pelos al viento, diversidad de movimiento, caderas al rojo vivo, fiesta en el escenario, fiesta en la platea. Y en la misma obra en la que una de ellas confiesa que baila en la oscuridad de la noche para aplacar una ausencia que todavía duele, se escucha Penumbra, de Sandro. “Si quieres, yo te doy el mundo / Pero no me pidas, que no te ame así”, se escucha en la sala para deleite de “las nenas de Sandro” que se agrupan evocando una boca sensual, un aliento fatal que todo lo puede.
Yo bailo respira, transpira, contagia honestidad. Decididamente, el que tenga la fantasía de toparse con coreografías grupales de rigurosa sincronía saldrá desilusionado. Las búsquedas de esas formas no son fueron ni son la hoja de ruta de este viaje por paisajes y tiempos vividos. Si alguna en un momento dado va a contramano del resto, el concepto de error habrá que pensarlo. Lo que vale en este aquí y ahora son los cuerpos, las historias que dejan intuir, la satisfacción de verlas como sienten el sonido del bajo en el bajo vientre, la caballera desatada como si estuvieran en plenos días de playa o en noches de desenfreno.
Termina con una versión personal de Bolero, aquella melodía compuesta por Maurice Ravel, que las 19 mujeres bailan con total libertad, importándoles poco la mirada de los otros, el peso de los mandatos, los cuerpos hegemónicos, las “buenas formas” del arte del movimiento. Yo bailo es, también, un manifiesto en sí mismo a cargo de un creador de 35 años que entabló un pacto creativo y amatorio con estas señoras de entre 65 y 87 años (”caricias que brinda el amor...”, diría Sandro).
Nota al margen: es una pena que un trabajo de este tipo tenga previsto realizar tan pocas funciones. Esta obra sobre las vidas merece más vida.