La última batalla entre un teatro dionisíaco y una constructora por un parque en São Paulo

São Paulo, 8 feb (EFE).- Abrir un parque en São Paulo es una tarea titánica, como bien sabe el Teatro Oficina. Este centro cultural famoso por sus obras vanguardistas con frecuentes desnudos no ceja en su lucha de cuatro décadas por un área verde en el barrio, pese a la más reciente embestida de la inmobiliaria de un magnate.

Los actores de la compañía descubrieron este lunes que la constructora del empresario televisivo Silvio Santos había tapiado dos arcos del teatro que daban al terreno circundante, uno de los últimos reductos sin construir en el centro de esta megalópolis brasileña abrazada al cemento.

Sorprendida, Cafira Zoé, dramaturga y actriz, considera la acción una "venganza" ante los avances del movimiento a favor de crear un parque en este descampado árido de 11.000 metros cuadrados propiedad de Santos y hoy ocupado por un estacionamiento.

“En São Paulo parece que sea un crimen querer un parque, como si fuese una idea de otro planeta”, reflexiona en conversación con EFE en el teatro.

El cercano Parque Augusta, convertido hoy en lugar predilecto de la comunidad LGBT, solo vio la luz después de una presión ciudadana de más de 20 años e incontables giros judiciales.

Tras la jugarreta de la constructora, Zoé y otros colegas de esta compañía fundada en 1958 y siempre crítica con el poder se han reunido en el Oficina para realizar un ritual de "purificación".

Vestido con una camisa de colores, el padre Márcio, quien vela por las "energías" del lugar, se arrodilla y entona cantos afrobrasileños, antes de mojar un ramillete de albahaca en un balde de agua y salpicar los arcos tapiados.

El actual edificio de ladrillo, proyectado en los años 80 por Lina Bo Bardi, una arquitecta de culto en Brasil, tiene una planta rectangular y estrecha por donde, en días de función, los actores cantan, bailan y a menudo se desnudan en una bacanal teatral que puede durar horas.

A un lado hay un andamio de dos pisos donde se sienta el público y al otro, un enorme ventanal con vistas a un magnolio que da sombra al edificio y a los coches aparcados en el terreno en disputa.

“Bo Bardi quería que la ciudad entrara en el teatro y el teatro en la ciudad, con la importancia de elementos vivos como el sol en la escenificación. Si se construyeran las torres, todo eso quedaría fracturado”, dice Zoé.

Sepultado bajo el terreno seco donde Santos quiere levantar edificios residenciales, corre el río Bixiga, que la compañía teatral sueña con desenterrar para el disfrute del barrio.

Más cerca del parque soñado

El actor Marcelo Drummond, director del Oficina, aún recuerda la primera vez que vio el espacio todavía en construcción, a finales de los 80.

“Había terminado la dictadura, tenía 24 años, una vida libertina y acababa de tomar ácido… Al entrar, me sentí como en un templo”, explica con una sonrisa el viudo del dramaturgo Zé Celso, fundador de la compañía e histórico impulsor del parque.

Elegido como mejor teatro del mundo por un crítico del diario británico "The Guardian" en 2015, el edificio está protegido por el Instituto del Patrimonio Histórico y Artístico Nacional de Brasil, que denunció no haber autorizado el cierre de los arcos.

Los abogados del Oficina han asegurado que llevará a la inmobiliaria ante el juez por violar las normas de patrimonio.

Por otra parte, las acciones de la inmobiliaria coinciden con un nuevo empuje por parte del Ayuntamiento para crear el parque. En diciembre, tras 40 años de reclamos del teatro, acordó destinar 51 millones de reales (10 millones de dólares/9,5 millones de euros) a la compra del terreno.

A la espera de noticias sobre el avance de las negociaciones, Drummond desea que se resuelva pronto porque atribuye la falta de financiación pública y privada que padecen a la eterna disputa con Silvio Santos.

“No recibimos patrocinios porque no agachamos la cabeza ante el capital. Esta lucha nos impide hacer muchas cosas”, asegura mirando hacia el terreno baldío cuyo futuro todavía está en el aire.

Jon Martín Cullell

(c) Agencia EFE