Billie Eilish en Lollapalooza: la artista más importante de su generación y una clase de cómo conducir a una marea humana
La expectativa por la presentación de Billie Eilish en la Argentina fue in crescendo desde la suspensión de su Where Do We Go? World Tour por motivo de la pandemia de coronavirus. Por lo tanto, en el show en el marco de Lollapalooza Argentina 2023, en el escenario Flow, con el que se consagró como la headliner más joven de la historia del festival en nuestro país (21 años), se iba palpitando un furor que arrancó desde temprano, cuando su audiencia teen (tan solo una parte de su público) no se movía de lugar para poder verla de cerca y lucir los carteles dedicados. Cuando llegó el momento pautado, a las 22.15, se tuvo que pedir a parte del público que tomara distancia de las vallas. Al poco tiempo, la versión de “i love you” fue interrumpida por desmayos que fueron atendidos con celeridad.
Desde ese instante, la artista pidió que todos se cuiden e incluso que hagan ejercicios de respiración junto a ella. Lo que generó no la tomó por sorpresa, y eso se notó en su manejo de una situación que pudo haberse desmadrado. Eilish es mucho más que una artista que se ajusta al concepto de angustia adolescente. A pesar de que en las canciones de su exitoso álbum debut, When We All Fall Asleep, Where Do We Go?, que finalmente pudo tocar en nuestro país (“Bury a Friend” funcionó como una apertura perfecta), abundan letras en las que se aborda el duelo, el temor a las adicciones, la depresión y otros temas con los que conectó con una generación que estaba buscando menos perfección y mayor grado de vulnerabilidad.
De todos modos, Billie se sale de esa nomenclatura un tanto emo. El fenómeno que comenzó con el lanzamiento del EP, Don’t Smile At Me tenía como raíz una forma genuina de concebir música, nada menos que desde la cama de su casa de Los Ángeles, y con su hermano Finneas como productor (quien se ganó el clásico “olé, olé, olé”, para su emoción y gratitud). Quizá no se note arriba del escenario el minimalismo del que nació, pero éste la acompaña a Billie a todos lados, sobre todo cuando temas como “Ocean Eyes” (las luces acompañaron ese momento tan sentido) y “When The Party’s Over” recuerdan esas viñetas en las que, como documentó el cineasta R.J. Cutler en el film The World’s A Little Blurry (una frase que se desprende del tema “ilomilo”), tanto Billie como su hermano fueron incentivados por sus padres, la actriz y guionista Maggie Baird y el constructor y actor Patrick O’Connell, a crear, independientemente del resultado. Y el resultado es euforia pura.
Esa unión que funcionaba a prueba y error, aunque suene contra fáctico, no podría haber sido tan cohesivo si esos hermanos hubiesen roto la burbuja autodidacta en la que se encontraban. Cuando en el show sonaron “My Strange Addiction”, “You Should See Me in a Crown” y “Xanny”, entre otros, la Billie del disco debut que arrasó en los Grammy adoptó una postura que oscila entre el rechazo a los estímulos para sobrevivir y esas confesiones que se suscitan entre susurros. Mucho se ha hablado del registro vocal de la artista quien compuso e interpretó “No Time To Die” para la última película de James Bond que fácilmente podría incorporarse a sus shows por esa temática recurrente de sus letras: la entrega total al otro, aunque el sentimiento no sea correspondido, la puerta que abrió una nueva era con Happier Than Ever, su segundo disco, editado en 2021, con el que se aventuró a experimentar, a no necesariamente entregar algo considerado “prolijo”.
El encanto de ese disco cuya estética mostraba a una Billie que abandonaba el cabello negro y verde y pasaba a un rubio de look and feel pin-up, es precisamente que no les temía a las imperfecciones, porque Eilish continuaba escribiendo una suerte de manifiesto en el que los temores son expuestos con el corazón (sobre todo). En el espectáculo no faltó la canción “NDA” con la que muestra el otro lado de la fama, su pavor a entablar un vínculo en el que su estatus de estrella no atente contra la pareja; así como tampoco privó a su público de “Oxytocin”, en la que una letra sexual se va asomando mientras ella se autodefine como la dominante de esa relación: “No se puede volver atrás con lo que ya se puso en marcha”, expresa la letra.
En medio del show, canciones como “GOLDWING” y “Billie Bossa Nova” se entrecruzaron con las de su EP, uno en el que yacen perlitas como “COPYCAT” y “Bellyache”, que a su vez marcaron una transición perfecta con las de Happier Than Ever. Eilish incluyó en su setlist lo que podría considerarse una composición “anti-festival”, la íntima “Getting Older” (con fotos de su infancia incorporadas a las visuales), ese himno confesional en el que, a sus tan solo 21 años, asevera: “Las cosas que solía disfrutar son las que ahora me dan un trabajo”. Otro reflejo, junto a “NDA”, de cómo la fama meteórica la agarró tambaleante, pero con la contención familiar siempre de su lado. “Happier Than Ever” -tema y disco- fue el camino elegido por Billie para romper las estructuras, para retratar lo que implicó la mudanza de su casa, la vida en soledad o con amigos, el disfrute de las salidas y la certeza de lo que no quería para su vida, además de la ruptura de quien era su pareja en esa época.
Cuando el show fue llegando a su fin con “Bad Guy” primero, y “Happier Than Ever” y “Goodbye” después, no se trató solamente de un golpe de efecto. Estas composiciones, especialmente las dos primeras, destinadas a la catarsis colectiva, marcan el cambio que se generó en Eilish de 2019 a 2021. En la primera, ella se posicionaba arriba del otro (“yo soy el hombre malo” encierra muchos significados). En la segunda, su enojo es palpable en el tramo final, cuando a los gritos le dice a su interlocutor lo mucho que le había robado su inocencia. “Hiciste de mis momentos los tuyos. Eras todo para mí y solo me hiciste sentirte malditamente triste”, espeta una Eilish que está tratando de culparse a sí misma por lo que no funciona para redireccionar su malestar. Eso, como todo lo que ha escrito en los últimos años, la identifica con un público al que le dijo adiós (por ahora) con una reverencia, en zapatillas, a los saltos, como disfrutando ser una verdadera agente del caos.