Frecuencia y deseo sexual, ¿son equivalentes?

Tanto aparece el sexo en los medios de comunicación, que algunas llegamos a pensar que, si no hacemos el amor más a menudo no sólo carecemos de deseo, sino que nos perdemos una de las mejores emociones del mundo. Puesto que casi nadie conversa abierta y sinceramente con amigas o compañeras acerca de la frecuencia de sus relaciones sexuales, acabamos por creer que nuestro deseo debe ser menor o mayor que el de los demás, en especial si las necesidades de nuestra pareja difieren considerablemente de las nuestras.

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Como reacción a la represión sexual del pasado, el péndulo ha oscilado hacia la dirección contraria. Hoy el énfasis se pone en la actividad y la sensibilidad sexual espectacular. Partiendo de que se puede practicar el sexo durante toda la vida, se difunde el mensaje coercitivo de que debemos hacerlo hasta la muerte. Si la motivación disminuye en los últimos años, consideramos que nuestra vitalidad y nuestra autoestima están "de capa caída".

Cierto nivel de deseo sexual se halla presente en todos los hombres y mujeres a lo largo de la vida; sin embargo nunca es estático sino que varía periódicamente. Una escena típica es aquella en la cual el integrante de la pareja con un fuerte deseo sexual se siente eternamente rechazado y acusa al otro de tener un trastorno sexual mientras que éste se siente generalmente presionado y culpable. Quien fue rechazado, siente dolor y se repliega. Esto conduce a la disminución de las caricias sexuales y no sexuales. La evitación física es un medio de protección.

Tocarse es una importante expresión de la intimidad. Pasear del brazo o de la mano refuerza nuestro vínculo afectivo. Tomarse un respiro varias veces al día para abrazarse o darse un breve beso mantiene en forma los sentimientos positivos y afectivos.

Ana y Esteban llevaban casados seis meses cuando solicitaron una entrevista conmigo. El problema que trajeron era que, al parecer, a Ana nunca le interesaba el sexo. Después de conversar un rato con ellos resultaba claro que ambos mantenían una excelente relación y que podían discutir abiertamente de todo. Si bien Ana nunca llevaba la iniciativa, disfrutaba del sexo cuando estaba en situación. Esteban tenía imperiosas necesidades sexuales. Luego de tres entrevistas surgió una pauta que se repetía. El sexo era siempre divertido y satisfactorio cuando comenzaba Esteban.

Los problemas empezaban cuando él esperaba que Ana hiciera el primer movimiento. Pero Ana sabía que él la estaba esperando y, además de sentirse torpe experimentaba una presión a actuar de un modo que para ella era antinatural. Cuando Ana aclaró que le gustaba que él llevara la iniciativa, Esteban se liberó de la sensación que tanto lo sobrecargaba y esto hizo que se sintiera autorizado para comenzar con mayor frecuencia. Le fue bien y decidió aceptar ser el único iniciador mientras supiera que a Ana no le resultaba desagradable.

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