El episodio de mis anteojos

Quiero contarles lo que aconteció este fin de semana.
El viernes nos fuimos con mi marido y los más pequeños a visitar a unos amigos que viven fuera.  Mi hija en cuestión tenía, además de mil excusas para no venir, un partido de hockey, con lo cual decidimos dejarla con mis padres. Cualquier cosa es mejor que tenerla tres días lamentando cada segundo y, afortunadamente, así fue hasta que algo sucedió...

El fin de semana aconteció pacíficamente tanto para ella como para nosotros. A nuestro regreso de un pequeño viaje, la encontramos en casa. Nos saluda bastante más efusivamente que otras veces y se acuesta en mi cama mientras desarmo las maletas. Hace rato que no se tiraba así, tan cerquita, tan accesible. Luego entendería a qué se debía esa actitud tan tierna.
Le pregunto por su fin de semana, y ahí es cuando me introduce en un tema insospechado.
-Mamá, me vas a matar. Te juro que no quería que me pasara. Los cuidé muy bien. Perdón, mamá. Tuve mucha mala suerte y se me rompieron tus anteojos.
Un asterisco. En lo que a anteojos se refiere yo trato de no gastar, pues es un ítem caro. Siempre ando con algunos medio pelo, esos que te queman la retina sí. Con las billeteras también me pasa lo mismo casualmente. Mi marido, que prefiere hacer economía en otro rubro, y considera que mi retina vale un poco más que las gangas que suelo usar, apareció la semana pasada con unos mega anteojos, último modelo, marca top, el diseño del momento… O sea, ¿se entiende de lo que hablo? Nuevos, caros, top, y yo que ni sé cuando usarlos para no estropearlos.


Volviendo a la charla de los anteojos, le contesto relajadísima.
Yo: No pasa nada gorda. Son cualquier cosa.
Ella: No mama. Los nuevos.

Me quedé estupefacta. De repente sentí en mi cuerpo el calor de los asuntos graves. ¿Los nuevos nuevosss??, pregunto con todos mis sentidos al límite de la explosión.
Ella: Sí mamá. Perdón, perdón mamá… Se me cayeron de la bicicleta y los pisé sin querer.
Quería llorar. Impotencia, ira, odio todo junto. Me parecía tan inadmisible por donde lo mire que no caía en la cuenta de lo que estaba escuchando. Los había tomado sin pedirme permiso, los había usado para andar en bicicleta nada menos, y los había roto. Era demasiado para mi horizonte de comprensión.
¡Nenita malcriadaaa! Usas mis anteojos nuevos, que salen una fortuna, para andar en bicicleta. ¡NO mides el valor de nada!
Se fue de mi cuarto ruidosamente repitiendo a los gritos te los pago, te los pago, como si de eso se tratara. La siguió  mi marido haciendo mucho ruido también, y yo me quedé sola, en silencio, contemplando el roperito donde los había dejado por última vez. Qué poco me duró el chiche pensaba.

Conclusión 1: Volví a mis gangas. Como si fueran mi destino. Y todavía no me curo de la bronca.
Conclusión 2: Los adolescentes no miden las consecuencias de nada.

 

 

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