Comer a solas

Muchas personas dicen que comer solo es una experiencia deprimente, pero yo no estoy de acuerdo. Comer a solas no es una experiencia triste por definición. Pienso en quienes tienen una vida muy ajetreada y que pasan el día lidiando con un mundo de gente. Hacer una comida a solas puede significar un respiro, una experiencia placentera y tranquila para recuperar energías, asentar experiencias y reflexionar.

Comer a solas, un espacio para recuperar la calma - iStockphoto
Comer a solas, un espacio para recuperar la calma - iStockphoto

Pero también es verdad que si uno come a solas todos los días, echa de menos la compañía. Porque en el acto de compartir los alimentos también nos damos tiempo de conversar; en las pausas entre un bocado y otro se genera un silencio que nos permite escuchar, mirarnos a los ojos, reencontrarnos en y con los demás. Así, creamos un vínculo y recuperamos los pocos espacios de humanidad que nos deja la vorágine individualista de estos tiempos. Si bien uno de los pilares de la colectividad está en el hecho de compartir la comida, estamos en una época en que los ritmos cotidianos no siempre coinciden, o bien, son tan demandantes que la hora de la comida ya no implica una pausa para compartir sino un mero acto de sobrevivencia.

Aquellos que afirman que comer a solas es triste tienen, creo yo, una mala relación con la soledad; tal vez les provoca ansiedad o quizás sólo es un condicionamiento cultural. Ficción: Juanita viene de una cultura donde el acto de peinarse es un ritual colectivo. Juanita se muda a vivir a un país donde no se tiene esa costumbre, de manera que cuando se halla a solas y tiene que arreglarse el pelo, echa de menos la colectividad y se siente triste. Eso no hace que el acto de peinarse sola sea algo triste por definición, lo triste está en la forma en que Juanita vive dicha experiencia. Eso tampoco quiere decir que los espacios de socialización desaparezcan, sino que en cada cultura y cada época van cambiando.

El ejemplo es un poco burdo, pero creo que funciona para mostrar que los condicionamientos culturales van moldeando nuestras experiencias vitales. En mi caso, hace tres años que trabajo de freelance, eso me permite trabajar desde casa o en cafés que se convierten en sitios de encuentro para desarrollar proyectos temporales. En este esquema laboral no hay vales de comida ni subsidio en el comedor de empleados; el sueldo tampoco me permite comer fuera todos los días, pero a cambio, tengo la fortuna y la libertad para cocinar y comer en casa. Casi nunca puedo invertir más de 25 minutos para cocinar, así que parto de un platillo muy fácil sobre el cual experimento distintas combinaciones que le den variedad y calidad a mi alimentación. También me preocupo por poner la música que me gusta y comer en un espacio limpio, iluminado, cómodo. No se trata de un capricho sino, precisamente, de un esfuerzo por no convertir la comida en un acto de sobrevivencia. Por eso, aunque a veces me caiga de flojera, tampoco opto por fast food ni comida congelada, porque siento que la presentación, el empaque y los sabores prefabricados tienen una buena dosis de deshumanización.

Me gusta comer sola, no me siento triste ni miserable porque he encontrado una forma de conectarme conmigo misma a través de la cocina. También por eso siento un enorme placer cuando hago de comer para otros y compartimos la mesa, porque esa conexión se extiende y se crea un espacio de comunicación y generosidad. Y sí, hay días en que echo de menos la compañía, sobre todo cuando estoy experimentando y queda un platillo delicioso. Pienso que es una lástima que nadie más lo pruebe, porque si uno comparte el placer, éste se multiplica. Lo que hago entonces es tomarle una foto al plato y subirlo a las redes sociales describiendo los ingredientes. Sé que la experiencia no es la misma, pero el impulso, la intención de compartir no desaparece.

iStockphoto
iStockphoto

Recuerdo que cuando empecé como freelance no tenía tiempo de cocinar y comía fuera de casa. Me sentaba sola en un restaurante pero me sentía observada, como si los demás me tuviesen lástima y dijeran: "ay, pobrecita, no tiene nadie con quien comer". Era un incómodo, como esas veces en que la tía impertinente te mira con lástima porque no estás casada o no tienes hijos. Platicando con otras personas que también comen solas, me doy cuenta que esa incomodidad desaparece conforme uno va reacomodando sus espacios de socialización y convivencia, porque se resignifica el acto de comer (de vivir o de ir al cine solo). Uno aprende a quitarse de la cabeza el estigma negativo y también aprende que estar con uno mismo no significa ser un sinamigos o un maniático antisocial.

Transformar la experiencia

El hecho de comer solo no tiene por qué ser una situación miserable. Estas son algunas estrategias para resignificar y transformar la experiencia:

- Los libros o las revistas son una excelente compañía, pero hay quienes se distraen mucho y no disfrutan el plato. En ese caso se puede descargar un podcast y escucharlo, o bien, elegir un programa de tele de vez en cuando. Y digo de vez en cuando porque cuando uno come solo mirando una pantalla, anula buena parte de la experiencia culinaria.

- Otra opción es coordinar una comida o una cena con compañía a través de skype. Es una forma de aprovechar para ver amigos o familiares que viven en otro país; comemos acompañados y nos ponemos al día. Es verdad que lo virtual no sustituye la experiencia real, pero de vez en cuando está bien para enriquecer la rutina.

- Otra forma de variar la experiencia de comer a solas es empacar la comida e irse a un parque o a una plaza. Si el día está lindo, la experiencia de caminar y sentarse en el pasto o en una banca es reconfortante.

- En las grandes capitales hay mucha gente que vive sola. Aprovechando esta situación, muchos restaurantes que han optado por poner mesas comunales. Son esas mesas largas donde uno se puede acomodar con otras personas y socializar. Basta con pedirle al vecino la sal o las servilletas para que surja una conversación.

- También se puede ubicar a otros amigos que coman solos y quedar un día de la semana para comer juntos en el parque o en algún sitio intermedio.

¿Eres de los que comen solos de vez en cuando?

Artículos que pueden interesarte:
No se lo digas a una soltera
Parejas "dinki"
Elegir ser ama de casa, ¿antifeminista?