La delgada línea entre ayudar y estorbar

“Si ves que alguien está en problemas, ayúdalo”, eso me enseñaron de niña y fui por la vida ayudando a diestra y siniestra, sobre todo a quienes estaban más cerca de mí. Sin embargo, con los años fui notando que muchas personas, en lugar de sentirse agradecidas, se sentían invadidas, incómodas y hasta enojadas por mi gesto. Hace un par de días volvió a ocurrirme: mi ayuda era más bien un estorbo y lo que me hacía sentir peor era que yo no sabía cómo distinguir una situación de otra.

Si ofreces ayuda y el otro no la requiere, no lo tomes personal / Foto: thinkstock
Si ofreces ayuda y el otro no la requiere, no lo tomes personal / Foto: thinkstock

Lo conversé con algunas amigas, leí un poco al respecto y lo que encontré es que, a pesar de que nuestras intenciones sean genuinas, hay situaciones en las que no se necesita nuestra ayuda, y no hay que tomárselo personal. Por ejemplo: te apresuras a ayudar a otro a resolver un problema sin que te lo pida; quizás tú sepas hacerlo más rápido y con mayor precisión, sin embargo, puede que tu habilidad haga sentir torpe o inepto al otro.

Ahora imagina que vives en un país donde se habla una lengua distinta a tu lengua materna; comprendes el idioma pero hay matices de significado que se te escapan. Sin que lo pidas (tal vez al ver la cara que pones) alguien tiene a bien acercarse y, conforme avanza la conversación, te explica y amplía el sentido de las frases. A diferencia del primer ejemplo, en este contexto, la iniciativa del otro es de gran ayuda.

Otro caso es el que se vive con los niños y los adolescentes. Hay que confiar en sus talentos y su sabiduría, hay que dejarlos que encuentren su propio proceso de aprendizaje (siempre distinto al nuestro). Si exigimos que hagan todo igual que nosotros o si intervenimos para resolverles el más mínimo problema, no sólo seremos desconsiderados e intrusivos, sino que reduciremos su tolerancia a la frustración.

 

Evaluar antes de actuar

En un mundo donde impera la idea de confort, es necesario revalorar el concepto del esfuerzo. Si bien no queremos que el otro sufra, es importante respetar sus decisiones de vida, no importa si éstas implican gran esfuerzo y riesgos; los retos nos permiten pasar a la acción y equivocarnos para ir descubriendo en el camino quiénes somos.

No se trata de saltar de inmediato; hazte visible, permite que el otro pida ayuda o pregúntale si necesita que lo asistas o le des un consejo. Si no te requiere para resolver su asunto, no te lo tomes a mal. Antes de pasar a la acción, expresa empatía por el otro, evita decirle “lo que deberías hacer es” o “lo que tendrías que decir”, porque puede resultar impositivo. Mejor hazle alguna pregunta sencilla: ¿crees que tiene solución?, ¿has pensado en cómo resolverlo? Si hay tensiones en tu relación, es mejor que no seas tú quien ofrezca la solución directamente, siempre podemos hacer referencia a la experiencia de otros, sean amigos, colegas o especialistas. Sobre todo, evita el hubiera y el “te lo dije”; además de que no aportan nada a la solución, van cargados de vanidad innecesaria.

@luzaenlinea

 

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