Te amo… pero cambia
Mientras estamos en la fase de enamoramiento todo es miel sobre hojuelas, pero cuando se termina el efecto del enamoramiento y uno recupera cierta objetividad, empiezan a aparecer un montón de detalles “icómodos” que nos hacen dudar: ¿así era cuando lo conocí? Esos detalles pueden ir desde la apariencia hasta el ámbito de trabajo o la forma de acomodar la ropa en los cajones. Es entonces que solemos hacer observaciones del tipo: “Mi amor, ¿no crees que esa camisa está muy ajustada?" o "¿No sería mejor que te comieras una ración menos?". Cuando he estado en una situación así siempre me encuentro en el mismo dilema: ¿por qué estoy tratando de cambiar al otro?, ¿acaso la pareja no se trata de sacar lo mejor de nosotros mismos?
Me hago esas preguntas con frecuencia porque con el tiempo me he vuelto más atenta a ese tipo sugerencias. Si bien puede tratarse de ciertas “preferencias estéticas”, como un color o un peinado, también pueden derivar en "observaciones" mucho más complejas que provocan frustración y generan resentimiento.
El psicólogo Didier Pleux, colaborador de psychologies.fr y autor de De l'adulte roi à l'adulte tyran (Del adulto rey al adulto tirano), señala que uno de los malestares que mayor conflicto causan en la pareja actual es un ego cuyos límites son inciertos. El individualismo nos ha llevado a actuar de manera que nuestros placeres y necesidades son prioritarios; eso reduce nuestra tolerancia ante la frustración cuando vemos actitudes incompatibles con las nuestras.
Pero Pleux señala que hay niveles. Por ejemplo, el que uno exprese su opinión acerca de la apariencia del otro es algo normal. Incluso puede resultar banal el que un hombre le regale a su esposa un vestido similar al que lleva una actriz o una modelo. En el fondo, ambos gestos funcionan como una sugerencia: “me gustaría que fueras más coqueta”.
Es verdad que aun cuando se haga con moderación y cariño, una sugerencia no deja de provocar conflicto. Sin embargo, a ese nivel puede solucionarse de forma muy sencilla: una puede agradecer la sugerencia y decidir si usa o no el mentado vestido. Si el otro es respetuoso, lo entenderá. Sin embargo, en un nivel más complejo, cuando uno decide por el otro cómo debe lucir, actuar o hablar, cuando uno impone mediante el chantaje un comportamiento, entonces estamos frente a un ejercicio de poder que “cosifica" al otro.
El límite entre una sugerencia y una imposición es muy tenue, hay que estar atentos para que uno no supere el punto de la mera observación y el otro, de la aceptación. Se trata de negociar, es un juego de dos. Sobre todo en las mujeres latinas, creo que es complejo distinguir cuándo decidimos cambiar porque de verdad creemos que es algo positivo o si lo hacemos simplemente porque nos educaron para complacer al otro a toda costa. Una puede decir: “Está bien, me acomodo a esto, pero esto otro no es negociable”.
Evadir el conflicto
Lo que da sentido a una relación, entre otras cosas, es la voluntad de construir juntos. Pero si la relación se construye sólo en función de las peticiones de uno, entonces la relación se daña. Lo que ocurre cuando cedemos una y otra vez es que el otro se acostumbra a "tener la razón", se hace intolerante a la frustración y uno se pierde a sí mismo por dar lugar a las peticiones del otro.
Dice Didier Pleux que con frecuencia uno cede porque teme al conflicto. Pero el conflicto aparece desde el momento en que dos personas están en desacuerdo al respecto de un mismo tema. Muchas veces no lo expresan porque tienen miedo de perder al otro, prefieren arriesgarse y callar sin darse cuenta de que el silencio convierte al otro en un tirano.
Tal vez el problema está en que confundimos conflicto con hostilidad, cuando son dos asuntos muy distintos. Saber disentir sin ser agresivo es una forma de asumir nuestra identidad y abrazar las diferencias, es el principio de cualquier negociación entre dos personas que se respetan y se quieren por lo que son. No vale la pena evadir el conflicto para mantener la ilusión de un amor perfecto; esa perfección no existe más que en el vientre materno.
Es una pena que por evadir el conflicto llevemos las relaciones a un punto tan enfermizo que tengamos que separarnos. Es una ironía porque ese “complacer por amor” nos lleva justo al lugar que más tememos: la separación. Creo que una forma de no perdernos a nosotros mismos está en transformar la energía de “aguante” en un aprendizaje: expresar y negociar los desacuerdos. Me parece que en el momento en el que le ponerle límites al ego empezamos a lidiar con la frustración y a respetar esas diferencias que nos hacen ser genuinos.
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