Un hombre resuelto
Mis amigas y yo tenemos en común varios factores: rondamos entre los 30 y los 35 años, somos independientes económicamente, sólo algunas tienen uno o dos hijos, somos solteras pero al menos una vez hemos vivido con nuestra pareja (casadas o en unión libre). Tras nuestra separación hemos salido con otros hombres, pero en ninguna ocasión se han dado las condiciones para volver a tener una relación a largo plazo. A diferencia de nuestras madres, que a esta edad estaban casadas y alternaban la crianza con el trabajo, muchas de nosotras estamos involucradas de tiempo completo en proyectos laborales, creativos o de voluntariado, que le dan a nuestra vida un sentido de trascendencia distinto al de la maternidad.
Este panorama es completamente nuevo en comparación con las experiencias y las expectativas de vida de nuestras predecesoras, más aún porque nos ha tocado cuestionar el guión que se repitió durante años: boda para toda la vida, casa propia, hijos — los que mande dios—, tal vez viajes, etc. Ya vivimos parte de esa historia, y en el camino vimos que algunas ideas recibidas acerca del amor y las relaciones no coincidían mucho con nuestra realidad. Eso no quiere decir que queramos pasar el resto de la vida solas entre gatos y macetas, es solamente que al hacer una pausa en el trajín de los días, nos percatamos del enorme trabajo personal que implica equilibrar nuestras expectativas con las de un hombre de nuestra generación.
Las mujeres estamos aprendiendo a ganar autonomía, autosuficiencia e independencia en ámbitos que van de lo económico a lo emocional, y lo que sentimos es que ese proceso se ha dado de manera desfasada con los hombres.
Imagino que en el mejor de los mundos posibles ocurre lo siguiente: mientras que las mujeres vamos ganando espacios que ponen en cuestión la idea de lo que una mujer "debería" hacer con su vida, los hombres también comienzan a experimentar su masculinidad de otras maneras. Liberados de la responsabilidad de ser proveedores absolutos (en teoría, hay dos salarios), dedican tiempo y energía a otros menesteres menos "masculinos". A saber: la crianza compartida, las labores de la casa, la responsabilidad por su salud y su equilibrio emocional, el desarrollo de una actividad creativa o recreativa, por mencionar algunas.
Pero la realidad indica lo contrario. Es fecha en que las mujeres tenemos la impresión de encontrarnos una y otra vez con hombres que se resisten a hacerse cargo de sí mismos, de sus deseos y sus afectos. Si bien son prósperos y destacan en su trabajo, asumen a regañadientes los retos emocionales que implica formar una pareja en la actualidad. Esto se debe, quizás, a que el sistema de valores dominante insiste en mantener ideas retrógradas sobre la masculinidad. Ejemplo: en la infancia les dicen que "los niños no lloran", eso se transforma en la vida adulta en prejuicios como: "sólo las viejas locas van al psicólogo", "la empatía es para niñitas" o "la compasión es para los débiles".
Y ahí están, pasados los 30 años, tratando de lidiar con sus emociones sin saber cómo nombrarlas, porque no tuvieron la posibilidad de conectarse con ellas o resolverlas a tiempo, realizando un trabajo que no les gusta (pero que les da dinero y "prestigio") porque nunca tuvieron el espacio para legitimar sus afectos o su verdadera vocación. No es que nosotras estemos libres de responsabilidad, porque también venimos cargando una maleta llena de prejuicios sobre la pareja y el deber ser. Sólo que hemos tenido el coraje de abrirla, revisarla y empezar a hacernos cargo de la parte que nos toca en este ajuste de identidades.
Pero hay que ser justos, el panorama no es tan pesimista. De lo que se trata todo esto es de aprender a resguardar el amor mientras vamos creciendo juntos. Por eso las relaciones de pareja son un largo proceso de adaptación. Creo que estamos en un momento propicio para imaginar y reinventar nuestras identidades al interior de la pareja, y la propuesta es...
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Un hombre resuelto
Mi amiga Isabel me regaló el término y poco a poco lo he ido complementando con lo que otros hombres y mujeres me cuentan. La idea no es cambiar el vestuario del "príncipe azul" por el traje de "hombre resuelto", sino dejar el espacio libre para que cada hombre reinvente su masculinidad sin sentirse obligado a llenar los zapatos de un modelo preestablecido. Se trata de un proceso difícil pero no imposible. Prueba de ello es que en los últimos meses he conocido a tres hombres resueltos, o mejor dicho, en proceso de resolución. Son completamente distintos entre sí pero comparten la disposición y la valentía para hacerse cargo de sus afectos y, si es necesario, cambiar de rol.
No pretendo construir un modelo a partir de mis expectativas, sólo tengo algunas intuiciones basadas en lo que ellos mismos reportan sobre su vida:
Economía. Viven de manera frugal pero no temen a la abundancia. Su dinero es un medio para generar prosperidad y no un fin en sí mismo; lo comparten pero no lo usan para imponer una relación de poder desigual o para manipular las situaciones a su favor. Pagan a tiempo, ahorran y no se endeudan en frivolidades que perjudican sus finanzas o las de su familia.
Sociedad. Entienden que el prestigio es una construcción social que se basa en el reconocimiento, no en la vanidad, la fama o la popularidad. La relación con sus amigos y su familia está basada en la libertad, la solidaridad y la reciprocidad, de manera que no se sienten en deuda, no funcionan a partir de la culpa ni hacen "sacrificios" que después cobran con chantajes. Son confiables porque no hacen promesas al aire; si dicen que van a llamar, llaman; si no pueden comprometerse, lo dicen; si desean algo, actúan en consecuencia. Son facilitadores, respetuosos y no lanzan sus prejuicios por delante.
Trabajo. Quizás eligieron una carrera que no les satisfacía del todo, pero cuando se dieron cuenta de que su vocación era más fuerte, tuvieron el valor de cambiar, de empezar de nuevo o de complementar sus actividades. Asumen los costos del cambio con humildad y tenacidad. Buscan que su proyecto personal o sus principios no estén peleados con los de la empresa o el proyecto en que trabajan. Tienen a la ética y la confianza como brújula de sus acciones.
Pareja. Antes que conquistar a una mujer como si se tratara de un territorio, piensan en compartir con ella de igual a igual; no imponen su mundo sino que parten de la idea de construir una esfera común. No tienen miedo de "feminizar" su rol al interior de la pareja; son capaces de brinda apoyo, contener una crisis, negociar y dialogar; reconocen cuando se han equivocado y tienen la disposición de aprender. No esperan que ella sea una princesa o que actúe como su madre, tampoco pretenden que sea "una dama en la mesa y una puta en la cama". Entienden que la feminidad y la masculinidad están entre paréntesis, por lo que no temen explorar actitudes o actividades nuevas si éstas hacen más fuerte a la pareja. Practican la solidaridad, la empatía, la compasión y el respeto a las diferencias.
Hay otros rasgos en los cuales todavía no he profundizado, pero por lo que muestran iniciativas como GENDES y The art of manliness, el proceso hacia otras masculinidades ya está en marcha.
Creo que lo más interesante del asunto es que el cambio de perspectiva se da en ambos sentidos. El otro día, platicando con mi amiga Melisa, usé un ejemplo burdo pero ilustrativo. Imagina que Juanita aprendió computación en una PC con sistema operativo Windows. Cansada de los virus, harta de lidiar con la inestabilidad y la precariedad de la interfaz, decidió cambiar a Mac. El día que la Mac llegó a su vida, Juanita vio la realidad: inconscientemente esperaba que Mac respondiera como PC. Se equivocó una y cien veces hasta que se dio cuenta que ella también tenía que reiniciar su sistema y adaptar su interfaz. Moraleja: nosotras también tenemos que aprender a relacionarnos con los hombres resueltos.
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