El brote: la joya del off “solo para entendidos” que terminó siendo una máquina de agotar entradas
Esta historia de podría contar de esta forma. El brote es un unipersonal a cargo de un actor que no tiene llegada mediática ni nada de esas cuestiones supuestamente rendidoras en las boleterías. El director y dramaturgo, tampoco (aunque en cierto circuito, sean artistas de renombre, trayectoria, merecido prestigio). El texto de la obra está cargado de citas teatrales que van desde Shakespeare hasta Sófocles pasando por Calderón de la Barca. Dura una hora y 40 minutos, superando la extensión media de las obras de la escena alternativa. No cuenta con un gran despliegue escenográfico, ni espejos de colores ni nada de esas cuestiones que podrían ser materiales tentadores para las redes sociales. Apelando a una expresión muy sencilla, si bien es una de esas “obras para reír” su contenido dramático es permanente.
Todo daría para imaginar que un espectáculo de este tipo solo tendría llegada entre el público teatrero, pero nada de eso de eso sucedió y nada de eso sucede con El brote. Desde su estreno el 13 de febrero no paró de cosechar elogiosas críticas (”una otra poética clase magistral de actuación” fue el título de la reseña de Carlos Pacheco para LA NACION). Pasó de hacer una función semanal a tres, algo excepcional para la lógica de representación del circuito independiente. Así fue ampliando su llegada hacia nuevas audiencias hasta transformarse en un verdadero fenómeno de público: siempre agotó las cien localidades del Teatro del Pueblo, que empezaron a venderse con dos meses de anticipación. Salvando las distancias, es una especie de Tootsie del teatro alternativo. Como parte de la propia lógica de este exquisito montaje que rompe con supuestas reglas establecidas, desde hoy se muda al teatro Maipo, con sus 600 localidades.
Detrás de este emprendimiento están el talentoso actor Roberto Peloni y el director Emiliano Dionisi, quien también fue el que escribió esta obra en la que a “un actor se le comienzan a desdibujar los límites entre la ficción y la realidad, y ahora desconfía de quien escribe los acontecimientos de su vida”, como se presenta ante su público esta nueva producción de la Compañía Criolla. Pero no están solamente ellos dos detrás de esto. El dream team se completa con Micaela Sleigh, en la escenografía; Agnese Lozupone, en la iluminación; Martín Rodríguez, en el diseño sonoro y Sebastián Ezcurra en la producción artística. Todos ellos son piezas claves de esta rara y hermosa avis del teatro (sea alternativo, comercial y lo que uno imagine).
“Hay parámetros, pero que no son reglas. Parámetros de duración, de cantidad de funciones o de tipo de sala pero que no adquieren la fórmula de una regla impuesta. Yo estrené en la sala Casacuberta del Teatro San Martín un musical sobre María Elena Walsh llamado Recuerdos a la hora de la siesta. Era para chicos y duraba una hora y media, más que la norma de las obras para chicos. Y era un musical sobre María Elena sin canciones suyas. Yo imaginé que al no escuchar un tema como ‘La tortuga Margarita” ese pibe me iba a querer matar, pero no sucedió. Y no ocurrió porque había algo que fascinaba. Ahí me di cuenta que mi prejuicio inicial no aplicaba si se trabaja con honestidad, con profundidad. Con El brote sucede algo similar. Los espectáculos son lo que tienen que ser, lo que demandan. ¡Qué sé yo..., es la mística del teatro!”, cuenta Emiliano Dionisi en su primer ensayo general en el Maipo.
Toma la palabra el talentoso Roberto Peloni, el que despeina la peluca o el peinado con spay o arrasa con la gorra de cualquier espectador luego de toparse con esa verdadera clase maestra de actuación. “ Al principio imaginamos que el espectáculo podía circular entre cierta elite porque habla muy del ámbito del teatro, de sus vericuetos apelando a referencias conocidas, como Hamlet, o perlas muy específicas. Pero cuando vimos que se empezó a acercar gente que no era del palo teatral o gente que nunca había ido a una sala nos dimos cuenta que había algo en la obra que excedía a ese núcleo duro, que llegaba a otro público que ni conocen a Emiliano o a mí. Llegaban porque otros los habían dicho. Creo que la gente venía a buscar una experiencia, algo del orden del cuerpo”, intuye tratando de explicar el misterio.
Pero aclaremos los tantos de esta hermosa rareza: cuando Peloni habla de “experiencia” no se refiere a esa moda tan instalada (y casi bastardeada) de apostar a experiencias inmersivas o participativas que tienen lugar en espacios específicos. Nada de eso. El brote es, radicalmente, una ceremonia que respeta todo el manual de estilo del viejo, entrañable y contemporáneo hecho teatral. Cero artilugio por fuera del texto, la actuación y una puesta que se vale de mínimos, y fundamentales, elementos escenográficos y una precisa puesta de luces. “El primer desafío fue buscar lo mínimo y construir esa especia de telaraña, de esa ficción que se va construyendo esa ceremonia teatral”, apunta. En esa telaraña, El brote empezó a circular en grupos de redes sociales y hasta apareció un maestro suyo de la primaria en Lanús que le mandó un mensaje, porque alguien le había comentado su trabajo.
Con el boca a boca (o boca/oreja, como se desee) las entradas se agotaban inmediatamente. La pusieron en venta con dos meses de anticipación y pasaba lo mismo. “Fue todo muy raro.... Yo no sacaría entradas para ver una obra de teatro con dos meses de anticipación porque, seguramente, llegado el momento me habría olvidado”, se sincera el protagonista. Eso mismo le pasó a varios espectadores que, llegado el momento, se habían olvidado o tuvieron un inconveniente que los hizo cambiar de idea. Cuando se enteraban de esos casos los dejaba a ellos con una sensación extraña, como de deuda. Pasaron a dos funciones semanales y, luego, a tres. Pasaba lo mismo. Más no podía agregar porque Peloni, de miércoles a domingo, protagoniza Benito en La Boca. Y, claro, el cuerpo es uno solo y no aguantaba tanto esfuerzo.
Emiliano se dio cuenta que algo intenso había tomado fuerza mucho antes de su estreno en el Teatro del Pueblo. El año pasado hicieron un work in progress en Lanús, en una salón muy grande sin luces. “Yo estaba en el escenario con el iluminador, también para dejar en claro que se trataba de un ensayo abierto. El apagón final lo hice yo desenchufando una zapatilla de luces y hubo como un silencio muy sonoro. No me quise llevar esa sensación como parámetro, pero me quedó dando vueltas. Ya llevábamos unos seis meses de ensayos y sentí que algo pasaba”, recuerda. Luego hicieron otras funciones puntuales hasta el estreno oficial, ante el cual se sentía tranquilo por el trabajo realizado hasta el momento. A lo sumo, imaginó que el público estaría compuesto por los habitantes del “barrio teatral”. Ya vemos que no.
Al finalizar cada función, el público cumple el extraño y mágico rito de la ovación. A veces, Peloni entra a su camarín y no puede evitar largarse a llorar. “Disfruto mucho hacer la obra, voy muy contento contando el cuentito y tener esa respuesta del púbico me genera una sensación de agradecimiento enorme. Fue muy avasallante todo lo que fue pasando con este espectáculo al que fui cayendo tardíamente, como sin capacidad de reacción”, reconoce.
El inicio de todo esto no fue tan placentero. Al complejo tiempo pospandémico se le sumó un detalle personal: el actor estaba alquilando una casa que entró en crisis (no es metáfora). En el terreno lindero estaban construyendo un edificio de departamentos que hizo estragos en el suyo. Durante tres meses vivió con el fantasma del derrumbe hasta que la fantasía se hizo realidad: tuvo que salir corriendo con su perra, la gata y un bolso. No pudo volver hasta tres meses después. En un año, tuvo tres mudanzas. El tiempo actual de Emiliano Dionisi también tiene su vértigo, pero sin derrumbes. De hecho, llega al Maipo después de ensayar Comunidad, una producción con el Ballet Folklórico Nacional que se presentó el fin de semana en el Teatro Cervantes. Fue su quinto estreno del año. No era lo deseado, pero así se fueron dando las cosas. A lo sumo, reconoce, el tema es cómo manejar su ansiedad.
A casi dos años de aquel inicio, ahora al director y dramaturgo le toca ultimar detalles para la primera pasada en el Maipo. “En verdad, siento que es un espectáculo que hay que saber acompañarlo. Desde principio encontramos una dinámica de trabajo muy piola. A casi 80 funciones del estreno siento que está en un momento de madurez total. Roberto puede surfear al texto de una forma muy holgada, algo que me maravilla. Solo me parece que es cuestión de acompañar al trabajo con orgullo, con alegría”, reflexiona el padre de esta criatura escénica.
Hay algo a favor en este desembarco en las grandes ligas de la escena comercial: Peloni conoce a la perfección el escenario del Maipo. De hecho, apenas entra lo reconoce uno de los trabajadores de la sala, que le recuerda que él vendía entradas para un espectáculo en el que el actor trabajaba cuando era casi un pibe (Peloni también fue el villano de Shrek, el musical). Cuando entre los productores corrió el dato de la excelente performance que estaba teniendo El brote, varios los sondearon con la idea de programarla en sus salas. En marzo, Carla Calabrese, la dueña del Maipo, fue a ver la obra y al otro día le ofreció su sala. Desde esta semana, todos los martes se presentará en el teatro que súper ser la casa de las grandes vedettes de la época dorada de la revista porteña.
Esta rara gema de la escena es parte de la Compañía Criolla, que crearon Peloni y Dionisi en 2009, que gestó obras como Huesito Caracú, Recuerdos a la hora de la siesta, El puente azul, Cyrano de más acá, El apego o Los monstruos. “Roberto hace todas las funciones como si fuera la final, todas. Eso es muy reconfortante, emociona”, reconoce Emiliano, que escribió El brote pensando en él, en pleno momento de disfrute, de juego. La alegría ahora se traslada a la coqueta y bella sala Lino Patalano, en pleno eje de las grandes marquesinas de la avenida Corrientes. En enero, su próximo destino será el festival de teatro de Santiago de Chile.
La leyenda de El brote continúa.
Para agendar
El brote, de Emiliano Dionisi. Los martes, a las 20.30, en el Teatro Maipo, Esmeralda 443. Entradas desde 4.500 pesos