Cadáveres: asesinos seriales y viajes en el tiempo en una miniserie británica con gusto a poco

Shira Haas, la revelación de Poco ortodoxa, en Cadáveres
Shira Haas, la revelación de Poco ortodoxa, en Cadáveres

Cadáveres (Bodies, Reino Unido/2023). Creador: Paul Tomalin. Director: Marco Kreuzpaintner. Guion: Paul Tomalin, basado en el cómic de Si Spencer. Fotografía: Joel Devlin. Edición: Johannes Hubrich. Elenco: Shira Haas, Jacob Fortune Lloyd, Amaka Okafor, Kyle Soller. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.

En 2023, la detective londinense Sahara Hasan es enviada a vigilar una manifestación de extrema derecha con la orden de no intervenir a menos que presencie un delito flagrante. Hasan no es muy propensa por seguir órdenes al pie de la letra y apenas vislumbra a un manifestante con un arma intenta arrestarlo. El joven tampoco tiene la inclinación de obedecer y escapa a la carrera tan pronto como escucha la voz de alto. Tras una persecución breve, la detective lo detiene en un callejón perdido de la zona de Whitechapel. A su lado, a pesar de que nunca vimos ni escuchamos un disparo, se halla el cuerpo desnudo de un hombre muerto por un tiro en un ojo.

Cuando parece que la serie se va a centrar en resolver este crimen, el relato salta a 1941. Otro detective, llamado Whiteman, también encuentra un cadáver desnudo. El twist es que se trata del mismo cadáver, exactamente en la misma posición y en el mismo lugar, solo que 82 años antes. Acto seguido, el relato vuelve a dar un salto temporal. Ya no será una sorpresa que, en 1890, el detective victoriano Alfred Hillinghead también se tope con este insistente muerto: misma posición, mismo lugar. Tal es el misterio con el que esta serie pretende llevarnos de la nariz por sus ocho episodios: ¿cómo puede ser que haya tres cadáveres idénticos, asesinados exactamente del mismo modo, en tres momentos históricos distintos? En verdad son cuatro, pero contar sobre este cuarto implica entrar en el cenagoso terreno de los spoilers.

Considerando lo que se sabe en el momento, no será un gran revelación decir que este es un relato de viajes temporales. Ir al pasado en la ficción es extremadamente sencillo: basta con decir que alguien tiene una máquina del tiempo. Desde la novela con ese título de H. G. Wells a, digamos, la saga Terminator, estamos acostumbrados a que tal dispositivo pueda existir y no requerimos mucha explicación acerca de cómo funciona; pero, dado que estamos acostumbrados a representarnos la realidad como una narrativa lineal, una cadena de causas y efectos, cuando un efecto se mueve antes de su causa se producen paradojas irresolubles (como la del hombre que mata a su padre antes de ser concebido) y ahí sí nuestra racionalidad entra en cortocircuito. No es la ciencia del viaje temporal aquello que la ciencia ficción debe explicar sino su lógica o, mejor dicho, debe transmutar su inevitable falta de lógica en algo consistente.

Emily Barber y Jacob Fortune-Lloyd en Cadáveres
Emily Barber y Jacob Fortune-Lloyd en Cadáveres

Buena parte de los relatos del rubro, sin embargo, dejan ver que los autores no comprenden los problemas del viaje al pasado o asumen que los espectadores no los comprenden y que, en consecuencia, cualquier resolución –por más gratuita que resulte– es igualmente válida. En general, la forma que asume esta actitud condescendiente es que, ya que se parte de una premisa imposible, se puede ofrecer la receta “esto es lo pasa cuando se activa un dispositivo mágico” como respuesta a todo. Pero la suspensión de la incredulidad no llega tan lejos. Si una narrativa propone enigmas fuertes también ofrece la promesa implícita de que en algún momento serán resueltos de un modo satisfactorio y debe más o menos cumplirla.

En Cadáveres, el relato presenta una serie de eventos en apariencia inexplicables y luego se aboca a la metódica tarea de explicar cómo pudieron haber sucedido y, en ese intento, recae en los problemas mencionados. Para no revelar mucho se ejemplificará con uno de los misterios más inconsecuentes: todos los cadáveres tienen tatuadas tres cortas líneas paralelas tachadas en la muñeca. El espectador necesariamente se pregunta qué significa esta marca, quién la hizo, cuándo y por qué razón. Cerca del final, se revela que todo viajero temporal emerge en otra era con ese tatuaje. El guionista que aportó esa resolución tiene que haberse sentido sucio al menos un par de días.

La serie sucede en cuatro eras, cada una vinculada a un género narrativo y a un conflicto específico: en 1890, se desarrolla un drama sobre el puritanismo y la homofobia; 1941 tiene las coordenadas de un policial negro con el trasfondo del antisemitismo; en 2023, se plantea un thriller entre las tensiones de la ciudad multicultural del presente y el cuatro tiempo es una historia de ciencia ficción que presenta una sociedad de control en la que se permutó confort y seguridad por vigilancia. Los cuatro se van entrelazando, con transiciones que recuerdan a las viñetas de un cómic (la serie está basada en la historieta escrita por Si Spencer y publicada por el sello Vértigo). Inevitablemente, algunas líneas narrativas son menos cautivantes que otras: en especial, el romance gay del período victoriano resulta anodino y se siente más como una dilación que como un aporte genuino al relato. A pesar de su trabajoso ensamblaje, Cadáveres no es el mecanismo de relojería que pretende ser y menos aun cuando el reloj empieza a ir hacia atrás. La representación de los períodos históricos, sin embargo, resulta convincente y está entre lo más logrado, sobre todo porque no se trata de mundos creados con un presupuesto sin límites. Los momentos finales solo tienen sentido como apelación a una segunda temporada que probablemente nunca llegue.