El calor abrasador contribuye a las muertes de migrantes

Bidones de gasolina, quizá utilizados para almacenar agua para los migrantes que pasan, esparcidos a la sombra en un rancho privado en el condado de Brooks, Texas, el 18 de agosto de 2023. (Jordan Vonderhaar/The New York Times)
Bidones de gasolina, quizá utilizados para almacenar agua para los migrantes que pasan, esparcidos a la sombra en un rancho privado en el condado de Brooks, Texas, el 18 de agosto de 2023. (Jordan Vonderhaar/The New York Times)

FALFURRIAS, Texas — Mientras patrullaba por la maleza de la frontera del sur de Texas, el asistente Don White, de la oficina del alguacil del condado de Brooks, se detuvo a estudiar algunas jarras de agua vacías, ropa desgarrada y varias huellas indistintas, en busca de señales de inmigrantes que pudieran haberse perdido en el calor abrasador.

Durante el largo verano, por varios días, las temperaturas se han mantenido a 37 grados o más. El calor ha sido sofocante para muchos tejanos, pero mortal para algunos de los que se abren camino a través de la calurosa y árida tierra de arbustos por la que viajan los migrantes para evitar ser detectados por los agentes de la Patrulla Fronteriza.

“Estas son viejas”, comentó White, señalando las débiles huellas en la tierra. “Nadie está en peligro ahora mismo”. Por ahora, al menos, dijo en voz baja.

Este año están cruzando desde México menos personas que el año pasado, pero ya se han producido más de 500 muertes en 2023, confirmadas por el hallazgo que hizo White, y otros como él, de cadáveres o restos parciales mientras realizan sus sombríos patrullajes. En 2022, uno de los años más mortíferos, se confirmaron 853 muertes.

El seguimiento de las muertes de inmigrantes es una ciencia imperfecta. Muchos se ahogan intentando cruzar el río Bravo; otros sucumben a las sofocantes condiciones del desierto o a la falta de agua, y sus muertes se atribuyen finalmente a deshidratación, insolación o hipotermia. El calor implacable de este verano en Texas, combinado con una humedad sofocante, ha contribuido a muchas de las muertes, según las autoridades locales y federales.

“Sería peligroso estar ahí fuera durante varias horas”, aseguró Jeremy Katz, meteorólogo del Servicio Meteorológico Nacional en Brownsville, Texas.

Las pertenencias personales de un migrante fallecido no identificado en el laboratorio de la Operación Identificación, un proyecto del Centro de Antropología Forense de la Universidad Estatal de Texas en San Marcos, Texas, el 3 de agosto de 2023. (Jordan Vonderhaar/The New York Times)
Las pertenencias personales de un migrante fallecido no identificado en el laboratorio de la Operación Identificación, un proyecto del Centro de Antropología Forense de la Universidad Estatal de Texas en San Marcos, Texas, el 3 de agosto de 2023. (Jordan Vonderhaar/The New York Times)

Grupos como Derechos Humanos del Sur de Texas, que da seguimiento a los informes de migrantes desaparecidos, detenidos o encontrados muertos, han visto un aumento en el número de casos desde la primavera, de 118 casos en marzo al doble tanto en julio como en agosto.

La Patrulla Fronteriza ha publicado advertencias en redes sociales. “Las temperaturas extremas contribuyeron a que 45 individuos fueran rescatados y diez individuos murieran debido al peligroso calor y las condiciones”, escribió el mes pasado el jefe Jason Owens, director de la agencia, en X, antes conocida como Twitter, quien señaló que sus agentes habían encontrado a trece migrantes muertos la semana anterior.

Incluso los migrantes que consiguen cruzar el río y abrirse camino tierra adentro se enfrentan a innumerables dificultades, explicó White. Guiados por contrabandistas, muchos migrantes toman rutas arriesgadas para evitar un puesto de control de la Patrulla Fronteriza en la sede del condado de Falfurrias, a casi 129 kilómetros al norte del río Bravo, a menudo sin suficiente comida y agua para soportar la caminata de un día, afirmó.

La frontera suroeste de Estados Unidos es conocida como uno de los pasos fronterizos por tierra más mortíferos del mundo.

Desde 1998, al menos 7805 personas han muerto intentando cruzar la frontera con México y más de 3527 permanecen desaparecidas, según el Centro Colibrí de Derechos Humanos, una organización de defensa que informa sobre migrantes desaparecidos y realiza búsquedas de ADN para identificar los restos.

White, de 70 años, conoce de primera mano lo implacable que puede ser su zona de patrulla: un rancho repleto de cactus, arbustos espinosos y, ocasionalmente, robles y mezquites. Una mañana, varias horas antes del mediodía, de un reciente día laborable, él y dos miembros de su equipo de búsqueda, John Baker, veterano del Ejército estadounidense, y Ray Gregory, paramédico y exmarine, se abrían paso bajo un sol abrasador, sudando a través de sus uniformes y equipo. Finalmente, White se sentó bajo un árbol cuya sombra no proporcionaba mucho alivio, intentando recuperar el aliento.

“No hace falta mucho tiempo para que alguien se sienta desorientado y se pierda aquí”, comentó.

White dijo que su propia opinión sobre su trabajo no era fácil de definir. Por un lado, se considera un conservador político que quiere que la gente de lugares como Nueva York y Los Ángeles comprenda los peligros a los que se enfrentan los inmigrantes cuando no siguen el proceso legal de inmigración. Pero también considera su deber evitar que la gente muera en su intento de encontrar una vida mejor.

Su teléfono no para de sonar con mensajes que le envían personas desesperadas, la mayoría desde América Latina, cuyos familiares han desaparecido. Sacó el teléfono y leyó los mensajes de una mujer de Guatemala que llevaba meses sin saber nada de su hermano. “Por favor, encuéntrenlo”, había escrito. Incluía una foto y una descripción: 28 años, ojos negros, piel morena y el tatuaje de una rosa.

Para White, eso era poco.

“Sin coordenadas, ¿cómo se puede encontrar a alguien perdido en esta vasta tierra?”.

Los cadáveres de los que no sobreviven suelen enviarse a los depósitos de cadáveres locales y, a veces, se depositan en tumbas sin nombre. Algunos se envían a laboratorios para que los examinen y determinen cómo murieron.

Molly Kaplan, investigadora doctoral, trabaja como gestora de casos en la Operación Identificación, un proyecto del Centro de Antropología Forense de la Universidad Estatal de Texas, analizando los restos y objetos personales de los migrantes muertos para ayudar a identificarlos. Dice que sigue conmovida por un caso que los investigadores tardaron más de una década en resolver.

Se trata de Sandra Yaneth Aguilar, que en 2007 tenía 14 años cuando cruzó la frontera cerca de Brownsville y desapareció. Tras años sin conocer su paradero, su madre envió una muestra de ADN en 2011. Pero no fue sino hasta 2022 cuando los investigadores cotejaron la muestra con un conjunto de restos que fueron encontrados cuatro años antes en una tumba sin nombre, junto con los de decenas de otras personas no identificadas, en el condado vecino de Willacy. Finalmente, los restos de Sandra fueron entregados a su familia, que ahora vive en Nueva Inglaterra.

“Es muy gratificante ayudar a alguien a encontrar respuestas después de doce años sin saber nada”, afirmó Kaplan.

Desde que comenzó el proyecto en 2013, la operación ha recibido 483 restos y ha identificado 95, 24 de ellos este año.

En el sur de Texas, hubo uno o dos días de lluvia la semana pasada, pero poco alivio real del calor. “Continuaremos con nuestro actual clima ardiente durante el mes de septiembre”, lamentó White. “En octubre empieza la tendencia al enfriamiento, suficiente para que sea más fácil para quienes cruzan”.

Por ahora, concluyó, seguirá buscando huellas frescas entre la maleza.

c.2023 The New York Times Company