Carl y Katharine Kostyal nos abren las puertas de su hogar en Milán, en un 'palazzo' del siglo XIX concebido como una obra escultórica
Nos reciben los galeristas y coleccionistas de arte Carl y Katharine Kostyal junto a sus hijos, Julia, László y George, en su imponente casa en Milán, en el piano nobile de un palacio en el Quadrilatero della Moda. Un edificio finisecular que se construyó en unos terrenos adquiridos por la familia siciliana Dei Conti Cicogna, cuyo palacio, por cierto, se erige en la perpendicular de donde nos encontramos. Originalmente, el palazzoestaba destinado a ser una casa di rappresentanza, es decir, la residencia en la que se (de)mostraba el poder de la familia a la hora de hacer negocios o gobernar los designios de la ciudad, pero, a finales de la década de 1950, la última descendiente de la familia invitó a un amigo cercano —el arquitecto milanés por excelencia: Luigi Caccia Dominioni— para que hiciera de la casa un hogar. Caccia Dominioni se caracterizaba por su extraordinaria capacidad para ver la belleza clásica con un filtro posmoderno, así como por defender el valor de la artesanía y poner al hombre en el centro de su pensamiento. Ese ideario se traducía en su diseño en forma de suelos como mármoles encastradosalla veneziana, con paredes curvas, una planimetría fluida y techos con arcos cruzados en forma de vela, con el objetivo de crear un espacio acogedor que huye de la grandilocuencia de los techos de cinco metros de altura.
El 'palazzo', construido en el siglo XIX, en pleno 'Quadrilatero della Moda', perteneció a una aristocrática familia siciliana, los Conti Cicogna, que lo reformaron, en los años 50, con Luigi Caccia Dominioni
Cuando nuestros anfitriones llegaron a Milán, hace siete años, cayeron en la cuenta de que casi todo lo que traían de Londres se veía ridículo en semejante contexto. O era 'demasiado de su tiempo' o era 'demasiado modesto', aun contando con piezas de diseño nórdico mid century. Así que decidieron embarcarse en un viaje de descubrimiento por los vastos océanos del diseño italiano y encontraron la Cueva de las Maravillas de Aladdín. Todo lo que encontraron lo restauraron, impregnados por esa creatividad desbordante que caracteriza a la gran metrópoli del norte de Italia. Y es curioso, porque gran parte de las piezas con las que lograron hacerse en su búsqueda del tesoro estaban firmadas por Azucena, la empresa que fundó el propio Caccia Dominioni junto con otros tótems del design made in Italy como Ignazio Gardella y Corrado Corradi dell’Acqua. Pero no solo eso. Además de con Azucena, el matrimonio dio con obras de Vico Magistretti, Willy Rizzo, Ico Parisi, Mario Labò, Mario Tempestini y Mario Bellini, entre otros.
Katharine, amor al arte y a su familia
—¿Cuál es tu pieza de arte favorita en tu hogar?
—¡Qué pregunta más difícil! Vivimos rodeados por las obras que mayor significado tienen para nosotros. Nuestra colección es muy variada, pero, en términos generales, traza la historia de la galería y, por ende, cuenta nuestra historia. Actualmente, estoy enamorada de Untitled (Balls and Spray), de Alex Da Corte, una pieza datada en 2015, y no puedo esperar a que nos llegue a casa nuestra última adquisición, obra de Marria Pratts, una artista de Barcelona ya bastante conocida en España.
Katharine y Carl se mudaron a Milán —donde Carl ya vivió de niño y adolescente— hace siete años. Sin embargo, aprovecharon muy poco del mobiliario de su casa londinense: "Se veía ridículo en semejante contexto"
—¿En qué parte de la casa pasas más tiempo?
—Probablemente, en la cocina y en nuestra terraza. La cocina es una obra maestra en el sentido más amplio del término, una estancia firmada por Caccia Dominioni cuyo espacio está concebido como si fuera una escultura. La madera de caoba pulida de los gabinetes, las encimeras y estantes de cromo curvados, las cúpulas de pañuelo del techo… dan una enorme sensación de bienestar. Poder disfrutarlo juntos como familia es muy especial.
Katharine y Carl están especializados en artistas jóvenes emergentes. Para construir su red de contactos y promover la creación, se han 'inventado' los encuentros 'Draw Jam Sessions'. ¿El último? En la isla siciliana de Marettimo
—¿Qué significa para ti vivir rodeada de arte?
—El arte es esencial para mí. Algunas obras son capaces de sorprenderme constantemente. Otras son como viejos amigos de los que no podría prescindir. No puedo imaginar vivir con paredes desnudas. Creo que es vital alimentar constantemente la imaginación, y no importa lo bellamente diseñado que esté un hogar que, sin esa otra dimensión, un hogar está desnudo.
—¿Te gusta recibir amigos en casa?
—Mucho. Ambos, Carl y yo, somos muy sociables de manera natural. Nos gusta entretener a los amigos, que vienen a casa desde cualquier punto del planeta. Como familia, nos encanta albergar a nuestros amigos y a sus hijos, y como galeristas, es mucho más interesante presentar a coleccionistas y artistas involucrándolos a todos en un mismo mundo, el nuestro. Trabajo y vida se confunden y superponen en nuestra casa.
—¿Qué te llevó a mudarte a Milán y cómo ha sido el cambio?
—Nuestro amor por Italia nos unió a Carl y a mí, por eso, siempre hablamos de mudarnos a Milán. Queríamos darle a nuestros hijos la oportunidad de vivir en otro país y de aprender un nuevo idioma, y no hay un mejor lugar para hacerlo que Italia. Milán es una ciudad muy viva, está muy bien conectada geográficamente y, al mismo tiempo, sigue siendo habitable. Era una elección obvia para nosotros. Además, Carl creció aquí, en la década de 1980, cuando era una ciudad más agreste. Ahora hay una energía muy similar, pero, de alguna manera, diferente. Es una ciudad profundamente creativa, definida por la excelencia en la moda, la arquitectura, el diseño, el arte y la comida. Su motor económico es variado e interesante.
—¿Cómo te organizas para equilibrar tres hijos, los viajes y tu trabajo como dueña de una galería?
—¡Con dificultad! Pero cada vez son más mayores y más autónomos. De hecho, ¡cómo me gustaría parar el reloj! (Risas). Aunque viajamos con frecuencia, intentamos alternarnos para que, o Carl o yo, estemos siempre presentes con los niños. No obstante, ellos siempre han estado muy involucrados en la galería. Nuestros artistas los conocen y los quieren... y se unen a nosotros en nuestras Draw Jam Sessions. Este último verano la convocamos en Marettimo, en Sicilia.
"Queríamos darle a nuestros hijos la oportunidad de vivir en otro país y de aprender un nuevo idioma, y no hay un mejor lugar para hacerlo que Italia", nos cuenta Katharine
Carl, historia viva de Europa
—¿Vuestros qué?
—Draw Jam Session, algo parecido a una Jam Session Musical, en la que, de manera improvisada, los artistas pasan tiempo juntos y crean en un entorno idílico en el sur de Italia (Puglia, Basilicata, Sicilia...) sin presiones y en un contexto culturalmente superatractivo. Un encuentro artístico que culmina en una exposición y una venta para recaudar fondos para causas sociales. Llevamos haciendo esta acción desde hace seis años y hemos logrado crear una red internacional de artistas.
—Artistas jóvenes, ¿verdad?
—Desde hace más de dos décadas, nos hemos dedicado a mostrar artistas emergentes apoyándolos desde sus comienzos. Nunca hemos creído en contratos, así que, esencialmente, lo que hacemos es llevar a amigos —que son artistas— que, después, presentamos a nuestros coleccionistas en Escandinavia.
"Carl y yo, somos muy sociables de manera natural. Nos gusta recibir en casa a amigos, artistas y compradores de cualquier punto del planeta. En casa, trabajo y vida se confunden y superponen", confiesa Katharine
—Cuéntanos, Carl, ¿cómo llega a ti la afición por el arte?
—Nací en Estocolmo y crecí en Milán. La vida de mi familia, por parte de padre y madre, fue trastocadas por el comunismo en Budapest, Riga y Moscú, durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Las únicas cosas que mi abuela pudo salvar fueron los paisajes románticos rusos de Ivan Shishkin y un faisán de Fabergé. De niño, tuve la suerte de pasar tiempo en Fiesole con mi tía abuela Carmen von Wogau, quien dirigió el departamento de Pinturas de Viejos Maestros de Sotheby’s en Florencia desde 1958 hasta la década de 1980. Fue ella quien hizo despertar en mí la llama del arte.
—Tu padre estuvo muy unido a Maurizio Gucci…
—Mi padre logró escapar muy joven de Hungría. Viajó a Gotemburgo, donde trabajó en los muelles hasta que pudo aprender sueco e ir a la universidad. Al igual que muchos emigrantes húngaros de su generación, mi padre era ambicioso y tuvo una carrera exitosa. De Suecia, se mudó de nuevo a Europa central, y de allí, a Milán, donde creó su propia familia. Éramos muy pequeños, pero recuerdo cómo, en los años 80, mi padre formó parte del Comité Ejecutivo de Gucci, también cómo fue trágicamente asesinado y cómo, después, la empresa fue vendida. Eran otros tiempos. Menos convulsos y más elegantes. Cómo debían de ser aquellos años 80 con el auge de la moda en Milán…
"¡Cómo me gustaría parar el reloj!", dice entre risas Katharine, que ve cómo sus hijos crecen y se involucran en el 'negocio familiar': "Nuestros artistas los conocen y los quieren", añade