Una carrera de obstáculos e imprevistos: recordamos cómo fue la boda de los reyes Carlos y Camilla en su aniversario
La que se celebró el 9 de abril de 2005 en Windsor fue una boda tan atípica como esperada. El entonces príncipe de Gales, ahora un rey a punto de ser coronado en la Abadía de Westminster, se casaba por fin con su amor de juventud, Camilla, la nueva reina consorte del Reino Unido. El camino había sido largo, pero la pareja había conseguido que la Casa Real británica llegara a la conclusión de que si Camilla iba a estar en la vida de Carlos (algo innegociable para él), tenían que legitimar su papel. Habían pasado nueve años desde el divorcio de los príncipes de Gales y ocho desde la muerte de Diana, pero algunos tabloides británicos seguían refiriéndose a Camilla como "la amante", una situación insostenible para un hombre llamado a convertirse en el Defensor de la Fe y el Gobernador Supremo de la Iglesia de Inglaterra, acto que se escenificará en su Coronación el próximo 6 de mayo. Era evidente que el único camino para Carlos y Camilla era casarse.
Si hubiera que fijar un inicio para contar cómo se fraguó esta boda habría que remontarse a 1996, cuando la pareja contrató a Mark Bolland como relaciones públicas con dos objetivos: rescatar la reputación del príncipe de Gales, tocada tras la ruptura con Diana y hundida tras su muerte en 1997; y normalizar la presencia de Camilla hasta conseguir que fuera aceptada por los británicos. El príncipe Harry todavía va más allá y en sus memorias -un libro que se publicó el pasado enero- asegura que los objetivos desde el principio fueron la boda y el estatus de reina consorte. Lo cierto es que con el tiempo todo lo fueron consiguiendo, siempre con el beneplácito de Isabel II, que vino a reconocer el servicio de Camilla a la institución pocos meses antes de morir.
Otro momento clave en la historia se produjo cuando el Arzobispo de Canterbury -entonces era el galés Roman Williams- dejó claro que no era posible una boda religiosa bajo las pautas de la Iglesia de Inglaterra, pero sí era posible celebrar una bendición religiosa después de una boda civil. Esto generó un debate sobre la naturaleza de la ceremonia, ya que la princesa Ana había encontrado otra fórmula para su segunda boda, ella se casó por la Iglesia de Escocia que tiene unas pautas distintas a la Iglesia de Inglaterra sobre el sacramento del matrimonio. Por otro lado, lo de celebrar una boda civil no era del todo fácil, ya que la ley de matrimonios civiles en principio no se aplicaba a miembros de la Familia Real británica y tampoco las residencias reales están legitimadas para celebrar matrimonios civiles. Los obstáculos eran muchos pero Clarence House y el Palacio de Buckingham trabajaban a fondo para encontrar el modo de celebrar esa boda, la prioridad es que fuera un evento discreto, ya que preocupaba la reacción de los británicos ante la noticia.
Así se planeó una ceremonia civil extramuros del castillo, en el Guildhall, el salón consistorial de Windsor, y un servicio religioso en una iglesia emblemática, pero no majestuosa, como es la Capilla de San Jorge del Castillo de Windsor. No se invitaría a autoridades del Estado ni a miembros de otras casas reales, aunque finalmente sí acudirían a título personal los príncipes Haakon y Mette Marit de Noruega y los reyes Constantino y Ana María de Grecia. Tampoco se organizaría un gran despliegue de ambiente festivo, no habría besos, ni joyas históricas, ni uniformes militares, ni paseos en carroza y se esforzarían en términos de imagen en dejar claro que los príncipes Guillermo y Harry apoyaban la decisión; un tema que ha venido a desmentir el duque de Sussex en su biografía, donde asegura que los dos hermanos le desearon al padre toda la felicidad del mundo, pero le rogaron que no se casara con "la otra mujer", así llama Harry a Camilla en sus memorias. "Una boda crearía polémica, incitaría a la prensa, haría que el país entero, el mundo entero, comparase a nuestra madre y Camilla, cosa que nadie quería. Y menos que nadie, Camila", explica Harry en su biografía, En la sombra.
Con estos antecedentes, era evidente que la boda estaba muy estudiada cuando llegó la Navidad de 2004 y el príncipe Carlos aprovechó la reunión familiar de los Windsor en Sandringham para comunicar que se casaría con Camilla, a la que le pidió matrimonio al llegar el Año Nuevo con un anillo que había pertenecido a la mujer favorita del príncipe Carlos, la Reina Madre. A primera hora del 10 de febrero se lanzó el comunicado oficial y así comenzaron todo tipo de debates sobre si el futuro rey debía o no casarse de nuevo, sobre si era positivo para sus hijos y para el país. La boda se fijó para el 8 de abril de 2005 y se tuvo que posponer un día al coincidir con el funeral de Estado del papa Juan Pablo II, al que debía acudir el príncipe de Gales. Harry también opina en su libro sobre estos imprevistos de última hora: "Además de sentir pena por ellos, no podía evitar pensar que alguna fuerza del universo (¿mi madre?) estaba impidiendo más que bendiendo su unión. A lo mejor es que el universo retrasa aquello que no aprueba"
Tras años de obstáculos políticos, sociales, morales, religiosos y hasta de agenda, llegó el 9 de abril de 2005 y la localidad de Windsor, a una hora de Londres, amaneció fría pero sin lluvia y con una emoción contenida, nada de las multitudes que se concentran en torno a una boda real. La novia, que tenía entonces 57 años, había pasado la noche en Clarence House en compañía de su hermana, Annabel, y su hija, Laura, pero estaba en el Castillo de Windsor a primera hora de la mañana para hacer junto a Carlos, que entonces tenía 56 años y había pasado la noche con sus hijos en su casa de Highgrove, el breve recorrido que separa la residencia real del Ayuntamiento.
Allí ya esperaban los 24 invitados a la ceremonia civil entre los que estaban la mayoría de Windsor: hijos, hermanos, sobrinos y primos del príncipe Carlos se habían desplazado en un autobús con un reducido círculo de amigos íntimos de la pareja. Entre los presentes en la boda civil no estuvieron Isabel II ni el duque de Edimburgo, que sí esperaban en el Castillo de Windsor para la misa posterior, las fotografías oficiales y la recepción en la que la soberana ejerció de anfitriona. El exmarido de Camilla no fue a la boda, aunque sí le deseó suerte, y el que no se quiso perder el gran día, a pesar de su delicado estado de salud fue Bruce Shand, el padre de Camilla, que tenía ya 87 años y llevaba una década viudo, la madre de Camilla, Rosalind, se había muerto en julio de 1994, antes de que se confirmara la relación extramatrimonial de su hija con el heredero de la Corona británica. Bruce Shand, militar jubilado, adoraba al príncipe Carlos, pero estaba preocupado por el cambio que experimentaría la vida de su hija, temía que la exposición pública la volviera vulnerable.
La ceremonia civil, oficiada por Clair Williams, fue totalmente privada solo se sabe que el príncipe Guillermo y el hijo de Camilla, Tom, hicieron de testigos y que los novios se intercambiaron alianzas de oro galés, como es tradición dentro de la Familia Real. Desde ese momento Camilla se convirtió en Alteza Real y duquesa de Cornualles, por aquel entonces la Casa Real británica no se atrevió a nombrarla nueva princesa de Gales y mucho menos futura reina consorte. La felicidad era evidente cuando la pareja salió del Ayuntamiento, seguidos por los hijos de ambos, dando esa imagen de apoyo crucial para la el matrimonio. En el mismo coche que llegaron, los recién casados se marcharon al castillo de Windsor, allí Camilla se cambió su sencillo conjunto en blanco roto por un vestido con levita de cola en seda azul bordada a mano con hilo de oro, ambos conjuntos de la firma Robinson Valentine.
Para esta segunda parte de la boda el número invitados aumentó de 24 a 800 y la bendición religiosa -oficiada por el Arzobispo de Canterbury bajo el nombre de Servicio de Oración y Dedicación- fue pública y televisada. El momento más llamativo fue cuando Carlos y Camilla unieron sus manos para leer un pasaje que no fue elegido al azar: "Reconocemos y lamentamos nuestros múltiples pecados y maldades, que, de vez en cuando, hemos cometido de la manera más grave, por pensamiento, palabra y obra, contra tu Divina Majestad, provocando muy justamente tu ira e indignación contra nosotros". Leyendo entre líneas, se puede decir que la pareja reconoció el un lugar sagrado el origen de su relación, una forma de metabolizar el "pecado" y comenzar una nueva etapa con la bendición de la Iglesia y de la Corona.
Terminada la ceremonia, los novios bajaron por la escalinata de la Capilla de San Jorge (que carecía de los espectaculares adornos florares que hemos visto en las bodas reales que se han celebrado allí en los últimos años), seguidos por los hijos de ambos y todos los Windsor. En ese momento se pudo ver a Isabel II y al duque de Edimburgo especialmente pendientes del príncipe Harry, gracias a sus memorias ahora sabemos que para él no fue un día fácil. "No sabía cómo sentirme ante la idea de tener una madrastra que, según pensaba, me había sacrificado en el altar erigido para sus relaciones públicas. Sin embargo, veía a mi padre sonreir y era díficil todavía negar la causa: Camilla. Yo quería muchas cosas, pero me sorprendí a mí mismo al descubrir, durante la boda, que lo que más deseaba, a pesar de todo, era que mi padre fuera feliz. Por extraño que parezca, quería que Camilla fuera feliz. ¿A lo mejor resultaba menos peligrosa siendo feliz?", escribe Harry en sus memorias, un dardo en toda regla.
Así terminaba o comenzaba, según se mire, una historia de amor que comenzó en la década de los setenta cuando Carlos y Camilla, los nuevos reyes del Reino Unido, se conocieron gracias a una amiga en común que les puso en contexto con una frase que se ha hecho famosa: "Vosotros dos debéis tener cuidado, tenéis antecedentes genéticos". Se refería a que la bisabuela de Camilla había sido la amante oficial del tatarabuelo de Carlos, el rey Eduardo VII. A Carlos le gustó Camilla desde el principio, a Camilla le costó un poco más, sin embargo, disfrutaba de su compañía y pronto comenzaron a salir.
Nunca transcendió por qué rompieron en 1973, es posible que a ella le agobiara un futuro como consorte real y es obvio que no cumplía con los estándares que la Casa Real tenía fijados para el heredero. Camilla Shand, ese era su nombre de soltera, era católica y no anglicana, tenía más experiencia en la vida, era más libre a nivel emocional y definitivamente menos conveniente para el futuro rey. Carlos era un romántico, pero sabía que la Corona implica sacrificios y su vida amorosa era uno de ellos. Camilla se casó con Andrew Parker-Bowles en julio de 1973 y algunos biógrafos apuntan a que el príncipe Carlos quedó devastado. El 29 de julio de 1981 la Casa Real británica celebró la gran boda del siglo: la de Carlos y Diana, los flamantes príncipes de Gales que juntos no encontraron la felicidad.
El final del primer matrimonio de Carlos III es de sobra conocido, ya que fue uno de los temas que dominó la agenda mediática a finales de los noventa, lo que nadie esperaba es Carlos y Camilla fueran capaces de resurgir de sus cenizas hasta el punto de "coronar" su historia de amor. El próximo 6 de mayo se escribirá un nuevo capítulo de su historia, tan real como atípica, ellos serán los primeros reyes del Reino Unido ungidos con aceite sagrado en la Abadía de Westminster pero casados por lo civil. Una nueva era comienza en la casa Windsor.
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