¡El chisme de oficina está vivo!

Una pecera vacía en un escritorio en Ars Nova, en Nueva York, el 8 de julio de 2020. (Chris Maggio/The New York Times)
Una pecera vacía en un escritorio en Ars Nova, en Nueva York, el 8 de julio de 2020. (Chris Maggio/The New York Times)

Como dice el dicho, si no tienes algo bueno que decir de alguien, siéntate junto a mí.

En serio, siéntate junto a mí. Como Alice Roosevelt Longworth, a quien se le atribuye esa frase, y Clairee, el personaje interpretado por Olympia Dukakis en “Magnolias de acero”, quien célebremente la repite, tengo una debilidad por la información interpersonal escandalosa, una predilección que he traído conmigo a mi vida profesional.

No soy la única. Los investigadores definen al chisme como “hablar de alguien que no está presente” y, según un metanálisis de 2019, las personas pasan un promedio de 52 minutos al día haciéndolo.

No obstante, el chisme no siempre es negativo. De hecho, como el estudio descubrió, la mayoría de él es neutral. (Contrario a las imágenes estereotipadas de una mujer intrigante de edad avanzada que anda a la caza de información como un sabueso, las personas jóvenes y los hombres tienden a ser más mordaces, según el estudio).

Lo anterior ha vuelto el chisme en el lugar de trabajo un elemento tanto omnipresente como útil. Como dice el otro dicho, información es poder, y compartir la información puede ayudar a esparcir el poder.

Este es un impulso humano muy fuerte y uno que no necesariamente deberíamos combatir, según afirma Robin Dunbar, autor de “Gossip, Grooming and the Evolution of Language” y profesor de Psicología Evolutiva en la Universidad de Oxford. “Su propósito primordial es ponernos al día respecto de lo que está pasando en nuestro círculo social cuando no tenemos tiempo de estar pendientes de todas las cosas” a nivel individual, explicó.

El objetivo no es menospreciar a los demás, agregó, “sino asegurarnos de no decir cosas equivocadas cuando tenemos la oportunidad de ver a alguien”.

Por supuesto, estos días muchos empleados que están trabajando en sus oficinas en casa no están viendo con gran frecuencia a sus colaboradores. Con menos oportunidades de conversar sobre cosas banales incluso en los espacios físicos de trabajo, ¿qué le está pasando al oficinista entrometido que llevamos dentro?

En una encuesta no científica realizada con la participación de mis amigos y familiares, todos estuvieron de acuerdo en que el chisme en la oficina no se ha detenido, sino que sencillamente ha migrado a las pantallas. Sin embargo, debido a que en el trabajo remoto no es posible que se den los encuentros fortuitos de oficina, uno podría necesitar ser un poco más proactivo para encontrar maneras de entablar comunicación.

Para mi amiga Amy Larkin, de 40 años, una educadora de desarrollo juvenil extraescolar en Richmond, Virginia, esto significó iniciar una cadena grupal de mensajes de texto para que los colegas discutieran los nuevos asuntos de trabajo.

Para mi cuñada Becca Nelson, de 26 años, que trabaja en una empresa educativa emergente en Denver, ha representado programar reuniones uno a uno en el calendario para conocer más a sus compañeros de trabajo (los reclutadores son muy buenos para descubrir qué está pasando en una compañía, comentó).

Y Jenny Ma, una abogada sénior en el Centro de Derechos Reproductivos de 40 años (y también amiga mía), tiene múltiples grupos de Zoom —que se sabe se reúnen uno tras otro— que sirven como sustituto de las salidas a tomar unos tragos para relajarse después del trabajo.

Los diferentes tipos de interacciones digitales, de acuerdo con Larkin, han cambiado la naturaleza de las conversaciones dentro de la oficina desde que su compañía comenzó a laborar a distancia. Tal vez incluso para bien. “Pienso que hay menos chismes —como quejarse de personas específicas— y más comunicación sobre tus frustraciones con personas en el mismo nivel que tú dentro de una organización”, mencionó.

Esto concuerda con lo que dijo Dunbar sobre el chisme en general, que ha adquirido mala reputación por ser emocionalmente destructivo, en especial en entornos de oficina.

Hasta el siglo XVIII, cuando se le atribuyeron más connotaciones negativas, significaba “conversar del otro lado de la reja del jardín, pasar tiempo con los vecinos, lo que envía la señal de que piensas que son dignos de tu tiempo”, escribió Dunbar en un correo electrónico. “Los sentimientos negativos en el trabajo surgen no del chisme como tal, sino de las relaciones entre la gente; el chisme simplemente media entre estas”.

Por supuesto, el no ver realmente a nuestros compañeros de trabajo puede llevarnos a buscar nuevas fuentes de material valioso para el chisme. Nelson señaló que muchos trabajadores tienen calendarios públicos, a menudo llenos de detalles jugosos (una reunión con Recursos Humanos; capacitación para alguien recientemente ascendido a gerente, pero cuyo nombramiento todavía no se ha hecho público), que están a la vista de todos dentro de la compañía.

“Es un secreto a voces; bueno, ni siquiera es un secreto”, mencionó Nelson. “Si quieres saber qué pasa, mira sus calendarios”.

Slack es un lugar obvio para tener una conversación extraoficial, pero ten cuidado: los espacios de trabajo de la compañía son propiedad de la empresa y ninguna conversación es verdaderamente privada después de que la escribiste. (Además, Nelson me informó que Zoom tiene una función de mensajería privada que es aterradoramente fácil de confundir con la pestaña de mensajería pública durante una reunión, algo que ahora me quita el sueño).

Y, si no puedes usar el teléfono para hablar, siempre podrás usarlo para enviar mensajes de texto. También es un poco arriesgado (¡capturas de pantalla!), pero a veces puede ser necesario. Lo que para una persona es chisme puede ser información que salve la carrera de otra.

“Tenemos reuniones de Zoom, y mandamos mensajes de texto mientras estamos en la reunión”, dijo Larkin. “No es solo chisme, también es para levantar el ánimo. Dije algo en una reunión y tenía miedo de haberme extralimitado, pero enseguida me llegaron al teléfono muchos mensajes de apoyo”.

No obstante, esto puede ser obvio para los mismos compañeros de trabajo de los que estás hablando. Una amiga, que es jefa en una firma de abogados, me dijo que ha visto a colegas mirar hacia abajo y reírse al mismo tiempo durante las reuniones con todo el personal y que fue desagradablemente evidente lo que estaban haciendo. Les mandó un mensaje de texto —en tiempo real— para decirles: “Dejen de hacerlo”.

Clairees del mundo, han sido advertidas.

This article originally appeared in The New York Times.

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