Nuestros días más felices apela a lo fantástico para mostrar el miedo a la muerte y la doble cara de la dependencia

Nuestros días más felices apela a lo fantástico para mostrar el miedo a la muerte y la doble cara de la dependencia
Nuestros días más felices apela a lo fantástico para mostrar el miedo a la muerte y la doble cara de la dependencia

Nuestros días más felices (Argentina/2021). Dirección: Sol Berruezo Pichon-Rivière. Guion: Sol Berruezo Pichon-Rivière, Laura Mara Tablón. Edición: Lorena Moriconi. Fotografía: Gustavo Schiaffino. Elenco: Matilde Creimer Chiabrando, Lide Uranga, Antonella Saldicco, Cristián Jensen. Duración: 100 minutos. Distribución: Rita Cine. Nuestra opinión: buena.

El segundo largometraje de Sol Berruezo Pichon-Rivière presenta, inicialmente, un vínculo asfixiante, explorado en una casa como escenario de silencios, pero también de confrontaciones solapadas. Agatha, a sus 74 años, convive con su hijo Leónidas, de 36. Si bien las discrepancias entre ambos son notorias, en esos escasos pero contundentes intercambios hay un punto de conexión: ninguno pudo, en el momento justo, quebrar con la dependencia y forjar su personalidad por fuera de esa mesa en la que comen, balbucean y se miran con resquemor.

Agatha está atravesada por la angustia de la soledad y Leónidas, por la imposibilidad de disolver esa simbiosis. El problema yace en la incomunicación de sus respectivos pensamientos, carencias, temores. La realizadora de Mamá, mamá, mamá enfrenta a sus personajes a lo subrepticio con una original propuesta: utilizando lo fantástico como género para que las fichas del tablero se muevan. Así, Agatha un día despierta y se encuentra con la imagen de sí misma, pero a sus siete años, lo que desconcierta a su hijo, quien llama a su hermana mayor (quien sí pudo salir de ese microcosmos) para lidiar con ese episodio súbito.

De todos modos, Nuestras días felices no traiciona el verosímil en el que se planta, no brinda explicaciones, no pretende aportar respuestas tranquilizadoras. Por el contrario, su directora trabaja sobre esa relación tan estrecha entre la niñez y la vejez, etapas marcadas por la necesidad del otro para moverse por el mundo, para comprenderlo, para transitarlo con una mano al lado.

De esta manera, la familia va comprendiendo a esa madre y esa madre va acercándose a sus hijos como forma de recuperar lo perdido. Como Petite Maman, de Céline Sciamma, con su segunda película, Pichon-Rivière demuestra lo valioso que es volver a un tiempo que fue hermoso con un abordaje experimental que le juega a su favor al explorar el duro interrogante deslizado por la niña Agatha: “¿Vos sabés lo que es no tener autonomía?”.