Denzel Washington ha encontrado por fin su vocación (y no es actuar)
Muchas de las mejores interpretaciones de Denzel Washington —desde el majestuoso papel protagonista de Malcolm X hasta el impenitentemente corrupto policía Alonzo Harris de Día de entrenamiento— se han definido por un fascinante sentido de la autoridad, una ausencia absoluta de complacencia o la necesidad de caer bien. Hay una reserva interior en el fondo de sus personajes que es inexpugnable, un poco enigmática, y que solo les pertenece a ellos.
Las cualidades dominantes que han ayudado a Washington a convertirse en una leyenda del cine son también, como aprendí de primera mano, las mismas que hacen de él un conversador inusual —e inusualmente complicado—. La primera de nuestras dos conversaciones fue a distancia. Él se encontraba en un estudio fotográfico de Los Ángeles, donde aún ardían los incendios, y yo estaba en mi casa de Nueva Jersey. Incluso dejando a un lado nuestra distancia física, la discusión se sintió, bueno, distante. Por decirlo de alguna manera, nunca llegamos a saber cómo conectar.
La segunda vez que hablamos fue diferente. Conocí a Washington en persona, en una sobria habitación con corrientes de aire de un edificio del centro de Manhattan, donde se encontraba ensayando para una actuación en Broadway. Es el protagonista de una nueva producción de Otelo, que se estrenará el 24 de febrero, coprotagonizada por Jake Gyllenhaal en el papel de Yago y dirigida por Kenny Leon, ganador de un premio Tony. No puedo decir con certeza por qué, pero las cosas resultaron más fáciles en la segunda vuelta. Lo que sí sé, sin embargo, es que toda la experiencia de la entrevista fue, para mí, tan indeleble como una de sus interpretaciones.
—Vi que a finales del año pasado te bautizaste y obtuviste tu licencia de ministro.
—Me bauticé y ahora tengo que hacer cursos para obtener la licencia. No soy ministro ordenado.
—¿Podés hablarme sobre la decisión de pasar por ese proceso en este momento de tu vida?
—Un día salí a dar una vuelta. Decidí subirme a mi auto y conducir hasta Harlem. Me detuve delante de la iglesia en la que creció mi madre. La puerta estaba abierta, así que entré. Estaban celebrando a unos jóvenes estudiantes, miembros de la iglesia, que iban a ir a la universidad. Y me involucré en ello, y una cosa llevó a la otra, y semanas después, meses después me bauticé.
—¿Tu padre era un predicador?
—Sí.
—¿Sentís que seguís una tradición familiar?
—En mi juventud se profetizó que viajaría por el mundo y predicaría o hablaría a millones de personas. Solía pensar que lo estaba haciendo a través de mi trabajo. Ahora intento ser un poco más específico, hablando de mi fe.
—Te he visto mencionar la profecía, ¿podés contar esa historia?
—Bueno, una mujer estaba sentada en el salón de belleza de mi madre en marzo de 1975. La razón por la que yo estaba allí era que había tenido que dejar la universidad por mis malas calificaciones; me habían dicho que me tomara un semestre de descanso para pensar en lo que quería hacer. Y cada vez que alzaba los ojos veía a una mujer que me miraba, y dijo que estaba teniendo una profecía. No dijo nada de que yo fuera actor, pero he viajado por el mundo y cada vez hablo más.
—¿Creés que puede llegar un momento en que hables sobre todo a través del ministerio y no de la actuación?
—No lo sé.
—Voy a lanzar una idea al aire: hay un libro de James Baldwin titulado El diablo encuentra trabajo, y en él establece conexiones entre la iglesia y el teatro. ¿Te suena cierta esa comparación?
—Lo universal surge de lo específico, así que tenés que ser más específico.
—Dice que en ambos casos se trata de personas que experimentan juntas un acontecimiento y lo crean comunitariamente mientras sucede. Hay un espíritu que, para él, era similar entre la iglesia y el teatro.
—Estoy de acuerdo.
—La razón por la que pregunto sobre el teatro es porque vas a volver al teatro para hacer Otelo. ¿Podés hablarme de la recompensa que supone para vos hacer Shakespeare?
—Creo que sigue siendo lo que más alegría me da: actuar sobre el escenario, en contraposición a actuar en películas.
—Vi el discurso de graduación que diste en la Universidad de Pensilvania hace años, y hablaste a los estudiantes de cómo hay que estar dispuesto a asumir riesgos. ¿Hay alguna forma en la que hacer Otelo te parezca un riesgo?
—A la luz de todo lo que está ocurriendo en nuestro mundo, todo lo que está ocurriendo en nuestro estado, California, y en nuestra ciudad en concreto; esto no es más que una obra de teatro. Estoy agradecido por la oportunidad, pero si se pone en perspectiva, no es más que una obra.
—¿Cuál fue tu experiencia con los incendios?
—Como espectador y simplemente asombrado, por el alcance y la devastación. Y luego oír hablar de mucha gente de nuestra industria que se ha visto afectada. Es increíble.
—¿Te dan ganas de vivir en otro sitio?
—¿Te referís a huir?
—Bueno, la realidad del peligro en California es aterradora.
—No, no me dan ganas de vivir en otro sitio.
—Déjame cambiar de tema. Quiero preguntarte sobre la familia. ¿Tener hijos cambió tu perspectiva del trabajo?
—Sí, cambió mi perspectiva. Como, rayos, ¿dónde tienen que ir a la escuela? ¿Cuánto cuesta? ¿Cuánto cuesta la ropa? Sí, lo cambió todo.
—Siempre siento curiosidad por los actores, y los artistas en general, cuando se dan cuenta de que su arte es también un negocio. ¿Afecta eso a la forma en que abordás el trabajo en sí?
—Cuando me enteré de mi tío menos favorito, mi “tío Sam”, eso me abrió los ojos. Me dije ¿se lleva qué? Esa es la realidad, y un dólar no es un dólar. Para cuando los agentes, el abogado, el director comercial, el tío Sam y todos los demás acaban contigo, un dólar son unos 38 centavos. Así que tienes que juntar esos 38 centavos para conseguir un dólar de verdad.
—Pero, ¿afecta eso al trabajo? Si sabés que algo es un trabajo por dinero, ¿enfrentás ese trabajo de forma diferente?
—¿Lo que me estás preguntando es si he aceptado alguna vez un trabajo por dinero?
—No, lo que estoy preguntando...
—Porque estaba a punto de responder a eso.
—Bien.
—He aceptado todos los trabajos por dinero . No he aceptado ningún trabajo con el que haya dicho: Ustedes quédense con el dinero. Yo simplemente estoy muy contento de ser actor. Ni siquiera quiero el dinero.
—Tiene que haber una diferencia en el cálculo cuando dices que sí a Mississippi Masala o Malcolm X frente a Asesino virtual o Ricochet.
—Sí, probablemente. Especialmente Asesino virtual. Tenía cuentas que pagar. Ricochet fue más como aventurarse por ese camino por primera vez.
—El camino de las películas de acción.
—Sí, el camino de las películas de acción, que yo no conocía. Sin duda, Asesino virtual tuvo algo que ver con el costo de alguna matrícula [risas], estoy seguro.
—Volviendo al tema de tus hijos, todos trabajan en el negocio. ¿Fue algo que sentiste que tenías que manejar con ellos?
—Ellos consiguieron trabajo antes de que yo supiera que estaban en el negocio. John David estaba leyendo para Ballers, y yo ni siquiera lo sabía. Pauletta no me lo dijo, así que consiguió el trabajo antes de que yo lo supiera.
—Tu mujer, Pauletta, es actriz.
—Sí, y cantante y concertista de piano. ¿Conocés el concurso Van Cliburn?
—¿El concurso de piano?
—Sí. Mi mujer fue concursante en el Van Cliburn. Juilliard. Escuela de Artes de Carolina del Norte. Me casé bien.
—¿Qué has aprendido de ella sobre ser artista?
—Que es un arte. La interpretación me eligió a mí, y yo me puse en marcha. Pero ella es una artista. Yo nunca me vi así. Aprendí mucho de eso, la disciplina, la apreciación, de ella.
—¿Seguís sin verte como artista?
—Intento no verme y punto. No me gusta mucho la introspección.
—¿Puedo preguntarte sobre...?
—No tengo dinero. [Risas].
—¡Esa era mi siguiente pregunta!
—Adelante. ¿Ibas a preguntarme sobre qué?
—En el reportaje en primera persona que hiciste para Esquire el año pasado, relacionado con Gladiador II, hablaste de tu vida y tu carrera, y ese fue el primer lugar, al menos que yo haya visto, en el que hablaste de la bebida. Dijiste que hubo un largo período —de 1999 a 2014, cuando dejaste la bebida— en el que estabas amargado. ¿Amargado por qué?
—¿Estaba amargado cuando la dejaba o estaba amargado cuando la tomaba?
—Bueno, en el artículo decías...
—Probablemente estaba amargado cuando la tomaba, no cuando la dejaba.
—¿Pero por qué estabas amargado?
—Escoge alguna cosa. No lo sé. Cualquier excusa vale, y ninguna excusa es suficientemente buena.
—¿Tenés alguna idea de por qué bebías?
—Hermano, no tenemos tanto tiempo.
—¿Es cierto que solías llevar contigo tu carta de aceptación del American Conservatory Theater?
—No. Guardaba una carta de mi profesor de inglés.
—¿Por qué guardabas eso?
—Vos solo querés meterte de lleno en mis asuntos. Porque me hacía sentir bien.
—Solo intento buscar cosas que puedan resultar atractivas. No pretendo meterme en tus asuntos.
—Pero sí te estás metiendo en mis asuntos.
—Te pido disculpas.
—Y eso no me gusta. [Pausa.] ¡Es broma!
—Gracias a Dios.
—¡Era una broma! Dios mío. Ahora sé cómo atraparte. Sos fácil.
—Soy demasiado fácil, ¿puedo ser sincero con vos?
—Sí, adelante.
—No sé hacia dónde dirigir la conversación...
—¿Tal vez yo debería preguntarte algo?
—¡Por supuesto!
—¿Por qué te sentís así?
—Las respuestas han sido breves. Y a menudo, en este tipo de cosas, la gente se extiende un poco más.
—Bueno, preguntáme algo y te daré una respuesta más extensa.
—Bien. No hace mucho, terminaste de filmar con Spike Lee.
—Sí. Esa fue tu respuesta. [Risas].
—Me engañaste de nuevo. Y era la primera vez que trabajabas con él desde El plan perfecto, hace casi 20 años. ¿Cómo ha cambiado tu relación con él con el tiempo?
—Esa es una buena pregunta.
—¡Al fin!
—No se han sentido como 20 años. Se sentía como si hubiéramos retomado las cosas donde las dejamos, ¿sabés? O sea, Spike es Spike.
—¿Qué querés decir?
—Spike es siempre Spike, y eso me encanta de él. Me encanta trabajar con él y volvería a hacerlo. Me gusta cómo funciona su cerebro.
—Me gusta hacer preguntas filosóficas sobre por qué la gente hace lo que hace y el significado de ello.
—Eso no tiene nada de malo.
—Cuando te he hecho ese tipo de preguntas, no te ha parecido interesante. Y como resultado, siento que he estado dando vueltas; ¿Qué me decís de esto? ¿Qué tal aquello?
—Pues bien, acá tenés la oportunidad de retomar el rumbo con tu siguiente pregunta.
—Siempre siento curiosidad por la interacción entre la vida y el trabajo. Acabo de volver a ver El vuelo, y en ella interpretás a un piloto de aerolínea llamado Whip Whitaker que lucha contra el alcohol y consigue salvar un vuelo de forma casi milagrosa. ¿Interpretar a ese personaje te enseñó algo sobre tu propia situación?
—No que yo recuerde. En primer lugar, yo no bebía y trabajaba, nunca lo he hecho. Trabajaba y luego bebía. Sinceramente, ni siquiera recuerdo si bebía esas noches o no. Pero, ¿cuál era la pregunta? ¿Que si afectó... que si qué?
—¿Aprendiste algo sobre vos mismo al hacer un papel así?
—Creo que cuando estás en medio de eso, no sos tan autorreflexivo porque todavía estás elaborando el personaje.
—¿Comprendiste algo a posteriori?
—Bueno, si estás pensando en ello. Cosa que yo probablemente no hacía.
—¿Qué tipo de cosas creés que debería… ?
—¿Preguntarme? Yo quiero saber más de vos.
—Podemos cambiar los papeles. Me encantaría hacer eso.
—Si te dijeras a vos mismo: “Ojalá fuera mejor en esto”, ¿qué sería?
—¿Aparte de entrevistar a Denzel Washington?
—Vamos, no te desvíes. Estamos hablando de ti.
—No soy lo bastante asertivo y tengo problemas con los conflictos. Y como los evito, en lugar de resolverse, los problemas perduran.
—¿Y eso tuvo algo que ver con tu papá o qué?
—Ves, ¡debería tomar lecciones con vos! ¿Responderías a este tipo de preguntas si yo te las hiciera?
—Preguntáme.
—¿Qué es lo que más necesitás trabajar?
—Otelo.
—Dijiste que no puedo desviar, así que vos no desvíes.
—Está bien, buena observación. ¿En qué necesito trabajar más? Iba a mencionar mi fe, pero eso suena a desvío. No sé. No se me ocurre nada en lo que tenga que trabajar de verdad. Las relaciones, ahí siempre podés mejorar.
—Preguntáme otra cosa.
—Dime la segunda cosa que más amas. No la primera, lo segunda.
—Esto va a sonar muy cursi: la risa.
—Eso es genial.
—Bueno. Tu turno.
—La oportunidad de elevar a los demás.
—¿Cómo has hecho eso?
—En todas las oportunidades y de todas las formas posibles. A veces con un centavo, a veces con un dólar, a veces con una buena palabra. Me encanta ver que a la gente le vaya bien.
—Última pregunta por esta vez: ¿en qué debería pensar para prepararme para cuando volvamos a hablar?
—El hombre baja al océano e intenta meter todo el conocimiento del océano en su pequeño cerebro, en lugar de simplemente saltar al agua y disfrutar. A veces hay que tener fe en cosas más grandes que nuestra capacidad para comprenderlas. A veces simplemente hay que tirarse al agua y disfrutar, y no intentar descifrarlo.
—Muy bien, eso es algo en lo que tengo que pensar.
—¡Trae tu traje de baño! ¡La próxima vez saltaremos juntos al agua!
Una nueva cita
Washington y yo volvimos a hablar la semana siguiente.
—Gracias por darme otra oportunidad. ¿Cuánto recordás de nuestra conversación de la semana pasada?
—Nada.
—¡Bien! Al final de nuestra conversación, te pregunté si había algo sobre lo que pudiera reflexionar antes de que volviéramos a hablar, y me contaste una pequeña parábola. La forma en que estaba pensando en esa parábola era que, en nuestra primera conversación, tenía la sensación de estar demasiado envuelto en expectativas sobre cómo debía ir la conversación en lugar de limitarme a estar contigo en el momento. Pero, ¿dónde aprendiste que a veces solo tienes que tirarte al agua?
—Bueno, ¡lo he intentado todo! Hoy estaba leyendo a Mateo, y él habla de la semilla, y de que si la ponés en suelo pedregoso, no crecerá y todas esas cosas. Tenés que tener fe en que sí crecerá. Ni siquiera podés averiguar cómo crece ni por qué crece ni de dónde viene el sol. Esto es lo que quiero decir: el hombre intenta reducirlo todo a su comprensión, que es el colmo del ego. Si no lo comprendo, no existe. Algunas personas no comprenden a Dios, por lo que dicen que, por tanto, no existe. O dicen: “Yo soy Dios”, porque es lo que necesitan. Bueno ¿qué tal está funcionando eso?
—La última vez también hablaste del valor que tiene para vos ayudar a la gente. ¿Actuar ayuda a la gente?
—En este momento, todo lo que hago es a través del lente de lo que piensa Dios, no de lo que piensan ellos. No sé lo que piensan. Si te metés en ese agujero, nunca saldrás de él. Cuando la gente dice: “¿qué querés que la gente saque de esta película?” o “¿qué querés que saquen de esta obra?”, siempre digo: “Depende de lo que traigan consigo”. Hay algunos temas interesantes [en Otelo] sobre los celos y la envidia y el dolor y la muerte. Y Kenny, el brillante director, lo sitúa en lo que él llama el futuro cercano. Así que todas esas cosas —los celos, la envidia— adquieren una nueva dimensión con la era de la información.
—¿Cuál es tu frase favorita de Otelo?
—No sé.
—Yo tengo dos. Una es de Otelo, la otra de Yago. La de Otelo es: “¿Quién puede controlar su destino?”. Y luego mi frase favorita de todo Shakespeare es la de Yago: “No soy lo que soy”.
—Lo dijo ayer. Es un tipo complicado. Va a estar brillante en esto.
—¿Quién? ¿Jake Gyllenhaal, que interpreta a Yago?
—Está loco. Me encanta. Es complicado, pero ya lo domina. No me preocupa, porque no me gusta aprenderme las líneas demasiado pronto. Se lo decía a un joven actor que me preguntó: “¿por qué no te gusta aprenderlas demasiado pronto?”, le dije: “Porque entonces soy yo la voz que escucho dándome las indicaciones a mí mismo. Quiero oírlo de vos y eso afectará a cómo digo lo que digo”. Para mí, eso funciona.
—Dijiste que ahora todo es a través del lente de lo que piensa Dios. ¿Cómo encaja la actuación en eso?
—Por eso uno reza todos los días. Yo digo: “Bien, Señor, estoy aquí, creo que esto es lo que querías que hiciera. Ahora no estoy seguro de por qué, pero se puede decir coincidencia y casualidad y todas esas cosas. Hace unos meses me mordí la lengua casi a la mitad. Está afectando la manera en que hablo. Me obliga a ir más despacio. Tengo que usarla. Tengo una frase: “¿Adónde queréis que vaya para responder a esta vuestra acusación?”. Es difícil porque tengo la lengua hinchada. Ha afectado a todo.
—Pero tenés que usarla.
—Salta al agua y disfruta, en lugar de preocuparte por ahogarte.
—He estado pensando mucho en David Lynch, quien acaba de morir.
—¡Terciopelo Azul! Tremenda película. Me encantó. Dije: “Este tipo está loco”.
—Una de las razones por las que he estado pensando en él es que hace unos 15 años o así, estaba muy decaído, y estaba en una librería, y vi que David Lynch tenía un libro, Atrapa el pez dorado, sobre la creatividad. En él dice que uno de los beneficios de la meditación es que te ayuda a ser más vos mismo. Entonces empecé a meditar. Esa línea de un libro de David Lynch cambió mi vida. ¿Has tenido alguna vez una experiencia así? ¿En la que desde lejos alguien te cambió la vida?
—La profecía. Cambió mi vida por completo. Volviendo a Mateo, debió de ser una semilla plantada. Pero yo no estaba preparado para eso, o no lo entendí. Entonces tenía 20 años; ahora tengo 70. Estoy en ese viaje de 50 años hacia la comprensión.
—¿Alguna vez un artista cambió tu vida?
—Sí. Mi profesor de inglés, Bob Stone, quien actuó en Otelo con Paul Robeson. Me escribió una carta de recomendación para el American Conservatory Theater, que aún conservo. Básicamente les dijo: “Si no tienen la capacidad de dar a este joven talento lo que necesita, no lo acepten”. Yo dije: “Guau, psicología inversa”. Pero él era, artísticamente, sobre todo al principio, la persona más importante, porque había estado ahí. Entendía el juego.
—Es una pregunta básica, pero ¿te importó no conseguir una nominación al Oscar por Gladiador II?
—Estaba ahí sentado sonriendo, diciendo: mírate. El día que no te nominaron al Oscar, estás trabajando en Otelo en Broadway. ¿Estás bromeando? Ay, qué enojado estoy. Escuchá, llevo demasiado tiempo acá. Cada vez soy más sabio, trabajo para hablar menos y aprender a entender más, y eso es emocionante.
—¿Hay algo que quieras que la gente se lleve de esta entrevista?
—Creé en algo más grande que vos mismo. Cree. Mira al mundo. ¿Qué te da cada día? Incendios. Muerte. Asesinatos. Política. Dictadores. División. Mira el mundo que nos hemos creado. Eso es todo lo que voy a decir.