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Los danzantes de Tacuba no son una atracción turística

Cuando pensamos en danzantes prehispánicos, mexicas o aztecas, la mayoría nos remitimos a la imagen de los concheros completamente ataviados con pectorales, taparrabos y plumas, y muchos los consideran un espectáculo turístico. Pero, ni hace falta siempre estar tan ataviados, ni se trata de un espectáculo para curiosos. Entrevistamos a los danzantes que, desde hace más de cuatro décadas, exhiben su arte en el centro de la Ciudad de México.

El altar es el punto focal de la danza, y en él se representan las cuatro direcciones, y siempre está cuidado por las sahumadoras. Foto: Maribel Barros
El altar es el punto focal de la danza, y en él se representan las cuatro direcciones, y siempre está cuidado por las sahumadoras. Foto: Maribel Barros

Todos los sábados, desde hace 41 años, en punto de las cinco de la tarde, un grupo de danzantes del calpulli Tetzahuitl Tezcatlipoca inicia una tradición en la plaza Manuel Tolsá sobre la calle de Tacuba, en el centro de la Ciudad de México. Sí, la misma donde se encuentran el Palacio de Minería, la Estatua Ecuestre de Carlos IV y el Museo Nacional de Arte (MUNAL).

El concepto de calpulli viene de los aztecas, solo que hoy se designa así a los grupos que buscan mantener viva la tradición de los pueblos originarios de México, o la cultura mexihkahotl, como la llaman. Así se vuelven centros sociales donde se imparten clases de filosofía prehispánica, náhuatl y hasta cantos ceremoniales.

También volvieron una tradición el sonido de los tambores, ayacaxtles (o maracas) y coyoleras (las semillas que se amarran a los tobillos) durante al menos tres horas cada semana en este espacio de la ciudad. Y si no están justo sobre la plaza, porque hay algún evento del MUNAL, los dejan estar a un costado de la misma, como ocurrió cuando fuimos desde Yahoo a charlar con ellos.

Los danzantes del Palacio de Minería, son del calpulli Tetzahuitl Tezcatlipoca. Foto: Maribel Barros
Los danzantes del Palacio de Minería, son del calpulli Tetzahuitl Tezcatlipoca. Foto: Maribel Barros

En su danza, honran la vida

A diferencia de los danzantes que suelen estar en el Zócalo de la ciudad, este grupo no suele ataviarse con plumas, taparrabos y pectorales, por lo que llaman menos la atención.

Para los pueblos originarios de América, el cosmos siempre está en movimiento, y el baile lo representa. “La danza es hacia los elementos: animales, ciclos agrícolas, con el propósito de honrar a la vida y las fuerzas que los hacen posible”, explica José Fernando, o Macui Mazatl, quien lleva unos 15 o 16 años en el calpulli, y es, además, miembro de su consejo de ancianos.

Así, el propósito no es que otras personas te vean danzar, sino que te vean danzar los elementos, las fuerzas de la tierra y cada movimiento te estaría conectando con ellos, convirtiéndote un poco en ellos.

Los danzantes tienen un compromiso personal con esta actividad, e incluyen a toda la familia, incluso bebés. Foto: Maribel Barros
Los danzantes tienen un compromiso personal con esta actividad, e incluyen a toda la familia, incluso bebés. Foto: Maribel Barros

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De entre las danzas más ejecutadas estarían la de Quetzalcóatl, el Sol, Tonantzin o el Águila Blanca. Aunque, a mí me tocó presenciar la danza del Papalotl (mariposa), y me conmovió muchísimo.

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El orden de las danzas

Macui Mazatl nos cuenta que casi siempre se realizan 13 danzas con un orden y una progresión. Después de montar un altar, donde se representan las cuatro direcciones (oriente, poniente, norte y sur), así como el padre sol y la madre tierra. Se abre el espacio, pidiendo permiso a los elementos para realizar la danza y se presentan las sahumadoras, que limpian con el humo del copal a todo aquel que ingresa al círculo, los huéhuetl (tambores), atecocolis (caracoles), las banderas y los danzantes.

Después se crea el círculo de la danza (aunque en nuestro caso el espacio lo hizo más un rectángulo) que cuenta con una puerta virtual por la cual se puede entrar y salir.

La danza se dedica a las fuerzas creadoras de nuestro mundo. No es una competencia ni un concurso. Foto: Maribel Barros
La danza se dedica a las fuerzas creadoras de nuestro mundo. No es una competencia ni un concurso. Foto: Maribel Barros

Dentro del círculo hay jerarquías, con varias personas al frente de cada parte de la danza, así hay unos ‘organizadores’ que de entre los asistentes eligen, entregándole una especie de bastón, a quien será el encargado de intencionar una de las danzas. Esta persona puede escoger a otras del círculo para acompañarle, y pasan al frente, hacia el altar, donde hablan con los tambores para decirles qué elemento o qué danza eligen.

¿Cualquiera se puede unir?

Alrededor de los danzantes siempre hay gente. Muchos son turistas que van de paso y no pueden evitar mirar con extrañeza lo que ocurre mientras toman algunas imágenes y videos. Pero, también hay personas que pasando por ahí deciden quedarse a presenciar a los danzantes, y por supuesto están los familiares y acompañantes de los protagonistas. Y lo mejor es que cualquiera podría unirse.

“La mayoría de los danzantes llegamos como los que están afuera”, cuenta Macui Mazatl. “Se contagia uno, y pues no hay muchos requisitos. Hay que traer la banda de la cabeza, para empezar. Ya después hay que venir con una sonaja, faja para proteger la panza, el abdomen y la espalda, y los coyoles” agrega.

“Todos nos acercamos a la danza porque genera una energía. No la vemos pero abarca a todos los que están aquí. Muchos se contagian y quieren participar”, agrega Macui Mazatl.

Los danzantes de Tacuba arrancan a as 5 de la tarde, pero terminan hasta pasadas las 8 de la noche, y no descansan. Foto: Maribel Barrros
Los danzantes de Tacuba arrancan a as 5 de la tarde, pero terminan hasta pasadas las 8 de la noche, y no descansan. Foto: Maribel Barrros

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Así, cualquiera que pase por ahí podría unirse, aunque recomiendan a los más novatos asistir a las clases (gratuitas) que se dan todos los sábados a las 3:30 de la tarde, en el mismo lugar, para no sentirse tan perdido.

Estar ahí, durante horas, hace que uno termine contagiándose, al menos, del ritmo del tambor. Además te das cuenta de los abiertos que son a que la gente les pregunte de buena intención qué hacen y por qué. Y, por supuesto, son los primeros en invitarte a bailar.

Un matrimonio, por ejemplo, nos contó que llevan unos 10 años como parte de este calpulli. Fue su hija, cuando tenía 12 años, la que se unió primero, y luego ellos terminaron contagiándose.

Y la danza sigue

El ritual comienza a las 5 de la tarde, y se extiende sin parar hasta pasada las 8 de la noche. Durante algunos intervalos los danzantes se reparten medias naranjas para hidratarse y mantenerse en su intención de danzar. Pero nada los detiene. Solo van entrando y saliendo personas, haciendo que el grupo danzantes vaya mutando a lo largo de la tarde, creciendo poco a poco.

Y al final, en la última ronda llegaron unos danzantes completamente ataviados, miembros del calpulli que suele bailar en el Zócalo de la ciudad, a unas calles de ahí. Y es que entre ellos se conocen y se honran de varias formas, y una de ellas es ésta, compartiendo la danza.

Un matrimonio descubrió la danza gracias a su hija, y si bien ella se salió, ellos siguen. Foto: Maribel Barros
Un matrimonio descubrió la danza gracias a su hija, y si bien ella se salió, ellos siguen. Foto: Maribel Barros

Esta expresión de cultura es “solo la punta del iceberg”, como describe Macui Mazatl. “Atrás viene la filosofía, las matemáticas, la astronomía, la herbolaria, la medicina, la arquitectura… la historia”.

Tras la última danza se agradece de nuevo a las direcciones por permitirles haber danzado ese día.

Y así, sin más, termina todo, se recoge el altar, y cada quién para su casa, hasta el próximo sábado.

@travesabarros