El sistema escolar con o sin pandemia: ¿está ayudando al desarrollo infantil?
Ya perdí la cuenta de las veces en que los padres me preguntan cómo lograr que sus hijos hagan las tareas escolares sin resistirse o sin rechistar. Siempre les respondo con otra pregunta: ¿por qué en lugar de forzar a nuestros hijos a adaptarse a un sistema pedagógico obsoleto, vencido, atascado en el siglo XVIII, mejor cerramos filas para transitar a un sistema educativo digno del siglo XXI, adaptado a las necesidades reales de estos tiempos pero sobre todo de los niños, niñas y jóvenes?
¿Alguna vez hemos hecho el ejercicio de calcular qué cantidad de conocimientos adquiridos, durante todo nuestro proceso educativo, desde el primer día de escolarización somos capaces de recordar o nos sirve para algo en nuestro desempeño vital, en la carrera u oficio?
¿Cuánta de toda la información memorizada o "aprendida" a lo largo de horas, días, años de escuela, de tareas interminables, pesadas y aburridas en casa, cuánto de lo adquirido en la infancia y juventud recordamos o nos sirve para algo hoy en nuestra vida productiva o en el resto de las esferas vitales?
Tal vez leer y escribir (con serias lagunas de compresión lectora y de redacción, por cierto) Acaso sumar, restar, aunque muchos habremos olvidado las tablas que aprendimos de memoria y recurramos a las calculadoras electrónicas. Posiblemente conocemos la existencia, nombre y ubicación de algunos países, ciudades o espacios geográficos porque los descubrimos viajando, jugando o leyendo cuentos o novelas interesantes, y no precisamente en la escuela... ¿Fechas de batallas, celebraciones patrias?, ¿para qué?. A que recordamos solo las que todavía se conmemoran y porque son días festivos no laborables.
¿Sabías que los expertos que han medido los porcentajes de utilidad de toda la formación escolar han determinado que de tal "esfuerzo educativo" a lo largo de años, apenas retenemos y usamos un diez por ciento en el mejor de los casos?. ¿Qué querrá decir toda esta evidencia ? ¿No será que va siendo hora de cambiar este modelo pedagógico mayoritario en el mundo establecido siglos atrás? ¿Será que este sistema pedagógico ya es un barco que hace agua por muchos huecos?
Vamos a sincerarnos, ¿responde el sistema educativo actual a las necesidades de nuestro tiempo, de nuestros hijos? Ni siquiera podemos garantizar que la carrera universitaria que nuestros hijos van a estudiar seguirá existiendo a la vuelta de un lustro.
¿Y qué decir de la respuesta que nos ha dado este mismo sistema escolar frente a una emergencia global como la pandemia del coronavirus?
Ahora mismo en una coyuntura sin precedentes para la historia de la humanidad, todos estamos aprendiendo muchas lecciones juntas y en poco tiempo. Ahora mismo podría asegurar sin miedo a equivocarme que los estudiantes, tus hijos, niños, niñas, jóvenes, no necesitan aprender algoritmos, ni raíces cuadradas. Pero posiblemente necesiten aprender sobre gestión vital en momentos de crisis.
Aprender más sobre sus recursos internos para sobrellevar los cambios, sobre los recursos colectivos como especie gregaria para preservar nuestra sobrevivencia, comprender en la práctica el modo en que la dinámica de la cooperación en armonía con el prójimo y con nuestros ecosistemas favorece nuestro desarrollo, aprender a relacionarse mejor con el medio ambiente, a convivir con la familia, a cuidar la alimentación y la salud para favorecer un sistema inmunológico sano y fuerte en lugar de depender de fármacos y tratamientos sanitarios para mantenerse vivos hasta los ochenta años.
Ahora estamos ante una cantera inagotable de recursos de aprendizaje mucho más relevantes que las materias del programa escolar y la manera rígida en que imponen cumplir los objetivos. Pero estamos desaprovechando esta oportunidad única pretendiendo seguir con el mismo proceso pedagógico centenario desde casa como si nada estuviera pasando, sin siquiera tomar en cuenta las necesidades psicoafectivas de los niños y niñas así como de sus familias enredadas en medio del encierro, la ansiedad, la angustia y la incertidumbre de la pandemia.
En este confinamiento mundial que se percibe lleno de amenazas reales e imaginarias de toda índole, amenazas que afectan no sólo la salud física sino tantas esferas de nuestras vidas a la vez, que socava constantemente nuestro equilibrio vital, encontrándonos sin recursos internos ante tales desafíos, puedo ver a personas, por ejemplo, que logran mantenerse en equilibrio por sí mismas gracias a la práctica de yoga avanzada sin depender de una clase porque se han formado previamente en esta disciplina durante años.
Entonces me pregunto ¿qué se cree desde el sistema educativo o qué crees tú, mamá, papá, que van a perder los niños incluso preescolares si no se sientan en casa como si estuvieran en el salón de clase cada día cuatro, seis, ocho horas a recibir contenidos telemáticos, y luego seguir haciendo tal cantidad de deberes o tareas bajo una presión que ni tú puedes sostener, menos aún en estas circunstancias de emergencia?
¿Qué vamos a conseguir en beneficio real de nuestros hijos tras imponerles constantes asignaciones escolares, supervisiones y seguimientos exhaustivos sobre el supuesto o la amenaza de perder “objetivos inaplazables” o de perder el año escolar si no se pliegan a los rígidos mandatos del sistema?
¿Qué van a perder? ¿Quizás la salud, el sano equilibrio, el ya bastante atropellado derecho a jugar libremente, a descansar, a moverse, perderán la autoconfianza, la autoestima, la motivación y las ganas reales de aprender?. ¿O quizás consigamos que se dañe aún más el vínculo entre padres e hijos gracias a peleas eternas e inútiles para que respondan a las presiones escolares absurdas?. Son estos los verdaderos objetivos que alcanzarán nuestros hijos si no paramos a replanteárnoslo todo.
En lugar de seguir reaccionado por inercia como hámsters en su rueda, me parece un buen momento para gritar, STOP, y parar. Sí, detente y atrévete a reajustar el rumbo, a reorganizar prioridades ¿Vale la pena seguir amargando las infancias de nuestros niños?, ¿para qué?, ¿para que a la hora de la verdad solo cuenten con los recursos internos que han logrado desarrollar gracias a su propio interés, motivación y curiosidad de aprendizaje, o en el mejor de los casos apoyados por padres o tutores excepcionales que les facilitan espacios y recursos al margen de una escuela que lejos de favorecer impide desarrollar destrezas y competencias en aquello que de verdad importa?. Lo del Yoga es un solo ejemplo, pero hay tantos más.
Muchos progenitores estamos sufriendo en carne propia la presión real que experimentan nuestros hijos cada día de su vivencia escolar “normal” porque nos ha tocado gestionarla directamente durante el confinamiento de esta pandemia. Y nos estamos dando cuenta de que no somos capaces de sobrellevarla un solo día aún siendo adultos.
También nos estamos viendo en la situación de intermediar cada día con los docentes de nuestros hijos para organizar la gestión escolar desde casa. Todas son oportunidad de oro para el cambio. Para sentir lo que están llevando nuestros hijos a cuesta y quizás con suerte comprender las causas por las cuales, tantas veces, como dice el título del libro de Laura Gutman y Cristina Romero, “mi hijo no quiere ir a la escuela y tiene razón”.
Para aprovechar esta ocasión inédita de conexión diaria con los profesores y concertar acuerdos, impulsar cambios, no importa que sean pequeños, pero que beneficien a nuestros hijos. Para permitirnos sentir dónde estamos bien, dónde no y lo que queremos hacer con eso. Para sentir a nuestros hijos, conectar por fin con nuestros hijos, saber si están bien, saber qué necesitan de nosotros ahora (más presencia, vínculo, amor, mirarnos a los ojos, tiempo significativo con nosotros).
Una oportunidad de oro para atrevernos a decir basta, esta velocidad no es la que quiero llevar, esto no es lo que quiero para mi vida, no es lo que quiero para mis hijos, porque nos está sentando mal. Y repensar, darnos tiempo, darnos permiso de hacerlo distinto aunque sintamos miedo a lo desconocido. Atrevernos, y ver qué pasa.
Einstein decía, palabras más, palabras menos, que los problemas actuales no pueden resolverse con la misma mentalidad que los creó. Si no existieran individuos o grupos humanos de vanguardia proponiendo cambios de paradigmas en cada momento histórico, aún estaríamos viviendo de la misma manera que vivíamos en el siglo XII. El cambio es el motor de la evolución.
Por un estornudo en Wuhan, nuestras sociedades y sus estructuras han colapsado globalmente. Así de insostenible es esta forma en que nos hemos organizado como civilización. Es hora ya de cambiar.
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Berna Iskandar
@conocemimundo