Estrenos de teatro. Las criadas, una notable versión del clásico de Genet, con tres intérpretes brillantes

Pablo Finamore, Dolores Ocampo y Claudio Pazos, en Las criadas
Pablo Finamore, Dolores Ocampo y Claudio Pazos, en Las criadas

Autor: Jean Genet. Dirección: Facundo Ramírez. Intérpretes: Claudio Pazos, Pablo Finamore, Dolores Ocampo. Escenografía y vestuario: Silvia Bonel. Iluminación: Roberto Traferri. Concepción escenográfica: Facundo Ramírez, Roberto Traferri. Maquillaje y máscaras: Luar Pepe. Asistente de dirección: Hernán Chacón. Sala: Espacio Callejón, Humahuaca 3759. Funciones: domingos, a las 13.30. Duración: 90 minutos.

Escrita en 1947, Jean Genet inicia con esta pieza su camino como dramaturgo y en ella comienza a definir las líneas de un teatro provocador que irá ampliando luego en textos como Severa vigilancia, El balcón o Los negros. Dramas sumamente oscuros con personajes marginados por la sociedad: criadas, negros, delincuentes, homosexuales. Un submundo que el autor conoció desde pequeño y que expuso con crudeza en sus textos poéticos, narrativos o teatrales.

Las criadas, quizás su pieza más representada en el mundo, muestra la historia de dos hermanas, Clara y Solange Lermercier. Ambas trabajan en la casa de una mujer perversa que se aprovecha de ellas y las humilla, en el marco de una cotidianidad que cada vez se torna más asfixiante para esas pobres empleadas desclasadas que, día tras días, sufren los maltratos de la “Señora”.

Pero Clara y Solange deciden crear un ritual que les posibilite exorcizar el desprecio al que son sometidas. Cuando la dueña de casa no está se refugian en su cuarto y juegan a convertirse en ella. Usarán sus vestidos y sus joyas y, mientras una ocupa su lugar, la otra continuará siendo la criada pero asumiendo un rol intenso y definitivo: debe matar a esa mujer banal que les imposibilita desarrollarse como personas en un mundo que, con los años, se ha transformado en antinatural. Armaron, a la vez, cierta patraña involucrando al amante de la mujer en cuestiones delictivas y, aunque lograron llevarlo a la cárcel, el hombre logró su libertad y eso puede implicarlas judicialmente.

El espectáculo que dirige Facundo Ramírez se presenta, extrañamente, los domingos al mediodía. Una cita extraña para apreciar esta experiencia a la que más le cabe el horario nocturno. Pero el creador logra que el espectador olvide el tiempo horario y se acomode a esa representación que crece de manera muy potente y en la que cierto germen artaudiano, relacionado con el teatro de la crueldad, se vaya desplegando con una naturalidad asombrosa. La crueldad que citamos se expone aquí hasta con cierta poética que, sobre todo, se deja ver cuando los personajes se exponen en su mayor vulnerabilidad.

Ramírez se detiene en la conducta de cada uno de los personajes de manera muy minuciosa. En cada escena descubre cuestiones que pone en valor de forma sorprendente y esto hace que el entramado de relaciones entre los personajes se vaya consolidando con mucha seguridad. Seres en tensión permanente que tornan más oscura la acción y definen con mucha precisión sus pasiones exaltadas. Por otro lado, esas criadas se muestran tan devastadas que llegan a perder la noción de que poseen una personalidad definida con lo cual su derrotero se torna verdaderamente trágico.

Claudio Pazos, como Clara y Pablo Finamore en el papel de Solange, se convierten en los intérpretes ideales para recuperar a esas mujeres que imagina Ramírez para su puesta. Ambos despliegan una fuerte energía que los lleva, por momentos, a transformarse en verdaderos animales enfurecidos frente a esa situación de dominio de la que necesitan escapar. En cada rito que repiten se los puede ver más alienados y destructivos.

La actriz Dolores Ocampo irrumpe en escena imponiéndose con una fuerte presencia y luego irá, con mucho histrionismo, mostrando las múltiples facetas de una personalidad extremadamente alterada. Será ingenua y dulce en algunos momentos y desaforada y hasta destructiva en otros. Una mujer sin límites que puede manipular a los seres que la rodean sin sentir remordimiento.

Esta nueva lectura de la obra de Jean Genet se expresa a partir de notables matices dramáticos al autor y ubica en primer plano las capacidades creativas de sus tres intérpretes.